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martes, 23 de febrero de 2010

Sintiendo a Dios

En el sempiterno debate sobre la existencia de Dios, o mejor dicho, en la sempiterna defensa de mi agnosticismo, a veces consigo que mi interlocutor o interlocutores tengan que hacer frente a la siguiente cuestión:

"Afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria."

Aunque es una asertación difusa, en la que podríamos discutir cuáles son los límites de la palabra "extraordinario" o a qué estamos dispuestos a llamar "evidencia"... a pesar de todo ello, digo, muchas veces mis interlocutores recogen el guante y acceden a responder, lacónicamente:

"Yo sé que existe Dios porque lo siento".

Con lo cual mi pregunta es, en cierto modo, una forma elegante de acabar con el debate, porque obviamente la respuesta es un non sequitur que impide cualquier discusión racional.

¿Qué significa "sentir a Dios"? ¿Cómo se "siente a Dios"? ¿Cómo se reconoce que eso que estás sintiendo es "Dios"?

Este tipo de preguntas caen fuera de cualquier debate racional, y entran en un debate filosófico y subjetivo, estéril para todo el mundo excepto para quien se haga esas preguntas en su fuero interno.

Y ésa es precisamente la clave, en mi opinión. Conocerse a uno mismo. El solipsismo. Los estados mentales y las diferentes capas de la realidad, que solo se pueden pelar con el cuchillo de nuestro subconsciente.

Creo (y podéis considerarlo una declaración de principios) que hay cosas que la ciencia jamás será capaz de responder: son las Metapreguntas.

  • ¿Por qué el Universo es cognoscible?

  • ¿Por qué las las leyes físicas y las constantes del Universo son tales que permiten la vida inteligente?

  • ¿Las matemáticas son una "cualidad" del Universo o una herramienta para medirlo?

  • Y en definitiva, «¿por qué hay algo en lugar de nada y porqué ese algo está estructurado de esa manera? Tal como decía hace poco Stephen Hawking, "¿por qué el universo se tomó la molestia de existir?"»


Creo que el cientificismo, por sí mismo, es una vía muerta en el desarrollo personal, pues solo conduce a la tecnificación y, a menos que tenga una componente humanista, al hedonismo; como también es una vía muerta, por otro lado, cualquier tipo de religión convencional, que constriñe todo tipo de pensamiento crítico.

Como declarado agnóstico, no sé si Dios existe o no, y pienso que es algo que jamás se podrá dilucidar. En mi fuero interno no lo creo, pero esa creencia irracional no debe constituir un muro que me impida adentrarme en el proceloso mar de la filosofía e intentar así abarcar el significado del mundo y de nosotros mismos.

Por tópica, no deja de ser importante la pregunta de quiénes somos y adónde vamos. En sociedades avanzadas como la nuestra la mayoría de las personas ya no se plantean ese tipo de cuestiones o, como mucho, les resultan indiferentes. Yo en cambio no puedo evitarlas, y aunque sé que jamás obtendré una respuesta satisfactoria, el camino que transite para obtenerla será lo que dé sentido a mi existencia, más allá del trabajo, los amigos, la televisión de alta definición y las playas de verano.

Quedan muchas realidades por descubrir; realidades que están más allá de la sociología diaria con la que nos levantamos por la mañana y nos acostamos por la noche. Realidades que están más allá de la tecnología y la industrialización de nuestros quehaceres y nuestros placeres diarios. Realidades que están más allá del incienso y los órganos de dogmas bienintencionados pero asfixiantes y cortos de miras. Realidades, en definitiva, que no están sino dentro de nosotros mismos, en nuestros escasos momentos de soledad contemplativa y en los momentos de pasión. Ambas circunstancias comparten dos facetas de un mismo fenómeno, por el cual el Universo se expande y podemos sentir las garras del Infinito, y vuelve a contraerse hasta el tamaño de un punto matemático que, descubrimos maravillados, no reside sino dentro de nosotros mismos.

Esos momentos, en los que somos Todo y Nada, en los que accedemos a un plano de realidad superior, aterrador pero extático, son los momentos en los que yo también siento a Dios.

Y en los que, en un ataque de egocentrismo, de locura o de iluminación, me doy cuenta de que en realidad me estoy sintiendo a mí mismo. Dios soy yo, o yo soy Dios, y el Universo de cuerdas cabe en mi mano como una canica de matices maravillosos.

Esa sensación dura poco, y al cabo de un instante vuelvo a ser solo una persona anónima más, que a través de su flamante ADSL y su televisión de 37' intenta plasmar en un blog una reminiscencia de esas sensaciones, antes de que el camino de mínima resistencia le haga poner el volumen a la televisión y olvidarse de Verdades que son mucho más grandes y aterradoras de lo que una persona puede soportar.

1 comentario:

PusSiN dijo...

Efectivamente, te había leido, xD. Pero no me inspiré en tu artículo he de decir.

Me ha gustado mucho el momento "Yo soy Dios". Al fin y al cabo si en algo creo es que en muchas personas (no en todas) hay un pequeño Dios qu e estaría bien ir descubriendo.