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jueves, 9 de febrero de 2006

Temporada de nieve

Hasta ahora nunca me habían gustado las navidades, y ya sé por qué.
Nunca había visto nieve tan blanca y tan bonita.

A uno le hace preguntarse qué es exactamente lo que tiene la nieve para que resulte tan hermosa. ¿Acaso nuestra mente, lavada por años de doctrina católico-cristiana, la asocia con un concepto maniqueísta de pureza? ¿Será porque el blanco contiene todos los colores del espectro visible? ¿Acaso por la cadencia majestuosa con la que se precipita desde el cielo hasta el suelo? ¿Tal vez su gelidez extrema nos evoca mundos helados de leyendas nórdicas?

Sea lo que sea, lo cierto es que, objetivamente hablando, la nieve es una putada concebida y ejecutada por la naturaleza. El invierno es sinónimo de muerte. Debajo de esos 15 centímetros de nieve del Retiro hay un césped helado, muerto, que probablemente no se repondrá. Los insectos que no se hayan podido esconder lo suficientemente bien a estas alturas estarán sirviendo de comida a los pocos pájaros que hayan sobrevivido. Con los frutales congelados, los únicos que seguirán piando serán los que se hayan preparado con tiempo, o los carroñeros. En tiempos difíciles, subsisten los más fuertes y los que tienen menos escrúpulos.

Nosotros, los seres humanos, vemos las blancas navidades desde una perspectiva muy cómoda, pero no sería mala idea que de vez en cuando pensásemos en cómo nuestros antepasados prehistóricos lograron sobrevivir a las glaciaciones.

Así que cada vez que lances una bola de nieve a tu amigo y te solaces viendo la nieve caer mientras esperas ese autobús al que se le ha congelado el líquido de frenos y que tardará aún buen rato en venir, recuerda que probablemente nuestra especie, gracias a su nivel tecnológico, sea la única a la que la nieve no le siente como una patada en el culo.

De todas formas, también puedes levantar los brazos e intentar atrapar los enormes copos de nieve en su parsimonioso descenso, mientras piensas lo jodidamente bella que hoy te parece la ciudad.