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jueves, 27 de febrero de 2014

Quince millones de méritos

Black Mirror es una serie de televisión británica que se empezó a emitir en Channel 4 en diciembre de 2012 y que de momento consta de dos temporadas de tres episodios cada una.

El primer episodio es una (nunca mejor dicho) obra de arte que en los treinta últimos segundos pasa de ser un vibrante thriller político/policíaco a una brillante denuncia distópica sobre la alienación del mundo actual.

La serie es magníficamente descrita por su creador, Charlie Brooker, en una entrada de la Wikipedia:  
"Si la tecnología es una droga -y se siente como una droga- entonces, ¿cuales son los efectos secundarios?. Esta área -entre el placer y el malestar- es donde Black Mirror está establecida. El "espejo negro" (black mirror) del título es lo que usted encontrará en cada muro, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pantalla fría y brillante de un televisor, un monitor, un teléfono inteligente."
Sin embargo, es del segundo episodio de la primera temporada ("15 millones de méritos") del que me gustaría resaltar algunas cosas. Lo siguiente son SPOILERS.

Ya desde su título es una pieza ambigua, difícil de digerir, en la que se exige al espectador un esfuerzo para entender lo que está pasando. ¿Quiénes son esos jóvenes que solo salen de sus celdas recubiertas por paneles de televisión para pedalear en unas extrañas bicicletas? Se insinúa que las bicicletas son para producir energía, pero, ¿para qué se utiliza esa energía? ¿Por qué en todo el episodio solo aparece gente joven? ¿Quiénes dirigen el mundo en la sociedad que se nos muestra?

A medida que transcurre el episodio, algunas de las piezas se van encajando, y de la extrañeza inicial pasamos al estupor, y de ahí a la indignación, para finalmente caer en un profundo estadio de rabia y abatimiento. Sin embargo, algunas de las cuestiones arriba mencionadas no terminan de ser aclaradas.

¿O sí lo son?



En el último plano, el protagonista aparece pensativo, ¿derrotado?, observando a través de la pantalla un hermoso paisaje y un cielo azul por el que vuelan unos pájaros.

¿Ha sido nuestro protagonista comprado por un apartamento mejor, con vistas al exterior... o ni siquiera eso? ¿Tal vez las ventanas (que no se pueden abrir) no sean tales, sino más pantallas de televisión (con más definición que las de su celda anterior, pero pantallas al fin y al cabo? ¿Sigue siendo un prisionero, encerrado esta vez en una jaula de oro?

La ambigüedad con la que juega la serie con este último plano es magnífica, pero como aficionado a la ciencia ficción dura, el penúltimo plano me resulta incluso más interesante:



Vemos al protagonista desde el otro punto de vista. Si las ventanas resultan ser tales, por primera y única vez, la cámara se sitúa en el "exterior" del mundo. Y lo único que apreciamos de ese "exterior" es lo poco que se refleja en el cristal. 

¿Y qué parece?

Un vasto espacio negro. La línea del horizonte de un planeta azul. Y un pequeño punto grisáceo (¿un satélite artificial?) que se mueve frente a la mirada perdida y ciega del muchacho. 

Reconozco que es una hipótesis descabellada, sin duda sugerida por mi bagage como lector de ciencia ficción "dura", pero la mejor explicación que se me ocurre para el "mundo" que vemos en el capítulo (un mundo cerrado donde las personas viven en pequeños habitáculos, donde se crean distracciones para mantenerles ocupados, pedaleando para generar una energía que no sabemos a qué se destina) es la de que viven en una nave colonia, tal vez orbitando alrededor de una Tierra que ha dejado de ser habitable. 

Ridícula o no, es una ambigüedad que se suma a las incógnitas y a las preguntas que el episodio plantea en la mente de los espectadores. Y como gran obra de arte, es lo suficientemente valiente como para no intentar dar ninguna solución y dejar que sea el espectador quien tenga que hacer un esfuerzo para rellenar los huecos y construir sus propias respuestas. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

Terramar

Hace unos quince años que oí hablar por primera vez de una tal Ursula K. Le Guin. Una escritora (¡mujer!) que se atrevía a escribir ciencia ficción, en un mundo en el que mis referentes literarios eran exclusivamente hombres: Asimovs, Clarkes, Pohls, Nivens... poblaban mis estanterías. Últimamente habían metido el cuello incluso los Aldiss, los Lems y hasta los Borges. ¿Pero mujeres? ¡Válgame el cielo! El primer y último libro de ciencia ficción que había leído ("Almas", de Joanna Russ) me pareció un truño de proporciones épicas (sigue siendo uno de los pocos libros que no he conseguido acabar), y no sé si fue a raíz de aquello, o de una educación literaria más bien machista, que no volví a coger un libro de ficción especulativa escrito por una mujer hasta que, recomendado por algunas críticas en es.rec.ficcion.misc, descubrí "La mano izquierda de la oscuridad" de Ursula K. Le Guin (nota: tal vez por esta época también leí el clásico de Mary Shelley "Frankenstein"; aunque por su estatus de "clásico", probablemente en aquella época no lo consideraba ni siquiera un libro de género).

Aunque no recuerdo exactamente el argumento del libro de Le Guin (estamos hablando de quince años), aún puedo rememorar el regustillo con el que lo cerré; la sensación de haber experimentado algo nuevo, una visión sobre la humanidad escrita con una sensibilidad inimaginable en los autores a los que yo estaba acostumbrado; y una visión de la ciencia ficción como herramienta vehicular para proyectar futuros cercanos y sociedades ficticias en las que reflejar y enfrentar nuestra propia realidad social (o para hablar apropiadamente, la realidad social del momento del que cada obra es hija).

Tras aquel primer encuentro, leí "Los desposeídos" y "El nombre del mundo es Bosque", las siguientes novelas de K. Le Guin, con idénticas sensaciones.

Sin embargo, no me embarqué en su universo más famoso ("Terramar") hasta hace unos meses. Aunque he seguido leyendo ciencia ficción, no lo he hecho al ritmo al que la devoraba en mi adolescencia, y en los últimos años mi menú he ido añadiendo mainstream y mucha no ficción. El caso es que fue el año pasado cuando adquirí el tomo recopilatorio "Historias de Terramar", que recogía las cinco novelas largas ambientadas en Terramar, y recientemente lo he finalizado.


De nuevo me he vuelto a reencontrar con la escritora de "La mano izquierda de la oscuridad", en esta ocasión orientada a la fantasía de espada y brujería, pero impregnando cada página de la misma sensibilidad y profundidad. Una profundidad metafísica que se destila en cada linea argumental, y que convierte la pentalogía en (ni más ni menos) una reflexión sobre la mortalidad, sobre lo que supone ser humanos, y sobre la aceptación de la pérdida y la muerte. Al mismo tiempo, propone algunas buenas praxis para que nuestra vida "fluya" en ese (a veces amargo) camino. En ese sentido, tanto la figura del protagonista masculino (Ged) como la de la protagonista femenina (Tenar) son figuras prototípicas (que no estereotípicas) que la autora va dibujando con cariño a lo largo de sus diferentes momentos vitales (desde que ambos son niños hasta que los dos son casi ancianos); personajes en los que Le Guin intenta plasmar esas claves (esa moralidad, fuerza y energía transpersonal) que permiten a los personajes sobrevivir, avanzar y, pese a todo, ser felices.

Le Guin consigue con las historias de Terramar una prosa que, sin dejar de ser literatura de corte juvenil, se escapa sin ninguna duda a esa etiqueta y se convierte en Literatura con mayúsculas, en un ensayo sobre el alma humana, sus anhelos de inmortalidad, sus miedos, sus frustraciones y sus deseos. Las historias de Terramar cuentan el viaje iniciático, pero sobre todo, lo que pasa después de volver de dicho viaje (un poco al estilo de las últimas 70 páginas de "El señor de los anillos"), en el que el adulto, una vez enfrentado a su propio destino, regresa más sabio, y más humilde (ambas cosas suelen ser lo mismo). Y el lugar al que regresa, como ocurre en "El retorno del Rey", no es el mismo del que partió. O el protagonista ya no es el mismo. Y esa verdad es la que trasciende la mera fantasía de espada y brujería.


"Si deseas felicidad durante una hora, tómate unas copas. Si deseas felicidad durante un año, enamórate. Si deseas felicidad durante toda una vida, hazte jardinero."

Tal vez Le Guin tuviese en mente este proverbio chino cuando escribió las historias de Terramar, pues encaja perfectamente con la cronología de sus novelas. Podríamos decir que la primera novela ("Un mago de terramar") son esas copas metafóricas que el joven (nuestro protagonista el mago Ged) se toma para intentar camuflarse como adulto. Así, de forma irresponsable y prepotente, invoca un hechizo cuyas consecuencias le marcarán de por vida. En el segundo libro ("Las tumbas de Atuan") se produce el enamoramiento (mago y sacerdotisa se conocen en las Tierras de Kargad). El tercer libro ("La costa más lejana") es un libro bisagra, ese punto de inflexión, ese "momento tranquilo, con la respiración contenida, antes del cambio" que une esas dos primeras partes más juveniles, ese camino hacia la madurez, con las dos obras finales. Y son esas dos obras finales ("Tehanu" y "En el otro viento") los trabajos del héroe sabio que ha renunciado a la fogosidad de la juventud y a la maestría para dedicarse a plantar coles y cuidar cabras y mirar, solo de vez en cuando, la paleta de colores cálidos que el amanecer y el atardecer pintan sobre los océanos de Terramar, mientras son otros los que se dedican a salvar el mundo.

Antes hablaba de "El señor de los anillos" para comparar la obra de Le Guin con el referente más conocido de la literatura de género. No obstante, las diferencias son abundantes. En la trilogía de Tolkien prima la suspensión de la incredulidad, el libro está repleto de nuevas razas, idiomas y seres fantásticos. En la saga de Le Guin, sin embargo, podríamos estar en cualquier archipiélago mediterráneo: la descripción de los pescadores, los artesanos y los mercaderes de Terramar no es muy distinta de la que podría hacerse de cualquier cultura vinculada al mar de las que podamos conocer en el mundo real. Con tan solo dos matices: Le Guin incluye la magia (en realidad, una maestría sobre el Habla Antigua, que permite dominar las cosas y los seres vivos a través del conocimiento de sus nombres)... y los dragones.



Otra diferencia entre ambas obras son sus versiones cinematográficas. Mientras que "El Señor de los Anillos" tuvo una más que digna y costosa trilogía a cargo de Peter Jackson (quien parece estar matando a la gallina de los huevos de oro con la trilogía de "El Hobbit"), en el caso de Terramar la versión cinematográfica ha corrido a cargo de Goro Miyazaki (sí, el hijo de Hayao Miyazaki) en forma de pequeña producción animada desarrollada en el seno del estudio Ghibli, "Cuentos de Terramar". Aunque el espíritu de la pentalogía se condensa en un hábil guión que mezcla elementos de los cinco libros, el producto final, aún siendo honesto y sincero con la obra a la que homenajea, no tiene ni la fuerza ni la sensibilidad de la obra escrita. Probablemente Terramar se merezca varias películas que permitan el ritmo tranquilo y pausado que necesita para una correcta adaptación.


Además de la obra de Goro Miyazaki, existe una producción de Sci-Fi Channel que aún no he visto ("La leyenda de Terramar"), aunque por las pocas imágenes a las que he tenido acceso, no parece que el producto final haga honor a las fuentes literarias en las que se inspira.

En definitiva, si he conseguido atraer la atención de alguien sobre esta autora y su obra, os recomiendo que os alejéis de "Cuentos" y "Leyendas" y consigáis las "Historias" de Terramar, el libro recopilatorio de Le Guin que incluye sus cinco novelas sobre el archipiélago de Terramar y los pueblos, los magos y los dragones que navegan y vuelan entre su miríada de islas.


"Solo en el silencio, la palabra. Solo en la oscuridad, la luz. Solo en la muerte, la vida. El vuelo del halcón brilla en el cielo vacío." (La creación de Ea)