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domingo, 16 de octubre de 2011

Historias de Madrid: los parques (IV) - Casa de Campo

En mi repaso a los parques de Madrid, la Casa de Campo ocupa sin lugar a dudas un lugar muy especial.

La primera vez que fui a la Casa de Campo fue el 28 de mayo de 2006. Puedo ser tan específico gracias a que por aquel entonces Alberto y yo nos sentíamos en Madrid como niños con zapatos nuevos, y yo me llevaba la cámara casi a cualquier sitio al que íbamos. También era costumbre por aquella época llevarnos unas botellas de sidra y proclamar con orgullo nuestra asturianía (ya sabéis, ese extraño sentimiento que solo descubres cuando te vas de tu tierra natal).


Aquel día Alberto y yo nos limitamos a dar un paseo alrededor del Lago, a visitar sus restaurantes, a subir hasta el parque del Teleférico y a observar con un catalejo panorámico que allí había el Parque de Atracciones.

Si juntas todos esos lugares comunes con los tópicos existentes sobre prostitutas y chaperos, el cóctel es un mega refrito, un chascarrillo jocoso con el que la Casa de Campo carga a sus espaldas desde hace décadas... un tópico nada ajustado a la realidad, por otra parte, pero que ayuda a que sea un parque mucho más desconocido de lo que merece.


Ha sido a finales de 2010, cuando empecé a usar mi bicicleta de forma continuada, cuando realmente comencé a conocer la verdadera Casa de Campo; ese 95% en el que no hay drogas, putas ni domingueros. Un 95% de naturaleza viva, un pulmón sin el cual Madrid se asfixiaría en sus propias ventosidades contaminadas. Una delicia de corredores y ciclistas; una maraña de caminos de tierra para perderse con la bicicleta o, simplemente, dando un paseo de varios kilómetros.


Comencé a sentir que había algo especial cuando descubrí el Cerro Garabitas, donde en su cumbre, en las noches de luna llena las ánimas viajan "de Madrid al cielo", según la leyenda.

El paisaje desde el Cerro Garabitas bien merece la pena apearse de la bicicleta y deleitarse con una de las mejores vistas del skyline madrileño al este, y si el cielo acompaña, de contemplar en dirección norte una de las más bonitas panorámicas de la sierra de Guadarrama.


Sin duda la zona más bonita de la Casa de Campo es la que está más alejada de la muchedumbre que sale de las bocas de metro (Lago, Batán y Casa de Campo), o lo que es lo mismo, la más alejada del Zoo Aquarium, del Parque de Atracciones y de la zona de Lago, con su pléyade de restaurantes.


Esta zona, protegida sin querer por la horquilla artificial que forman la Carretera de Castilla con la Vía de las Dos Castillas, es la más fascinante tanto en su fauna como en su flora.


Apenas transitados, se abren por aquí algunos de los caminos más reconfortantes para perderse y alejarse del mundanal ruido. Caminos que discurren, muchos de ellos, a la vera del arroyo Antequina, que dota a esta zona de una vegetación exuberante durante todo el año, aunque la primavera es una época especialmente espectacular.


Cada uno de estos caminos puede descubrir un sitio especial, en el que te sientes el único invitado de una fiesta de la naturaleza preparada especialmente para ti.


Entre los vertebrados, he visto culebras, sapos, lagartos, ánades, conejos y zorros. Nada espectacular en cualquier otro lugar, pero en Madrid es una auténtica gozada poder visitar un foco de energía como éste tan cerca de la ciudad. Porque hay que recordar que, aunque más que un parque parezca un bosque, la Casa de Campo se considera un parque más de la ciudad (aunque hay zonas protegidas para regeneración de la biodiversidad).


Y esa energía... se nota. Entre las pocas personas que recorren la ribera del Antequina, muchas veces he tropezado con gente practicando el yoga, en elevados estados de meditación... palpando la energía que bulle a su alrededor.


Parafraseando a Loquillo, es un buen lugar para ir a olvidar. Para perderse en sus sonidos y en sus luces. Para sentir la corteza y energía de árboles sesquicentenarios bajo la palma de tus manos. Para oler los árboles en flor en primavera y la tierra mojada en otoño.


Si sigues la corriente del río Antequina, el sonido de sus aguas corriendo río abajo te acompaña casi continuamente, cruzando por debajo de puentes en algunas ocasiones y creando pequeñas cascadas en otras.


Pero avanza sin obstáculos la mayor parte del tiempo; formando pequeñas charcas donde crían aves y anfibios y regalando momentos de puro éxtasis por su mera contemplación.


La Casa de Campo, y esta zona en particular, es probablemente la razón de que aún siga contento en Madrid; de que no me haya ahogado en el humo de sus coches y de sus ejecutivos agresivos; de que no me haya contagiado de las prisas de quien es lo suficientemente prepotente como para pensar que, con la suficiente velocidad, puede hacerlo todo antes de palmar.


La Casa de Campo es, en definitiva, la válvula de escape que utilizo para escapar de mí mismo y mis preocupaciones humanas, y refugiarme en el seno maternal de la Naturaleza, que me amamamanta y arrulla con sus tranquilizador estar.


Simplemente estar. A veces es suficiente. A veces no hay que decir nada ni escribir artículos tan largos para intentar farfullar a trompicones las razones por las que la Casa de Campo me parece tan especial, tan bonita y tan delicada.


Seguiremos en el camino, sin duda. Pero este lugar siempre quedará marcado en mi corazón como un habitante más de Madrid, como un amigo fiel que siempre estaba ahí y al que siempre acudía cuando necesitaba consuelo o cuando necesitaba pensar.

Gracias por ser mi interlocutor en un diálogo mudo, gracias por dejar que comparta mis pensamientos contigo. No digo problemas: digo pensamientos. Porque en tu seno, en tus rincones, en tu grandiosidad, los problemas humanos no son más que un chiste cósmico del que Dios se ríe.

Cerremos los ojos, escuchando el sonido de las cigarras y sintamos el calor del sol bronceando nuestra piel, y sonriamos junto a Él.

lunes, 3 de octubre de 2011

Geek Cover

...en el ínterin, unos minutos musicales...