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sábado, 11 de enero de 2014

Vampiros Dixies

Aunque ni mucho menos se puede hablar de una moda, recientemente he accedido a un par de materiales de características similares (una película y una novela), en el que el fenómeno exploitation de vampiros se traslada al sur de los Estados Unidos, en un contexto pre-secesionista y con el asunto esclavista en el epicentro de un drama en el que los vampiros no solo eran meros observadores de este panorama, sino parte activa del mismo.

La película a la que me refiero es "Abraham Lincoln: cazador de vampiros"; un producto más que digno, con una buena dirección a cargo de Timur Berkambetov (al que recordamos por dos películas de culto rusas como son "Guardianes de la Noche" y "Guardianes del Día) y guión de Seth Grahame-Smith, basado en su propio best-seller homónimo (y autor del ya clásico "Orgullo y Prejuicio y zombies").

Como digo, la película es un divertimento muy bien llevado a cabo, un cóctel de venganza, acción, historia, aventuras y una pequeña dosis de gore. En su parte final la película vuelve a cambiar de registro y asistimos a la parte más interesante: una intriga en la que los vampiros se alían con los estados sudistas para vencer a los yankis en la batalla de Gettysburg y reclamar, como recompensa por la ayuda prestada, barra libre para siempre en la yugular de los esclavos negros de las plantaciones de algodón para aplacar su sed de sangre.


Una visión de los esclavos negros como ganado que me recordó inevitablemente al clásico de George R. Martin, "El sueño del Fevre", en el que el argumento es poco menos que idéntico al de la película: un vampiro redimido intenta detener las matanzas de esclavos que otros vampiros están llevando a cabo en el sur de los Estados Unidos. Para ello construye el barco de vapor "Fevre" y se alía con un humano para patrullar el Misisipi e intentar detener a su enemigo, en pleno conflicto pre-bélico Norte-Sur.

Curiosamente, los créditos de la película solo mencionan el guión de Seth Grahame-Smith basado en su propia novela de 2010, y no mencionan la novela de George R. Martin (de 1982), aunque el parecido entre ambas es muy sospechoso.

En cualquier caso, casualidad, plagio, homenaje o moda, lo cierto es que gracias a la película de Berkambetov se ha puesto de relieve esta variante exploitation del género vampírico que ojalá ayude a rescatar joyas como la novela de George R. Martin (cuyas magníficas obras previas a "Juego de Tronos" parecen haber sido tristemente eclipsadas por la saga de la Canción de Hielo y Fuego).

martes, 7 de enero de 2014

After After Earth (breve ensayo sobre M. Night Shyamalan)




"After Earth" es la última película de M. Night Shyamalan, al que la mayoría recuerdan por ser el director de "El sexto sentido". En realidad, tiene en su haber algunas de las mayores joyas cinematográficas de los últimos tiempos, a pesar de haber sido machacado sistemáticamente por gran parte de la crítica, completamente miope a los subtextos que subyacen en sus películas. Al igual que sir Alfred Hitchcock hizo en muchas de sus cintas (y con quien se le compara habitualmente), para M. Night Shyamalan el argumento de sus películas es un MacGuffin orquestado al servicio de la auténtica historia que hay detrás de las imágenes: una historia que, como veremos, suele tener que ver con la espiritualidad. Algo que, obviamente, tampoco gusta a buena parta de la crítica actual, lo que le condena a un ostracismo del que cada vez le está costando más salir.
Still of M. Night Shyamalan in La joven del agua (2006)

Conocí el cine de este director hace muchos años, en un buen (cinematográficamente hablando) 1999. Junto con ya clásicos como "El club de la lucha", "Star Wars: Episodio I", "Matrix" o "Eyes Wide Shut", llegaba a la pantalla una pequeña película de terror de la que solo se conocía a su actor protagonista (un Bruce Willis en un momento arriesgado de su carrera a la hora de elegir papeles...y en estado de gracia, si se me permite) y que venía avalada por el boca a oreja de los amigos que ya la habían visto y que estaban ansiosos de spoilear el final de la misma: "El sexto sentido", que también otorgaría sus momentos de gloria a Haley Joel Osment (quien, como todo niño prodigio, perdió fuelle en cuanto su voz se tornó grave y dejó de resultar encantador a la gente).

Ya desde los inicios Shyamalan deja claro su interés por lo espiritual, casi espiritista (por el tema que trata). Una declaración de intenciones sobre su obsesión por el más allá, la idea de una "misión" o "vocación" y la existencia de una entidad sobrenatural que mueve las fichas de nuestras vidas.

 El final de la cinta resume lo que supuso esta película: un auténtico golpe de efecto dado encima de la mesa de los directivos de Hollywood por su director y guionista, M. Night Shyamalan, con la que saltaría a la fama mundial y dejaría a medio mundo ansioso por conocer cuál sería el próximo proyecto de este joven indio que había reventado las taquillas de la mayoría de los países en los que estrenó "El sexto sentido".


Tras ella, M. Night Shyamalan escribió, dirigió y produjo "El protegido". O lo que es lo mismo, "Unbreakable" (u otro ejemplo de cómo destrozar un buen título en inglés al traducirlo al castellano). Probablemente la mejor película de superhéroes que se haya hecho jamás, que escupe sobre el presunto tono adulto y grave (otra forma de decir "aburrido") de los Batman de Nolan. "El protegido" se sostiene sobre la actuación de un Bruce Willis más aturdido que nunca y de un Samuel L. Jackson inconmensurable en su papel de "Don Cristal". De nuevo surge en esta película (sin el tono sobrenatural de la anterior) el concepto de "misión" (en este caso superheróica o supervillana) y de que poco de lo que pasa a nuestro alrededor tiene que ver con la causalidad de nuestros actos, sino con una voluntad suprema que trasciende nuestro entendimiento y que nos coloca en el mundo como si fuésemos fichas de ajedrez.

Después de "El protegido", Shyamalan escribió y filmó la que, para mí, es su mejor película hasta la fecha: una controvertida "Señales" en la que la mayoría de la crítica de su tiempo no vio más que una ridícula película de alienígenas (efectivamente, el MacGuffin de la cinta era ridículo). Shyamalan rueda aquí algunas de las mejores secuencias de su carrera, como aquellas en las que Mel Gibson busca a los merodeadores entre los campos de maíz o la secuencia a oscuras del sótano. Cine de suspense como no se había visto en décadas, a la altura de los mejores trabajos del maestro Hitchcock.

Pero para mí, lo mejor de la película es cómo se van engarzando poco a poco, como en un puzzle, todas las piezas que componen el subtexto de la película, es decir, la historia de la pérdida y la recuperación de la fe del pastor que interpreta otro aturdido Mel Gibson. Esa escena final de Mel Gibson frente al espejo es la última pieza que faltaba en el puzzle, la que hace que todo lo que hemos visto en la película tenga sentido desde el punto de vista de ese subtexto. Y esa escena es precisamente la que la mayoría de los críticos machacaron porque vieron en ella una presunta mojigatería, sin entender que lo que Shyamalan hace es interpelarnos por nuestra visión espiritual de la vida. Quien no haya entendido esto y solo haya visto adoctrinamiento... ya se ha contestado a sí mismo.

El bosque (2004)En "El bosque" M. Night Shyamalan investiga sobre la espiritualidad y la religión desde otro punto de vista: en esta ocasión, indaga en los dogmas que establecen las religiones, en teoría para ayudar a los congregantes en su camino a la Verdad, pero que en la práctica no son más que lastres que evitan cualquier tipo de reinterpretación personal de la propia espiritualidad. Los dogmas buscan la ortodoxia (valga la redundancia), y cualquier tipo de heterodoxia es perseguida y condenada por la comunidad.

"El bosque" ("The village" en V.O.) desgrana esa pequeña comunidad que se rige por una estricta ortodoxia para evitar que ningún miembro de la comunidad penetre en el bosque que la rodea, ya que una amenaza invisible, un "lucifer" (stricto sensu), habita en él.

Shyamalan hace así un requiebro a quienes le habían tildado de evangelizador en su anterior película. Pero de nuevo, una vez más, pocos críticos supieron entender la metáfora y se quedaron con lo superficial de la misma: los monstruos, el suspense y la sorpresa final.

En 2006 se estrena "La joven del agua": Shyamalan vuelve de nuevo sobre el concepto de "misión" y de entidad sobrenatural que pone las fichas sobre el tablero, y en el que poco podemos hacer salvo cumplir esa misión que nos ha sido encomendada. La película es otra metáfora sobre un héroe aturdido que en la búsqueda de la identidad de la joven del agua, se encuentra consigo mismo y con su propia identidad, o lo que es lo mismo: con su misión en la vida. Este héroe aturdido (arquetipo que ya hemos visto en buena parte de las películas anteriores) renace de nuevo cuando descubre quién es y para qué está ahí y ahora. Como buena metáfora, el héroe duda, cae al suelo, pero finalmente se vuelve a levantar, merced a una vocación y a un carácter imprimido a fuego en sus propios genes. Cada uno es quien es, y no puede ser otra cosa, y la verdadera felicidad solo se encuentra cuando averiguamos quiénes somos y para qué somos. Hasta ese momento seremos como el protagonista, aturdidos, dando tumbos de un lado para otro, ignorantes de qué es lo que la vida quiere de nosotros. Hasta que no nos demos cuenta de esa verdad, nos dice Shyamalan, no conseguiremos ser felices.

Con "El incidente", Shyamalan centra el tiro hacia esa divinidad, esa entidad sobrenatural que se eleva en un nivel superior al del Hombre, y como no podía ser de otra manera, para Shyamalan esa divinidad no es más que la Naturaleza, o en una escala mayor, el Universo. Ese concepto del Universo como deidad o divinidad del que emana todo lo mágico, todo lo sobrenatural que hay en el mundo, todas las preguntas sin respuestas. Ese Universo cuántico de las infinitas posibilidades, que otorga al Hombre la capacidad de jugar a ser Dios... pero también el riesgo de convertirse en el demonio.

En esa dualidad del Hombre como hacedor del Bien y del Mal, la báscula que sostiene un pesimista Shyamalan cae hacia el lado del Mal, y el Universo, que es quien le ha dado ese poder, se vuelve contra él y lo aplasta sin misericordia. Solo existe un atisbo de expiación y de esperanza en el final de la película con el que Shyamalan deja abierta la puerta de la redención y un nuevo comenzar.

En 2010, el director vuelve a ahondar, esta vez sin tapujos, en ese concepto New Age de espiritualidad basada en la comunión con el Universo, adaptando la primera temporada de la serie animada "Avatar: la leyenda de Aang". Un Shyamalan desatado y con un presupuesto de blockbuster (150 millones de dólares) le permite imaginar un mundo donde las deidades son las fuerzas de la Naturaleza (el aire, el viento, la tierra y el fuego) y aquellos capaces de "doblar" dichas fuerzas se convierten en maestros, guías espirituales y líderes de los pueblos. El director indio utiliza el tai-chi como el mecanismo mente-cuerpo mediante el cual los maestros de elementos ponen en contacto su fisicidad y su voluntad con el elemento que dominan. Dice la leyenda que solo existe un maestro que puede dominar los cuatro elementos: ese maestro es el avatar, cuya existencia otorga armonía al mundo y cuya desaparición repentina provoca una pérdida del Equilibrio y del flujo natural de las cosas.

Junto con esta visión taoísta del mundo, Shyamalan pone el acento de nuevo en el concepto de misión: en este caso, el avatar es un niño que rechaza su destino como tal (ya que le obliga a separarse de su familia) y desaparece de la faz del mundo. Al dar la espalda a su misión, provoca que el flujo natural de los acontecimientos se corrompa, y las luchas y la guerra por el poder asolarán el mundo. Es decir, Shyamalan se vuelve aún más radical en su mensaje determinista: si rechazamos nuestra misión y el papel que se nos ha designado en el mundo (por esa entidad sobrenatural que aquí encarnan las fuerzas de la Naturaleza) lo único que conseguiremos será desgarrar el Equilibrio y el puzzle del cual cada uno de nosotros formamos parte, y ese desgarro lo único que traerá será dolor y sufrimiento para nosotros mismos y para nuestro entorno. Es la infelicidad de quien nunca está contento con lo que tiene y siempre ansía más; el jardín del vecino siempres es más verde.



La versión de "Airbender" a la que he tenido acceso es la doblada al castellano: una auténtica aberración, si se me permite, que merecería unos azotes en el trasero a los responsables del doblaje de Aang y Katara o, al menos, al director de doblaje que hizo el casting. Este doblaje hace que ambos personajes parezcan repolludos y repelentes; desconozco si en versión original sucede lo mismo, aunque lo dudo.

Al margen del doblaje, la película comienza renqueante, pero a medida que avanza la cinta (y uno se acostumbra al paupérrimo doblaje, tal vez) la acción y la sabiduría zen se van apropiando de la película y del espectador que contempla con embeleso la plasticidad de las imágenes, los movimientos de tai-chi, y el propio transcurrir espiritual del argumento, que fluye hacia donde tiene que ir, y hacia ningún otro sitio.

Creo, sinceramente, que la película no se merece las críticas tan negativas que se llevó en su día. Al lado de otros productos juveniles como "Las crónicas de Narnia", "Airbender" se erige como una cinta respetuosa con la inteligencia de los jóvenes. En contraposición con otras películas como la citada "Narnia", en la que se reconstruye una y otra vez el arquetipo del "héroe de las mil caras", en "Airbender" el poder del avatar es, más que la consecución de un ascenso social, una constatación resignada de la responsabilidad implícita en cada acción que emprendemos y del lugar que ocupamos en el mundo.

"Airbender" iba a ser la primera parte de una trilogía, pero debido a su fracaso comercial se cerraron las puertas a las previstas secuelas, y a Shyamalan le ha costado tres años volver a ponerse detrás de las cámaras en un proyecto en el que pueda aportar su particular idiosincrasia y visión del mundo. Su oportunidad llegó por el empeño de Will Smith en llevar a la pantalla una historia escrita por él mismo. Es previsible que Shyamalan, en un intento de redimirse de su fracaso anterior, aceptase dirigir un proyecto que intenta ser un escaparate para Will Smith y su hijo Jaden (tanto en la vida real como en la película).

La historia de "After Earth" es sencilla: el ser humano ha sobrevivido a un entorno que ha evolucionado para acabar con el Hombre (de nuevo el concepto de Universo/deidad aniquilador) y se ha refugiado en el planeta Nova Prime. Este nuevo hogar de la humanidad es sin embargo codiciado por una raza alienígena que ha envía bestias Ursas para aniquilar a los seres humanos. Estas bestias se guían por el rastro químico de feromonas de sus enemigos. Solo mediante el perfeccionamiento de una técnica denominada "fantasmación", mediante la cual se elimina cualquier rastro de miedo, y por tanto, de rastro químico, los rangers pueden hacerse invisibles a las bestias Ursas y combatirlas.


Tras esta excusa argumental, un refrito más o menos visto mil veces antes, podemos localizar un par de subtextos.

Por un lado la relación entre un padre ausente y exigente, y su hijo resentido y apocado por la alargada sombra proyectada por su padre (una buena metáfora, quizá, para la meteórica carrera de profesional de Will Smith y la incipiente carrera profesional de su hijo Jaren Smith, respectivamente). Este subtexto carece de verdadera emotividad en la interpretación de los personajes; y tratándose de una película en la que solo hay dos actores, este miscasting (o la dirección de intérpretes de Shyamalan) es un error de bulto. El hieratismo de los héroes (que están aturdidos en la revelación de su destino) de las películas previas de Shyamalan no es válido aquí, ya que precisamente lo que la película cuenta es cómo el joven cadete consigue vencer su cobardía y reencontrarse con el cariño de su padre. Aunque tal vez existe un subtexto a este subtexto (las palabras del adolescente al final de la película "[no quiero ser un ranger...] quiero trabajar con mamá [...]" parecen indicar que, una vez más, el sufrimiento y el dolor que origina el conflicto de la película es debido a la falta de resignación del joven cadete, quien quiere ser ranger a pesar de que ése no es su destino, y esa falta de resignación rompe el equilibrio del Universo y origina una serie de acontecimientos dramáticos).


El otro subtexto argumental de la cinta es su mensaje budista de desprenderse de todo miedo y todo deseo, y anclarse al aquí y al ahora. La frase "hinca la rodilla" que el ranger exhorta a su hijo cuando éste entra en pánico, es todo un mantra espiritual que Shyamalan introduce en la película una y otra vez. Como dice el personaje interpretado por Will Smith, "`[...] el peligro es muy real. Pero el miedo es una opción [...]". El miedo es una proyección negativa del futuro, un constructo de nuestra mente que se aleja del presente, de la realidad, del aquí y del ahora. Y eso hace que dejemos de vivir, que nos refugiemos en un futuro de expectativas ("deseo") o de incertidumbres ("miedo") y dejemos que el presente se evapore y nuestra vida se consuma en un sumidero de irrealidades futuras o pasadas.

"After Earth" ha sido otro fracaso comercial de Shyamalan, lo que hace que nos preguntemos: ¿qué será del futuro del (ya no tan joven) director indio? ¿Seguirán confiando las productoras en un director que parece haber perdido el rumbo?

En realidad, repasada la filmografía de M. Night Shyamalan, me resulta difícil encontrar otro director que haya conseguido mantener un rumbo discursivo tan trazado y coherente como el suyo.

Tal vez no estemos de acuerdo con su discurso determinista, casi fatalista, sobre el destino. Incluso podría generarse alguna suspicacia sobre dicha resignación, viniendo de un director indio que conoce el sistema de castas de la India en el que no existe escalera social alguna que permita a nadie salir de la casta en la que ha nacido. Esas posibles suspicacias, no obstante, creo que son infundadas. Shyamalan ha demostrado en sus películas una sensibilidad y un respeto por las distintas culturas y religiones (budismo, taoísmo, cristianismo, etc) que serían incoherentes, en mi opinión, con el pensamiento segregacionista y retrógrado de los defensores del sistema de castas. El determinismo en el leitmotiv cinematográfico de Shyamalan va más orientado, en mi opinión, a una visión trascendental del ser humano como finalidad, como instrumento de una inteligencia superior (llamémosle Dios o Universo cuántico) con un fin determinado que se nos escapa, pero que sin duda está ligado al equilibrio del Universo, y dicho equilibrio a su vez es motivo de dicha y felicidad para el ser humano que consigue discernir su misión y hacerse y reconocerse como instrumento de Dios.

Sin embargo, a pesar de su coherencia como director, tal vez la cruda realidad del box office obligue a Shyamalan a aceptar guiones de encargo que le rediman como director de películas que atraen a las masas a las salas de cine. El tipo de cine que hace Shyamalan es un cine caro que conjuga el arte con el negocio; como en su discurso espiritual, ambas partes tienen que estar equilibradas. Si el yang crematístico no funciona, el ying artístico también desaparecerá.



Eso lo sabe Shyamalan perfectamente. Esperemos que vuelva a coger el pulso del público y siga haciendo películas que nos lleven en vilo y nos hagan pensar sobre nuestra propia espiritualidad y nuestra vocación.

Sé que lo conseguirá. Al fin y al cabo, es su destino.