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domingo, 28 de septiembre de 2008

Un trozo de terruño en el exilio (y 2)

El regreso del Real Sporting de Gijón a la primera división del fútbol español tras diez años en la división de plata era la excusa perfecta para conocer el Santiago Bernabéu, una cita pendiente después de más de tres años trabajando en la capital de España.

Casi todos conocemos por fuera la catedral del fútbol que es el estadio del Real Madrid CF, pero son menos los que han asistido a un partido en este coliseo. Y a fe que merece la pena.

A pesar de tener unas entradas de cuarto anfiteatro (vamos, arriba del todo), la arquitectura de este estadio es tal que prácticamente desde cualquier punto del mismo se tiene una visión perfecta del juego. Efectivamente, aún estando tan arriba, el partido se veía casi igual que en un partido de PES :)

Y es emotivo vivir el ritual asociado a cada partido de fútbol: el speaker, la salida del cuarteto arbitral, el entrenamiento de los dos equipos, etc.

El partido en sí fue una humillación tras otra para el equipo asturiano, pero hay que destacar el gol del Sporting y que no todos los días se ve una cuchara de Raúl o un gol de tacón.

Y, por supuesto, la afición sportinguista, que es con diferencia lo mejor que tiene este equipo. Una afición que no dejó de vitorear y de festejar el regalo que supone tener al Sporting en primera. Un regalo que probablemente no durará mucho, así que hay que disfrutarlo mientras se pueda :)


¡Aúpa Sporting! ¡Puxa Asturias!

miércoles, 17 de septiembre de 2008

África

Freedom is just another word for nothing left to lose,
Nothing don't mean nothing honey if it ain't free.


Janis Joplin




* * *


Ya han pasado un par semanas desde que volvimos de Sudáfrica. Unas semanas en las que aún no me ha dado tiempo a descansar de viajes y en las que me he ido a Galicia y a Asturias, y apenas he tenido tiempo para mí mismo y para pensar.

En un artículo anterior hablaba sobre la relatividad del tiempo; un tiempo que parecía estirarse a medida que éramos bombardeados por sensaciones nuevas y fascinantes. Ahora, sin embargo, tengo que hablar de lo contrario: de cuando el tiempo se acorta por la rutina de una vuelta al trabajo que se clava en los recuerdos de Sudáfrica como un cuchillo por la espalda.

Tiempo para pensar, decía. Tiempo para perder pensando. No hay nada más barato y, al mismo tiempo, nada más caro. ¿Acaso tú, que vives en esta sociedad moderna y tecnificada te quitas un segundo los auriculares del oído para impedir que el ruido blanco en el que se ha convertido tu música te convierta en un zombie? Si la respuesta es afirmativa, entonces probablemente lo hagas para coger la última novela de pseudo historia que has comprado en la librería pensando en anestesiar tu cerebro mientras el rítmico traqueteo del metro/tren/autobús/coche te arropa y arrulla en tu voluntaria desidia vital.

No. Me niego. Ya he pasado por esto, y no quiero volver a ser un cerebro conectado en un caldo de cultivo llamado “sociedad”. Quiero volver a ser libre, y volver a sentirme vivo.

Durante unas semanas, en Sudáfrica, lo conseguí. Y gracias a eso, nada volverá a ser lo mismo.

* * *


Debo reconocer que los dos primero días en Sudáfrica resultaron un tanto decepcionantes. Johannesburgo resultó ser una ciudad realmente fea y gris, especialmente su centro urbano. La urbe adquiere algo más de color a medida que vas saliendo hacia Soweto -una antigua ciudad, ahora adherida a Joburg y convertida en un barrio de ésta-. Un color duro y violento, un color de tierra y chapa, de ladrillo rojo y cimientos macilentos. El color de la supervivencia en una tierra bella a la vez que ingrata.


La visita al museo del Apartheid empezó a interesar a mi mente, dormida un poco hasta entonces por la apatía de una visita que nos había llevado por un par de iglesias y un centro comercial, y nos había permitido conocer a los primeros nativos.

La historia del Apartheid nos permite comprender a un pueblo sumiso y solícito con el blanco, excepto cuando el alcohol hace que la rabia venza a la costumbre (por eso no es recomendable ir a los bares locales). Un sistema político que desapareció en 1994, con lo que en la práctica el pueblo negro lleva apenas 14 años liberado de una servidumbre tácita.

Johannesburgo resultó, por tanto, una ciudad interesante pero decepcionante a la vez, si tal cosa es posible. Pero todo cambió cuando llegamos a la misión. Y me di cuenta de ello gracias a las arañas.

La llegada a la misión se produjo un lunes por la noche, después de un viaje que se alargó más horas de las previstas. Allí, agotados, recibimos al fin la bienvenida de los perros que guardan la misión y de los misioneros filipinos, en ese orden. Efectivamente, así fue como conocimos a Edgar y a Aldrin. La música que sonaba era The Final Countdown de Europe en una radio local. Supongo que Rafa (nuestro cicerone en Sudáfrica) nos enseñaría la misión esa misma noche. Pero la verdad es que solo recuerdo los escorpiones y las arañas que encontramos en el baño. Cuando acepté la idea de ir a Sudáfrica, solo hice una pregunta: “¿Hay arañas?” Puede parecer una frivolidad, pero les aseguro que mi aracnofobia no es una cosa baladí. No soporto a esos bichos rápidos de ocho patas, y mucho menos si miden más de diez centímetros de diámetro. Pero allí estaban -pese a que me habían jurado que no había- los gigantescos artrópodos.


El día que me di cuenta de que me sentía en casa fue cuando aquellos bichos dejaron de importarme. Cuando decidí que iba a entrar en el baño sin mirar las esquinas de los techos. Cuando utilicé la letrina del suelo y me quedé a gusto. Y el primer día después del trabajo, cuando me duché impaciente y el agua caliente funcionó por primera vez, y cuando, una vez me hube duchado, cogí una cerveza y me senté en el salón a saborearla.

Ese fue el día que me sentí en casa por primera vez allí en Sudáfrica. Y fue al segundo día de estar en la misión. Yo era feliz y me sentía realizado. Por una vez en la vida yo giraba más deprisa que el mundo. Y lo mejor era que no giraba solo; estaba acompañado de buenos amigos y de amigos aún por descubrir.

Mención aparte merecen los tres misioneros con los que convivimos. No me imagino un grupo de personas más dispar y a la vez más complementario.


El tío Rafa proporcionaba la alegría y el arranque despreocupado, con un “Dios proveerá” que al principio nos aterraba pero que terminó por seducirnos. El clímax de esto fue cuando en el Kruger nos quedamos sin habitación por un problema con la reserva: yo no sabía lo que iba a pasar, pero estaba convencido de que esa noche no íbamos a dormir en los coches (y efectivamente, el don de lenguas del tío Rafa nos consiguió unos bungalows en un hotel teóricamente lleno del Kruger). Habrá gente que crea que el que provee es Dios. Yo pienso simplemente que es la fuerza de Rafa: el mundo entero se aparta ante un hombre que sabe adónde va.

Aldrin, por el contrario, es una persona con una personalidad marcada por el sufrimiento, a la que le ha costado volver a sonreír. De hecho, le ha costado tanto que ha decidido que ya nadie le arrebatará la sonrisa de la cara, y la exhibe en todo momento, inundando de buen humor todos los sitios por los que pasa y a todas las personas con las que se encuentra. Es, sin duda, el cura más mundano que he conocido jamás. Y la palabra mundano la utilizo en el término más apreciativo del término.

Edgar proporciona el toque de calma necesario a aquellos dos sacerdotes. Siempre de buen humor, pero con un tempo más sosegado que Aldrin y un temperamento más precavido que el de Rafa.


Si la convivencia con la gente de la misión -no solo con los misioneros, sino también con los demás compañeros- fue increíblemente mejor de lo que esperaba, las pocas palabras que conozco se me quedan cortas para intentar describir lo que fue la convivencia con las madres del comedor y los niños huérfanos y, en general, toda la gente que nos acogió con los brazos abiertos en Justicia. Unas madres que no juegan como nosotros, yuppies de ciudad, a ser caritativos, porque la caridad allí no es una virtud sino una forma de vivir y compartir. Unas mujeres que lo poco que tienen lo ceden con alegría y con una generosidad que hace que se te encoja el corazón.

Y tampoco puedo describir de forma que lo podáis interiorizar lo que te hacían sentir aquellos niños a los que tu llegada a Justicia les dibujaba una sonrisa en la cara, que te tomaban la mano con una naturalidad y un cariño que conseguía derretir en ti ese muro de distanciamiento que casi todos ponemos, consciente o inconscientemente, entre nosotros y los demás.

Qué decir de los atardeceres. Recuerdo el atardecer de la Ventana de Dios como el más espectacular que hayan visto mis ojos, con unos colores que los mejores pintores no han podido ni podrán plasmar jamás en un cuadro. Sudáfrica es, en esencia, un país salvaje en el que la naturaleza se desata con atardeceres delicados y parajes de afilada belleza.


Antes del viaje lo escribía sin saber lo certeras que iban a ser mis palabras:
“[…]Por último, me gustaría presentarme. Me llamo David, tengo 28 años, soy ingeniero informático y consultor. Si me preguntáis por qué me embarco en esta aventura, supongo que porque me parece una inmersión brutal en una cultura completamente ajena a aquella en la que estoy educado. Pienso que nosotros podemos ayudar un poco, pero me da la sensación de que ellos pueden ayudarnos a nosotros mucho más. A conocernos a nosotros mismos, y a poner las cosas en su justa perspectiva.[…]”

No hay falta insistir en el hecho de que lo que nosotros hayamos podido hacer por aquel puñado de niños y mujeres (además del comedor en sí mismo, de proporcionarles un contrapunto cultural a su habitual rutina, y de inyectarles un chute de auto-motivación), es evidentemente una nimiedad en comparación con lo que ellos han hecho por nosotros. Aparte de lo obvio, que ya intuía en la carta del 9 de junio, la realidad es que el viaje me hizo feliz. Me encanta esta palabra, porque no estoy acostumbrado a escribirla, y descubro en su caligrafía una belleza que se me había escapado hasta ahora. Estoy acostumbrado a estar contento o satisfecho, pero ¿feliz? Ahora lo estoy, gracias a Sudáfrica, gracias a las personas que encontré allí, gracias a las personas con las que fui, gracias a los misioneros que nos acompañaron, y sobre todo, gracias a la persona sin la cual el viaje no hubiese existido: Paz. Desde aquí, pese a todo lo que ha pasado o pueda pasar entre nosotros, GRACIAS. Un gran amigo me preguntaba hace poco en un comentario de este blog si tal vez éste había sido el viaje de mi vida. La respuesta es rotunda y afirmativa: estoy convencido de que es así. E, insisto, todo ha sido posible gracias a tu generosidad.

El final del viaje, con el safari a pie por el Kruger o la visita relámpago a las playas mozambiqueñas, no fue mas que el colofón a una experiencia alucinante que ni siquiera 5.000 fotos pueden dar una idea aproximada de qué fue aquello que vivimos. La vida son algo más que palabras e imágenes; la vida son sensaciones, y éstas solo son comprensibles cuando las vivimos en nuestra propia piel.


Por eso este artículo termina aquí, aún a sabiendas de que es una obra inacabada que el lector encontrará insatisfactoria. Y me rindo, porque soy incapaz de decir por qué tenía ganas de abrazar a Juan o por qué disfrutaba con los gritos de Leonor, o por qué estuve llorando cuando todos se fueron a misa el último día y yo me quedé solo en la misión, recorriéndola por última vez, intentando fijar en mis humedecidas retinas los lugares a los que el destino nos había llevado en ese verano de 2008.

Como dice el poeta, la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa. Yo quiero ofrecerte la mía, porque en su forma encontrarás, tal vez, la respuesta a por qué voy a volver a Sudáfrica cueste lo que cueste.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Dejad de leerme

Bromas aparte, toda persona que se considere inteligente debería sustituir mi feed RSS por el de Javier Malonda (http://feeds.feedburner.com/esdlv).

Leyéndolo, sientes cómo la verdad de Javier se te desparrama por encima. No sé si en un acto de onanismo supremo del que nos hace partícipes, o en un gesto de generosidad sublime.

Decidan ustedes. Pero decidan ya.

(1) http://www.elsentidodelavida.net/el-colapso-de-la-realidad

(2) http://www.elsentidodelavida.net/la-estructura-de-la-magia

(3) http://www.elsentidodelavida.net/un-mundo-dentro-de-otro

domingo, 14 de septiembre de 2008

El baile de la esvástica humana - Sudáfrica IV

A continuación les presento un vídeo inédito de Sudáfrica, en el que un energúmeno (con un curioso y fortuito parecido a mí) intenta ahogar a unos conguitos, luego hace el paso de baile del robot, continúa con una esvástica humana, y finaliza con un Saturday Night Fever apoteósico.

Impactante. Impresionante. Lamentable.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Un trozo de terruño en el exilio

En Madrid. El 24 de septiembre el Real Sporting de Gijón vuelve a la capital de España para disputar un partido de Primera División. Aunque el fútbol no me entusiasma, mal se tiene que dar para que no esté en las gradas del Santiago Bernabéu.

Y en el próximo capítulo: Galicia y el sexo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Dejad de quererme

"Deux jours a tuer" en el original francés, es una cinta de Jean Becker en la que el protagonista, Antoine, es un padre de familia y empresario de éxito que, de repente, comienza a replantearse toda su vida.

Atención, a partir de aquí esta crítica contiene SPOILERS (no leas si no quieres conocer información relevante de la película):

En una memorable secuencia en la que se mujer comienza a echarle en cara una aparente infidelidad con otra mujer, Antoine explota ante las exigencias de una explicación por parte de Cécile. Tras un par de irónicos "Pour quoi?", Antoine suelta el discurso existencialista más creíble y desazonador que he visto en una película en mucho tiempo.


Otra escena genial es la que se desarrolla durante la cena de cumpleaños de Antoine, en la que éste, en un tono cada vez más provocador y agresivo, desnuda la auténtica e hipócrita personalidad de todos y cada uno de sus amigos (o como él los llama, "como mucho conocidos"). La película explora lo que pasaría si alguien, de repente, se convirtiese en una persona brutalmente honesta: sin duda le partirían la cara.

En un tour de force, Antoine abandona a su mujer y a sus hijos y se embarca en un viaje vital en busca de sí mismo y de sus raíces. Un viaje en busca del amor y de la trascendencia, en un mundo en el que el amor escasea y la trascendencia es solo un sueño.

En definitiva, una película muy recomendable que, a pesar de un final un tanto pastelero y previsible, sostiene un discurso que no es frecuente escuchar en el cine contemporáneo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Algunas fotos - Sudáfrica III

Estoy un tanto desganado con el tema de postear, y esto merecería un artículo más amplio y comentado, pero veo que como espere a tener ganas os vais a quedar sin ver ninguna foto, así que os vinculo algunas que subí el otro día para que tengáis una primera toma de contacto con algunos aspectos del viaje.

Pinchad en la foto de abajo:
Sudáfrica

Gake no ue no Ponyo

Éste es el título de la última película del incombustible Hayao Miyazaki, que aunque había amenazado con retirarse tras "La princesa Mononoke", parece que sigue teniendo mecha para rato ("El viaje de Chihiro", "El castillo ambulante de Howl").

Gake no Ue no Ponyo tiene como protagonistas a un niño de 5 años llamado Sosuke y a Ponyo, la princesa de los peces de colores, que quiere convertirse en humana. Acaba de estrenarse con bastante éxito en algún festival de cine europeo de los que suelen pulular en el estío europeo.


La crítica de Kirai.