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martes, 29 de enero de 2013

El placer de sentirse vivo

Copio y pego la noticia de efe eme, creo que es suficientemente autoexplicativa:
Wilko Johnson, al que se le ha diagnosticado un cáncer terminal de páncreas, pasó por Radio 4 de la BBC para ser entrevistado. El exguitarrista de Dr. Feelgood dice el cáncer le ha hecho sentirse vivo. “Tuve noticia de los síntomas hace unos meses. Tenía ese bulto en el estómago. Trate de ignorarlo, esperando que desapareciese”, dijo Johnson. “Cuando fui al médico, me dijo ‘Tiene un cáncer’. Estaba bastante claro que no era operable, no había nada que pudieran hacer”. 
El diagnóstico le hizo sentir el placer de estar vivo: “Salimos de allí y sentí un júbilo de espíritu. Estás caminando y de repente estás vívidamente vivo. Estás mirando los árboles y el cielo y todo, y es ‘Guau’. Realmente soy una persona desgraciada. Me he pasado casi toda mi vida abatido con depresiones, pero esto lo ha borrado todo”. 
Johnson explicó que le quedan unos nueve o diez meses de vida y que ha rechazado la quimioterapia, que solo podría darle un par de meses extra de vida. “Solo quiero saber cuánto tiempo me voy a sentir así, que es absolutamente bien”. 
En febrero dará unos conciertos que tenía programados en Francia y cuatro noches en Sheffield, a los que seguirán en marzo una pequeña gira de despedida por el Reino Unido. “Si el cáncer se activa antes de eso, entonces no podré subir al escenario. No voy a subir al escenario pareciendo enfermo. ¡No quiero ofrecer un lamentable espectáculo!”. 
“Esta posición en que estoy es muy extraña, me siento en forma y sin embargo sé que la muerte está sobre mí. No espero una cura milagrosa. Solo espero tener el tiempo suficiente para hacer estos conciertos. Entonces seré un hombre feliz”.
Hace ocho años, Johnson perdió a su mujer, Irene, a causa de un cáncer. “Todavía soy propenso a estallar en lágrimas pensando en ella, pero nunca he llegado ni de lejos a eso al pensar en mí mismo”. 
“Este momento es simplemente fantástico, me hace sentir vivo. Simplemente al caminar por la calle me me hace sentir vivo. He tenido una vida fantástica. Cuando pienso en las cosas que me han pasado y las cosas que he hecho, creo que pedir más sería ser codicioso. No quiero ser codicioso”.

miércoles, 23 de enero de 2013

Filantropía mal entendida

En los tiempos duros es cuando las personas demostramos de qué pasta estamos hechos realmente. Es fácil dar cuando tienes mucho: a eso se le llama caridad. Sin embargo, dar cuando tienes poco es bastante más difícil: eso es la verdadera solidaridad.

El tema del voluntariado y la cooperación es algo sobre lo que he ido pensando desde que, allá por 2008, hice mi primer viaje de voluntariado a una remota región del norte de Sudáfrica llamada Mpumalanga, donde Rafa, ahora convertido en un buen amigo, tenía su misión por aquel entonces.

Llamar solidaridad a aquello que hicimos sería una exageración poética, una hipérbole literaria o, sencilla y llanamente, una patraña. Aquello lo hicimos por nosotros, por vivir y atesorar aquella experiencia en nuestras vidas, por abrirnos a otros mundos y a otras gentes, por dejar la falsificación de la vida moderna a un lado y mirar cara a cara, durante unos pocos días, a eso a lo que llamamos "Vida".

Un año más tarde repetiría aquella experiencia, pero esta vez en solitario, sin ambiciosos proyectos de construcción ni nada por el estilo. Tan solo volver a Sudáfrica adonde, un año antes, había dejado tantas huellas, y donde tantas huellas me habían tocado el alma.


Dos años más tarde le tocaría el turno a Etiopía, en otra experiencia diferente pero igual de vibrante, donde desnudamos nuestros sentimientos una vez más, donde beber una cerveza a las diez de la noche en aquel pequeño bar de Wukro era poco menos que el paraíso en la tierra.

Y aquello volvimos a hacerlo por egoísmo, por volver a reengancharnos con nosotros mismos, por probar nuestros límites o, sencillamente, por seguir creciendo.

¿Y qué?

Jamás existió nada de malo en todo ello; apenas aportábamos un pequeño grano de arena en un desierto insondable, es cierto, pero el intercambio cultural era enriquecedor para ambos lados, y la experiencia humana, también.

Sin embargo, esta semana he asistido a un voluntariado de alfabetización digital (también llamado un "curso de informática", como muy sabiamente me dijo la quinceañera que está en la entrada del Centro Social Vicente Ferrer, aquí en Madrid) en el que me he vuelto a encontrar con esa cara menos amable de la cooperación y el voluntarismo.


El curso, gestionado por la Obra Social del BBVA, es en realidad una excusa para que prejubilados y jubilados del banco tengan algún tipo de actividad cuando cuelgan la camiseta; además, genera una red social de ex-empleados que siempre es buena para la compañía; y por último es una forma de proyectar imagen de marca solidaria (lo que últimamente viene a llamarse "responsabilidad social", aunque no sea más que propaganda de todo a 100).

El percal que me encontré en la comida de confraternización de los voluntarios fue desolador: de todos los voluntarios, había dos de Citi (entre los que me encuentro), una voluntaria "veterana" del Deutsche Bank, y seis voluntarios del BBVA. Entre los voluntarios del BBVA tan solo dos seguían en activo (y de las dos que seguían en activo, una por poco tiempo).

En la comida de dos horas, la única mención que se hizo sobre el curso fue que no atendiésemos preguntas mientras el "ponente" estaba leyendo la presentación del curso. Mal empezamos cuando en un curso de alfabetización digital dirigido a inmigrantes alguien habla de "ponentes". En fin.

El resto de la comida fue un sinfín de historietas de abuelo cebolleta (en este caso los abuelos cebolletas son ex-directores de sucursales, y de ahí, pa'rriba), en los que la anécdota más divertida fue que nunca supieron el precio del menú de un restaurante de lujo al que acudían a diario, ya que la factura la cargaban a la cuenta de la sucursal.

Por supuesto, la comida estaba pagada por los fondos de la oficina de voluntarios del BBVA: calculando por lo bajo, más de 100 euros, que podrían haber servido para actualizar un material LAMENTABLE.

El día que acudí a la primera sesión, me quedé atónito cuando vi que varias transparencias de la presentación estaban DIBUJADAS A MANO y FOTOGRAFIADAS. ¡Habían incrustado en la presentación una fotografía de un papel dibujado a mano!

El resto de la clase mi sorpresa e indignación fue aumentando a medida que el "ponente" (mal nombre para un jubilado septuagenario con conocimientos mediocres de informática) iba multiplicando números para informar a los pocos alumnos que habían acudido (recordad: inmigrantes de cuarenta o cincuenta años en busca de empleo) de cuántos bits tenía su pendrive del BBVA de 2 GB. Verídico.

En los 15 ó 20 minutos de prácticas que hubo en las dos horas (ya que el resto de la clase fue teórica), comprobé que efectivamente había gente que había ido allí para poder acceder a una bolsa de empleo de Pueblos Unidos, pero otras personas tenían verdadero interés por aprovechar el curso. Interés que fue inmediatamente desmontado cuando el "ponente" se pasó los primeros 10 minutos de la iniciación a Internet salmodiando los peligros de Internet y poco menos que, si entraban en una página, se iban a quedar ciegos. Como las pajas.

Fue en ese momento cuando agradecí que, pese a mis reiterados intentos por asistir como voluntario los ocho días del curso para que no existiese mucha rotación de profesores (y que los alumnos tuviesen una enseñanza de mayor calidad) solo me hubiesen asignado dos días. Lo agradecí porque, en caso de haber ido a más clases con aquel "ponente", temo que hubiese acabado asesinándolo.

Para honrar a la verdad, debo decir que la clase de esta semana la dio otro jubilado llamado Ángel, de una forma bastante más práctica, didáctica y dirigida a los verdaderos intereses de un colectivo de inmigrantes (sudamericanos la mayoría) con necesidades de búsqueda de empleo, comunicación con sus familiares y envío de remesas.

Para colmo, parece que el jueves habrá unas cañas después de la última clase, y reparto de regalos entre los voluntarios.



Todo lo que he descrito anteriormente refleja esa filantropía mal entendida, en la que se busca la autorrealización del voluntario a costa del beneficio del colectivo al que va dirigida la ayuda. Esa aberración, que está en la base de lo que muchos llamamos "lavado de conciencias" es máxima cuando el lavado de conciencia no beneficia al colectivo destinatario sino que incluso lo perjudica. Y ese "lavado de conciencia", en pleno siglo XXI, va unido a lo que llamaba anteriormente "responsabilidad social", "imagen de marca" u "obra social", término con el que muchas megacorporaciones actuales (bancos, aseguradoras, cajas, eléctricas, retailers... todos sabemos de quiénes estamos hablando) se llenan últimamente la boca. En un mundo hipercompetitivo como el actual, solo existen dos formas de diferenciarse de la competencia: por precio o por calidad. Y no todo el mundo está en condiciones de diferenciarse en precio, de manera que muchas empresas invierten porcentajes elevadísimos de su presupuesto en crear y vender una imagen de marca.

Lamentablemente, detrás de casi todos los problemas del mundo actual se encuentran las megacorporaciones y el enorme problema de la globalización económica: solo sobreviven los más gordos, y por eso se han dedicado los últimos veinte o treinta años a comerse entre ellos. Ahora solo quedan los gigantes, con los que nadie puede enfrentarse.

Estamos en sus putas manos. Lo malo no es que nos meen encima y nos digan que llueve. Lo jodidamente inquietante es que nos lo creamos.

En fin, si este artículo te ha ayudado a abrir un poco los ojos con la obra social de algunas compañías, al menos habrá servido para algo.

Por fortuna, recuerda que lo que he relatado es la excepción a la norma: en plena crisis económica siguen existiendo miles de voluntarios y cooperantes que dedican sus recursos, esfuerzos y tiempo libre a intentar que este mundo sea más justo. Al fin y al cabo, tenemos que recordar que por mal que nos parezca que lo estamos pasando, hay gente que está infinitamente peor. Por eso, darles algo de nuestro tiempo o de lo que nos sobra no es solidaridad: es simple y llanamente un ejercicio de justicia elemental.