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domingo, 24 de enero de 2021

Una aventura de adopción - Capítulo 3: Disponibilidad

Como comentaba en capítulos anteriores, nuestro deseo de formar una familia nos hizo abrir expediente en la doble vía de adopción: la nacional (AN) y la internacional (AI). 

Intuitivamente, uno pensaría que hay mayores posibilidades de adoptar un niño o una niña procedente de un país subdesarrollado o en vías de desarrollo, donde los niños en situación de desamparo no consiguen encontrar un hogar en su propio país. Aunque poco deseable (por el desarraigo que supone en los niños) la salida de niños hacia otros países había experimentado una explosión desde los 90 hasta alcanzar un pico en 2004, cuando se adoptaron un total de 45.000 niños en todo el mundo por esta vía. 

Intuitivamente, en un país como España, parece lógico pensar que las situaciones de desamparo son muchísimo menores, y reconducibles a una normalización en la mayoría de los casos. De hecho, en muchas CCAA la recepción de expedientes para una adopción nacional lleva casi una década paralizada, a la espera de ir dando salida y reduciendo el número de los expedientes abiertos, para evitar una acumulación geométricamente progresiva de nuevas solicitudes. De hecho, y esto es interesante, la adopción nacional es en realidad "adopción regional", puesto que los niños de una CCAA con resolución judicial de adoptabilidad van a irse, en principio, con familias residentes y que han abierto expediente en esa misma CCAA (salvo raras excepciones en las que un distanciamiento geográfico es recomendable con criterio técnico).

Justo después de la formación nos llamaron para asistir a una reunión en la que una de las técnicos del servicio de adopción nacional se encargaba de explicarnos a un grupo de familias que habíamos abierto expediente de AN recientemente lo que era la "disponibilidad". 

Dado el gran número de expedientes abiertos de familias adoptantes y el escaso número de niños/as en situación de adoptabilidad, en el servicio de AN de nuestra CCAA solo se realizan valoraciones si existe un encaje previo con algún caso. Y para poder determinar el encaje, es necesario que las familias realicen un cuestionario de disponibilidad, que consiste básicamente en decidir para qué tipo de niño/a uno se considera que está preparado como futuro padre o madre. 

Éste sin duda es uno de los retos más difíciles a los que enfrenta cualquier familia con deseos de adoptar, puesto que una mayor disponibilidad aumenta las probabilidades de encaje; y ése deseo puede ser más fuerte que la realidad de lo que uno está, en realidad, preparado para soportar.  

Entre las características de disponibilidad se pregunta un amplio abanico de características: edad, nº de hermanos a adoptar, relación con la familia biológica (otros hermanos, abuelos, tíos), etnia, enfermedades del niño (físicas o mentales), retrasos madurativos, enfermedades psicológicas u otros problemas de los padres que pudieran tener consecuencias en sus hijos (drogadicciones, etc), conocimiento de que el/la niño/a haya sido sometido a abusos sexuales o maltratos... pasando por la posibilidad de las adopciones "especiales", donde los problemas de salud del niño/a son graves (cardiopatías, síndromes de espectro autista, malformaciones, etc). 

El cuestionario de disponibilidad es, por tanto, un cuestionario de varias páginas en las que s pregunta, una a una, la disponibilidad para aceptar a un niño/a con cada una de estas características. Cada pregunta supone horas de investigación y/o consulta a algún médico (¿qué enfermedades tienen cura o están cronificadas? ¿son reversibles? ¿cuál es la probabilidad de supervivencia? ¿qué va a suponer en el día a día?)... pero sobre todo de inttrospección: ¿realmente me encuentro preparado para esto?

Una quimera, porque aunque uno se considere teóricamente preparado para algo, la realidad luego se encarga de ponerle a cada uno en su sitio. Y viceversa: a veces uno considera que "no vale" y la vida se encarga de demostrar lo contrario.

Para muestra un botón. Prestad atención a tres cosas pra las que, como insensatos, señalamos que estábamos preparados: adopción de hermanos, hasta 6 años de edad (72 meses) y con retraso madurativo reversible.   

Tras un fin de semana de reflexión, entregamos el cuestionario de disponibilidad para Adopción Nacional con una mezcla de esperanza, nerviosismo e ilución. A las pocas semanas, sin embargo, nos llamó alguien del equipo de Adopción Internacional para decir que, por estricto orden cronológico de apertura de expedioente. nos iban a valorar. 

Nos citaron un viernes a las 9:00 am en Servicios Sociales. No teníamos ni puta idea de a lo que nos enfrentábamos. 


miércoles, 20 de enero de 2021

Una aventura de adopción - Capítulo 2: Formación

Antes de que la vorágine de un repleto y cansado día a día me vuelva a tragar y a escupir de nuevo, voy a intentar aprovechar los pocos minutos de descanso que encuentre en estas últimas semanas de vacaciones para plasmar, con trazo grueso, cómo ha sido el inicio de esta maravillosa y extenuante aventura.

Sí, lo habréis adivinado. El de 2018 fue finalmente el último verano... al menos por el momento.

Entregamos los papeles para la doble vía de adopción (nacional e internacional) a principios de noviembre de 2017. En nuestra comunidad autónoma, los Servicios Sociales y de protección al menor tienen 6 meses para dar una respuesta administrativa. A finales de abril nos llegó una carta por la que esa respuesta se prorrogaba durante otros 6 meses. Y en mayo nos llegó otra carta para citarnos a una formación obligatoria: 5 viernes consecutivos, de 16:00 a 20:30, durante mayo y parte de junio, con un pre-aviso de 10 días aproximadamente. La mayoría de los fines de semana ya teníamos planes agendados. Al final solamente mantuvimos un viaje a Londres (cuyo vuelo y hotel ya teníamos pagados) y el resto de los planes los tuvimos que cancelar.

El primer viernes que llegamos al lugar donde se celebraba la formación fue un tanto extraño. El edificio estaba cerrado y varias parejas estábamos fuera deambulando, mirándonos de reojo sin saber si todas íbamos al mismo encuentro. Alguna pequeña charla nerviosa; parece que sí...

Cuando llegamos a la sala ya adivinamos de qué va el percal. Las sillas haciendo un círculo nos hacen saber que aquello no va a ser una charla unidireccional. Enseguida empezamos a entender las dinámicas de las sesiones; no se trata tanto de reproducir un discurso formativo, sino de que las personas que estábamos en aquella sala nos diéramos cuenta de lo que implicaba el proceso de adopción en el que nos acabábamos de embarcar; de cuál era la realidad de la que venían los niños susceptibles de ser adoptados; de los posibles comportamientos que podían acompañar al niño tras la llegada a casa (fruto de una situación de abandono, desamparo o desprotección en un primer momento, y de una institucionalización -en muchos casos de larga duración- después), y de cuáles eran las herramientas que debíamos ir adquiriendo para hacer frente a esos comportamientos o situaciones; de las posibles enfermedades que podían tener los niños; de los derechos de los niños adoptados a saber cuál es su origen... En definitiva, las diferentes y múltiples realidades a las que tendríamos que irnos enfrentando antes o después.

Todos estos contenidos fueron trabajados de forma individual o en grupos, haciendo sesiones de debate y diferentes dinámicas de grupo. Después de cada sesión llegaba el momento de reflexionar en pareja (o a solas -en caso de los expedientes mono-parentales) sobre cada faceta aprendida en el curso.

En mi caso particular, tengo que reconocer que yo no era consciente de la mayoría de las situaciones y problemáticas que se plantean con niños adoptados. En mi mente, un niño adoptado solo era una vía más para poder ser padre. Solo cuando te golpean en la cara con la realidad de esos niños es cuando uno se da cuenta de que la adopción es el último recurso de unos Servicios Sociales y de Protección al Menor. Y uno se da cuenta de que su "necesidad de ser papá o mamá" es coyuntural, y que lo realmente importante es que esos niños puedan tener una infancia "normalizada" en un entorno seguro y amoroso con sus necesidades básicas cubiertas. A Servicios Sociales no le interesa solucionar tus problemas de infertilidad (para eso está la Seguridad Social -nuestra aventura ahí también merecería otra serie de artículos); lo único que le interesa de ti es que puedas llegar a ser un buen padre o una buena madre para un niño o unos niños en situación de desamparo.

Porque no debemos hacernos una falsa idea con este tema. La verdadera razón para adoptar a un niño ES y DEBE SER el deseo de ser padres. Porque "padres" es lo que necesita un niño: no necesita a una ONG que le acoja por hacer una "buena acción". Y por supuesto ese deseo de ser padres tiene que ser sano: cualquier herida producida por una hipotética maternidad biológica frustrada tiene que estar cerrada, y el duelo superado.

Estas realidades de los niños se ven agravadas en el caso de la Adopción Internacional (AI). Si en España la adopción es el último recurso de un sistema de protección al menor, es razonable pensar que una adopción internacional (en la que se desarraiga al niño no solo de los hogares que ha ido conociendo, sino también de su idioma y de su cultura) es una solución extrema para casos extremos. Por eso uno de los aspectos en los que más reincidió el curso fue en analizar, pensar, reflexionar y empatizar con las características de esos niños para los que no hay salida en su país de origen. Dependiendo del país las características pueden ser muy diferentes, no haré un listado aquí. Pero es una reflexión interesante el imaginarse qué problemas puede haber en países tan diferentes como India, Hungría, Rusia, Vietnam...

Y no estamos hablando de adopciones especiales (en las que el niño pueda tener enfermedades graves -cardiopatías, sordera, problemas mentales graves...) sino de adopciones de menores que, sin tener ninguna de las enfermedades del lote que integran las "adopciones especiales", pueden llegar a tener un buen cocktail de otras cosas: eneuresis, síndrome de abstinencia, retrasos madurativos (en mayor o menor grado), problemas de aprendizaje, rechazo al contacto físico, regresiones, incontinencia fecal... A lo que hay que sumar los antecedentes conocidos (tanto de la situación que originó la retirada de custodia, como los antecedentes médicos/psiquiátricos de los progenitores).

En mi caso, como decía antes, la formación fue muy importante porque me hizo aterrizar de verdad en la aventura en la que nos estábamos adentrando, y replantearme si realmente el destino merecía aquel camino de espinas que se nos estaba describiendo y que, no me cabía duda, era más realista que la imagen idílica que yo tenía hasta ese momento de lo que era un proceso de adopción de un menor. Fueron tardes de reflexionar en el curso, pero sobre todo fuera de él, en largas conversaciones con mi mujer que llenaban las noches de los viernes y del resto del fin de semana.

...

miércoles, 13 de enero de 2021

Una aventura de adopción - Capítulo 1: ¿Ser padres?

Hace unos días mi hijo cumplió 3 años y hace poco más de 6 años que tomamos la Decisión (la de ser padres, claro; ninguna otra decisión puede ir en mayúsculas excepto ésa). Así que a poco que uno sepa restar y conozca la duración del período gestacional en humanos, se podría pensar que no nos fue mal del todo. 

Nada más lejos de la realidad. La aventura de la paternidad ha sido está siendo el viaje más arduo en el que me he embarcado y estos últimos años han parecido a la vez (si eso pudiera ser posible) siglos y segundos. 


Uno

Para entender nuestra aventura habría que retrotraerse a octubre de 2014, cuando mi mujer y yo nos casamos cuando aún no convivíamos, puesto que yo aún vivía y trabajaba en Madrid y ella en Asturias. La decisión de casarnos en esa situación fue alentada por la necesidad de tener derechos que una pareja de hecho no podría tener (puesto que en nuestra situación era imposible justificar convivencia). 

En julio de 2015 yo me cambié de trabajo y regresé, después de diez años, a la tierra que me vio nacer, en un cambio de órbita que ya dejé reflejado en este blog en su momento. En esos meses intermedios nuestra convicción de ser padres fue creciendo, poco a poco.

Yo nunca he sido una persona que tuviese un especial interés en la paternidad. De hecho, a día de hoy sigo pensando que soy bastante infantil, inmaduro, impaciente y tranquilo. Creo que ninguno de esos adjetivos casa demasiado bien con la idea de padre educador, maduro, con paciencia y dispuesto a que le trastoquen la vida de arriba a abajo. En 2003 escribí mi apostasía y un año antes estaba mirando para asociarme a VHEMT, el movimiento para le extinción humana voluntaria, que solo contemplaba la adopción como única vía para satisfacer el deseo de ser padre. Podemos decir que era un tipo raro, vaya. 

Recuerdo que en su momento estaba bastante de acuerdo en la descripción de las razones egoístas por las que la gente quería tener hijos, esgrimidas por VHEMT: la necesidad de perdurar en el recuerdo o en los genes de los hijos (trascendencia), el hecho de tener un bebé ("dar amor"), el poder modelar una "copia" de nosotros mismos, la presión social y/o familiar, la enculturación, la religición, el retorno a la infancia a través de los ojos de un hijo, filantropía social (regeneración demográfica), etc. Un conjunto de estas razones es lo que provocaría, según VHEMT, que la gente, en determinado momento de sus vidas, tomara la decisión de querer tener hijos. Y yo mismo, a lo largo de muchos años, me he ido haciendo esta pregunta una y otra vez (y también se la he hecho a mis amigos, tanto a los que ya los tenían como a los que no): ¿por qué quieres/has querido tener hijos? 

Que la respuesta a esta pregunta sea más o menos egoísta no tiene importancia alguna. Creo que lo lícito, diría que lo importante, es el propio hecho de poder plantearse la pregunta. Mirar cara a cara la posibilidad de ser padre y plantearse si eso es lo que uno quiere (con todas las renuncias que supone) y, en cualquier caso, intentar ser lo más coherente posible con nuestro ecosistema de valores y creencias.  

En mi caso creo que la respuesta a esta pregunta es una mezcla de existencialismo vital ("ya que la voy a diñar, me gustaría dejar algo en este mundo") y una necesidad de cambio de órbita. Cuando uno ya ha viajado, ha trabajado en varios sitios, está casado y tiene a su alcance todo el ocio que pueda querer, parece que esa necesidad de "algo más" surge inevitablemente. O al menos así sucedió en mi caso. 

Y así fue como, a lo largo de 2014, fue madurando en nosotros la convicción de intentar ser padres. 


Dos

Con esa convicción, mi mujer dejó de tomar la píldora y nos enfrentamos a unos meses de nervios e incertidumbre. Compramos una caja de "predictors" en Amazon y mes tras mes, y con alguna falsa alarma que otra (y tengo que reconocer que tras cada falsa alarma me embargaba una simultánea sensación de decepción y alivio), fuimos descubriendo juntos que la paternidad iba a ser un reto mayor de lo esperado. 

Tras un año de intentos infructuosos, decidimos buscar ayuda en una clínica privada de fertilidad (a la vez que abríamos la vía a través de la Sanidad Pública, donde llegamos a asistir a una única cita). La sospecha de una nueva endometriosis (mi mujer la había padecido diez años antes, y había tenido que ser operada para hacerle una limpieza en la que se le retiró un ovario) nos hizo afrontar este nuevo camino con esperanzas contenidas. En la primera reunión en la clínica, la manifestada sospecha de endometriosis hizo que la propia doctora redujera nuestras expectativas. Quedaba bastante descartada la vía de inseminación artificial y cogía fuerza la vía de la fecundación in-vitro, y entramos en una rueda de pruebas: ecografías, analíticas, genotipos, espermiograma, histerosalpingografía... En esta última prueba las trompas de falopio aparecieron dilatadas y con líquido, lo cual disminuía las posibilidades de implantación. Se decidió retirar las trompas, en aras de maximizar las posibilidades de una in-vitro. 

Ese verano participamos en el programa Vacaciones en Paz, y un niño saharaui de 10 años vino a pasar los meses de julio y agosto con nosotros. Fue un verano cansado pero excitante, aunque a finales de verano los dolores menstruales de mi mujer se agudizaron. 

A los tres días del regreso del niño a los campamentos saharauis de Argelia, falleció la abuela de mi mujer, y unos pocos días después estaba programada la operación de retirada de las trompas de falopio. Una operación que debía ser sencilla y mediante técnica de lamparoscopia, se convirtió en una cirugía abierta al detectarse en medio de la operación una endometriosis que afectaba a todos los órganos de la cavidad abdominal: ovarios, trompas, vejiga... e incluso estómago e intestinos. Aunque la cirugía salió bien, se produjo una infección no tratada que derivó en una sepsis abdominal grave. Mi mujer tuvo que ser trasladada en ambulancia al hospital público más cercano, y tras varios días con antibióticos de tercera generación y no disminuir la sepsis, tuvo que ser operada de nuevo de urgencia para hacer un limpiado manual de la infección, y drenada durante varios días. 

Era octubre de 2016. Habíamos pasado un total de 27 días en el hospital y mi mujer pesaba15 kilos menos. 


Tres

Así fue cómo, tras ver de cerca la muerte y darnos cuenta de qué cosas considerábamos verdaderamente importantes, el deseo de la paternidad biológica se esfumó. Sin duelo, sin dolor. Porque cuando el abismo te mira, todo lo demás se pone en perspectiva y deja de ser importante. Y lo inteligente no es luchar, sino escuchar lo que el Universo nos está diciendo y asumirlo con paz. 

Lo importante éramos nosotros. Estar vivos. Querernos. Disfrutarnos.

La puerta de la paternidad biológica se cerraba. Con los antecedentes de endometriosis de mi mujer y su necrosis de cadera, era una puerta que nunca debería haberse abierto. 

Y otra puerta se abría. Una que siempre había estado allí. Ya en 2002, cuando yo leía los manifiestos de VHEMT y mi mujer asistía a alguna reunión. 

Adopción. 

sábado, 9 de enero de 2021

La aventura de "El mandaloriano": ¿una nueva esperanza para la franquicia Star Wars?

 Nada del universo Star Wars me ha llamado la atención especialmente desde que el estudio del ratón le compró la franquicia a George Lucas, y J. J. Abrams perpetró el refrito comúnmente conocido como "Star Wars VII: El despertar de la fuerza". Otros vendrán que bueno te harán, podría haber pensado en ese momento George Lucas de su segunda trilogía. O incluso Abrams tras el estreno del episodio VIII, un despropósito de envergaduras épicas... que a su vez se vería superado por el episodio IX, un cierre inmerecido a una saga de personajes con la que hemos crecido y que han alimentado nuestros sueños de universos fantásticos, princesas y caballeros oscuros.

Reconozco que he mentido. Sí ha habido una película de Star Wars que me ha gustado en estos último años, y ha sido "Rogue One". Por fin una película en la que no se destruye una estrella de la muerte, o una segunda estrella de la muerte, o una tercera de la muerte... Por fin una película en la que no se conduce a los personajes a un arco narrativo forzado. Por fin una película en el que el desenlace, siendo épico, es a la vez trágico para unos personajes ajenos al canon y que, no obstante, lo enriquecen. 

Una película cuyo macguffin narrativo es, a grandes rasgos, rellenar un hueco que a todas luces no era necesario rellenar. Y a pesar de eso funciona como un reloj; o quizá precisamente por eso: porque es una argucia narrativa tras la que se esconde una película "pequeña" en el arco narrativo de la saga. En el episodio IV a nadie le importa demasiado quiénes son los que roban los planos de la (primera) estrella de la muerte. Y sin embargo, en Rogue One los personajes nos importan. Porque lo importante no es seguir expandiendo el universo. Lo importante, y siempre lo hemos sabido, son los personajes y que consigan funcionar en un universo fantástico, epatante, que consigan que suspendamos la incredulidad ante lo imposible y que nos creamos sus conflictos y sean estos los que no sumerjan en la AVENTURA. 

Probablemente lo que más recuerda la gente de "Rogue One" son sus últimos segundos, ese momento mágico de conexión en el que se funde esta aventura de Star Wars con el universo clásico, cuando a los que peinamos canas nos recorre un escalofrío de regreso a la infancia (a pesar del valle inquietante).  


Y probablemente eso mismo va a pasar con la segunda temporada de "El mandaloriano" en el imaginario popular. Sus minutos finales, en palabras de amigos míos, son "para correrse del gusto". Otra vez un momento escalofriantemente familiar de regreso a la infancia, casi sinestésico en el que creo que pude percibir olores de la infancia (así funciona el cerebro). Como en "Rogue One", "El mandaloriano" cierre su segunda y magnífica temporada uniendo el universo desarrollado por el guionista Jon Favreau con el universo clásico original de Star Wars, rescatando digitalmente a uno de sus personajes principales. 

Siendo honestos, lo cierto es que una vez que la serie le da al espectador las pistas necesarias para datar el momento en el que transcurre la acción, el final es casi inevitable y se puede intuir a poco que uno sea conocedor de la saga y sepa contar con los dedos de una mano. Lo cual no lo minusvalora; muy al contrario, indica que todas las piezas del puzle encajan y no hay pistas falsas para buscar un final sorpresa.

Más allá del desenlace, precisamente ése es uno de los mejores aciertos de la serie: las piezas son las justas y necesarias. Alejándose de series en las que los capítulos intermedios son absolutamente prescindibles y poco más que espuma de relleno, en "El mandaloriano" todos los capítulos tienen algo importante (un personaje, una pista, una flecha amarilla en el camino) que nos acercan al único desenlace posible. 

Y a pesar de todo, cada capítulo funciona perfectamente por sí solo, como un cómic de grapa en el que se narra una aventura autoconclusiva (los maravillosos concept art de los créditos finales ahondan en esa misma idea). Aventuras extraordinarias que nos llevan a desiertos con dragones de arena gigantes, océanos plagados de piratas, planetas boscosos poblados de gigantescos animales pre-diluvianos, pueblos mineros sacados del antiguo Oeste americano pero con blásters en lugar de revólveres, batallas espaciales... Auténticas AVENTURAS. Todas ellas gracias a personajes que enamoran, entrañables, duros, cínicos, idealistas (¿les suena?) encarnados por actores y actrices ya entrados en años (vamos, que no hay ningún adolescente hostiable en esta serie) y que podemos intuir que son fans de la saga (véase el cameo de Werner Herzog (¡¿?!), el propio Titus Welliver -famoso por interpretar al detective Bosch en la serie homónima- encarnando a un capitán imperial, o Kate Sackhoff -la Starbuck de Battlestar Galactica). 


Ésa es la gran genialidad de "El mandaloriano": su modesta intención de acercanos a la esencia del espíritu space-ópera de aventura del Star Wars original con buenos guiones condensados en píldoras de 30 minutos, con un arco narrativo sencillo pero muy eficaz, y jugando constantemente con el espectador en guiños divertidos (incluso irreverentes) al propio universo, que lo hacen tremendamente disfrutable para cualquiera, pero una auténtica reconciliación catártica para el fan de Star Wars que se ha sentido frustrado y estafado con casi todo lo que se ha hecho de este universo en los últimos 20 ó 30 años. 

Por si todo lo anterior les pareciera poco, "El mandaloriano" tiene una característica adicional que a mí, muy personalmente, me ha tocado de cerca, que es el acercamiento que hace al tema de la adopción y del apego, puesto que mi hijo también es adoptado. El desarrollo del arco narrativo que comentaba anteriormente es, sencillamente, el apego que se genera cuando se desarrolla un vínculo afectivo con un hijo adoptivo . Y ese apego hace que Mando, el protagonista de la serie, traicione todo lo que ha sido y todos sus ideales por proteger a ese hijo (aunque sea verde, un orejotas y se coma todo lo que encuentra). 


Al documentarme para escribir este artículo, descubro sorprendido que va a haber una tercera temporada de "El mandaloriano". Lo cierto es que el cierre de la segunda temporada, en mi opinión, es perfecto para cerrar el arco narrativo planteado en toda la serie y unir este trozo del universo Star Wars con el resto (mediante la argucia digital comentada anteriormente). Ojalá el nivel de esta tercera (y posteriores temporadas) estén a la altura de los 16 episodios rodados hasta ahora y que nos han hecho recobrar a más de uno la fe en el universo Star Wars.