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miércoles, 13 de enero de 2021

Una aventura de adopción - Capítulo 1: ¿Ser padres?

Hace unos días mi hijo cumplió 3 años y hace poco más de 6 años que tomamos la Decisión (la de ser padres, claro; ninguna otra decisión puede ir en mayúsculas excepto ésa). Así que a poco que uno sepa restar y conozca la duración del período gestacional en humanos, se podría pensar que no nos fue mal del todo. 

Nada más lejos de la realidad. La aventura de la paternidad ha sido está siendo el viaje más arduo en el que me he embarcado y estos últimos años han parecido a la vez (si eso pudiera ser posible) siglos y segundos. 


Uno

Para entender nuestra aventura habría que retrotraerse a octubre de 2014, cuando mi mujer y yo nos casamos cuando aún no convivíamos, puesto que yo aún vivía y trabajaba en Madrid y ella en Asturias. La decisión de casarnos en esa situación fue alentada por la necesidad de tener derechos que una pareja de hecho no podría tener (puesto que en nuestra situación era imposible justificar convivencia). 

En julio de 2015 yo me cambié de trabajo y regresé, después de diez años, a la tierra que me vio nacer, en un cambio de órbita que ya dejé reflejado en este blog en su momento. En esos meses intermedios nuestra convicción de ser padres fue creciendo, poco a poco.

Yo nunca he sido una persona que tuviese un especial interés en la paternidad. De hecho, a día de hoy sigo pensando que soy bastante infantil, inmaduro, impaciente y tranquilo. Creo que ninguno de esos adjetivos casa demasiado bien con la idea de padre educador, maduro, con paciencia y dispuesto a que le trastoquen la vida de arriba a abajo. En 2003 escribí mi apostasía y un año antes estaba mirando para asociarme a VHEMT, el movimiento para le extinción humana voluntaria, que solo contemplaba la adopción como única vía para satisfacer el deseo de ser padre. Podemos decir que era un tipo raro, vaya. 

Recuerdo que en su momento estaba bastante de acuerdo en la descripción de las razones egoístas por las que la gente quería tener hijos, esgrimidas por VHEMT: la necesidad de perdurar en el recuerdo o en los genes de los hijos (trascendencia), el hecho de tener un bebé ("dar amor"), el poder modelar una "copia" de nosotros mismos, la presión social y/o familiar, la enculturación, la religición, el retorno a la infancia a través de los ojos de un hijo, filantropía social (regeneración demográfica), etc. Un conjunto de estas razones es lo que provocaría, según VHEMT, que la gente, en determinado momento de sus vidas, tomara la decisión de querer tener hijos. Y yo mismo, a lo largo de muchos años, me he ido haciendo esta pregunta una y otra vez (y también se la he hecho a mis amigos, tanto a los que ya los tenían como a los que no): ¿por qué quieres/has querido tener hijos? 

Que la respuesta a esta pregunta sea más o menos egoísta no tiene importancia alguna. Creo que lo lícito, diría que lo importante, es el propio hecho de poder plantearse la pregunta. Mirar cara a cara la posibilidad de ser padre y plantearse si eso es lo que uno quiere (con todas las renuncias que supone) y, en cualquier caso, intentar ser lo más coherente posible con nuestro ecosistema de valores y creencias.  

En mi caso creo que la respuesta a esta pregunta es una mezcla de existencialismo vital ("ya que la voy a diñar, me gustaría dejar algo en este mundo") y una necesidad de cambio de órbita. Cuando uno ya ha viajado, ha trabajado en varios sitios, está casado y tiene a su alcance todo el ocio que pueda querer, parece que esa necesidad de "algo más" surge inevitablemente. O al menos así sucedió en mi caso. 

Y así fue como, a lo largo de 2014, fue madurando en nosotros la convicción de intentar ser padres. 


Dos

Con esa convicción, mi mujer dejó de tomar la píldora y nos enfrentamos a unos meses de nervios e incertidumbre. Compramos una caja de "predictors" en Amazon y mes tras mes, y con alguna falsa alarma que otra (y tengo que reconocer que tras cada falsa alarma me embargaba una simultánea sensación de decepción y alivio), fuimos descubriendo juntos que la paternidad iba a ser un reto mayor de lo esperado. 

Tras un año de intentos infructuosos, decidimos buscar ayuda en una clínica privada de fertilidad (a la vez que abríamos la vía a través de la Sanidad Pública, donde llegamos a asistir a una única cita). La sospecha de una nueva endometriosis (mi mujer la había padecido diez años antes, y había tenido que ser operada para hacerle una limpieza en la que se le retiró un ovario) nos hizo afrontar este nuevo camino con esperanzas contenidas. En la primera reunión en la clínica, la manifestada sospecha de endometriosis hizo que la propia doctora redujera nuestras expectativas. Quedaba bastante descartada la vía de inseminación artificial y cogía fuerza la vía de la fecundación in-vitro, y entramos en una rueda de pruebas: ecografías, analíticas, genotipos, espermiograma, histerosalpingografía... En esta última prueba las trompas de falopio aparecieron dilatadas y con líquido, lo cual disminuía las posibilidades de implantación. Se decidió retirar las trompas, en aras de maximizar las posibilidades de una in-vitro. 

Ese verano participamos en el programa Vacaciones en Paz, y un niño saharaui de 10 años vino a pasar los meses de julio y agosto con nosotros. Fue un verano cansado pero excitante, aunque a finales de verano los dolores menstruales de mi mujer se agudizaron. 

A los tres días del regreso del niño a los campamentos saharauis de Argelia, falleció la abuela de mi mujer, y unos pocos días después estaba programada la operación de retirada de las trompas de falopio. Una operación que debía ser sencilla y mediante técnica de lamparoscopia, se convirtió en una cirugía abierta al detectarse en medio de la operación una endometriosis que afectaba a todos los órganos de la cavidad abdominal: ovarios, trompas, vejiga... e incluso estómago e intestinos. Aunque la cirugía salió bien, se produjo una infección no tratada que derivó en una sepsis abdominal grave. Mi mujer tuvo que ser trasladada en ambulancia al hospital público más cercano, y tras varios días con antibióticos de tercera generación y no disminuir la sepsis, tuvo que ser operada de nuevo de urgencia para hacer un limpiado manual de la infección, y drenada durante varios días. 

Era octubre de 2016. Habíamos pasado un total de 27 días en el hospital y mi mujer pesaba15 kilos menos. 


Tres

Así fue cómo, tras ver de cerca la muerte y darnos cuenta de qué cosas considerábamos verdaderamente importantes, el deseo de la paternidad biológica se esfumó. Sin duelo, sin dolor. Porque cuando el abismo te mira, todo lo demás se pone en perspectiva y deja de ser importante. Y lo inteligente no es luchar, sino escuchar lo que el Universo nos está diciendo y asumirlo con paz. 

Lo importante éramos nosotros. Estar vivos. Querernos. Disfrutarnos.

La puerta de la paternidad biológica se cerraba. Con los antecedentes de endometriosis de mi mujer y su necrosis de cadera, era una puerta que nunca debería haberse abierto. 

Y otra puerta se abría. Una que siempre había estado allí. Ya en 2002, cuando yo leía los manifiestos de VHEMT y mi mujer asistía a alguna reunión. 

Adopción. 

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