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lunes, 7 de julio de 2014

Desmontando el ERA

Estamos viviendo tiempos de cambios, y el mayor cambio es que por fin estamos empezando a creernos que algunas cosas están cambiando, tal vez para siempre; concretamente, estamos empezando a darnos cuenta de que el sueño de socialismo colectivista en el que algunos creían vivir, se está viniendo a bajo y se están destapando sus debilidades y miserias.

Uno de los casos más flagrantes lo estamos viviendo en mi familia en nuestras propias carnes. Tras una reunión con una trabajadora del ERA (Establecimientos Residenciales de Asturias, o lo que es lo mismo, las Residencias Públicas para ancianos) de la Residencia en la que mi abuela lleva residiendo 21 años, nos estamos enterando de que, aunque mi abuela paga el 75% de su pensión de viudedad al ERA, lo que falta para cubrir el coste de la plaza (más de 1.400€ para una plaza de nivel 3 de dependencia) no es "condonado" por las arcas del Estado ni por las del Gobierno Autonómico, sino que se acumula una deuda que, a día de hoy, en el caso de mi abuela roza los 140.000€. Echen las cuentas: 21 años x 1.000€ de deuda ¡mensual! (mi abuela cobra una pensión de viudedad que no llega a los 600€).

Consecuencia: tras la descentralización de competencias, las administraciones regionales que no tienen dinero están empezando a reclamar las deudas de personas fallecidas a los herederos de las mismas. Tiempo atrás, en vacas gordas, este tipo de deudas se condonaban. Ahora se reclaman las cuentas bancarias, se realizan amortizaciones parciales, se reclaman pisos puestos en garantía. Y si aún así los bienes del fallecido son insuficientes, los herederos tienen que cubrir el resto de la deuda.

Imagínate que tu padre fallece tras llevar 20 años en una residencia, y que lo que heredas sea una deuda de 200.000€. Ésa es la situación a la que se están enfrentando en estos días muchas familias asturianas, acuciadas por reclamaciones del ERA de la deuda generada por sus familiares fallecidos.

Si muchos seguís sin creer esto que os estoy diciendo, podéis consultar el BOPA, donde incluso hay disponible un modelo de contrato.

¿La solución? Tras pasar por un prestigioso bufete de abogados de Oviedo, parece que la mejor opción pasa por heredar a "beneficio de inventario", una fórmula jurídica que, en caso de que la herencia conlleve una deuda, ésta solo pueda ser pagada (total o parcialmente) con el inventario de bienes de la persona fallecida, y nunca con bienes de los herederos. Otra opción, algo más engorrosa, es una renuncia total a la herencia, aunque en este caso (a) deben renunciar todas las generaciones de herederos (hijos, nietos y hermanos de la persona fallecida y (b) el ERA puede abrir una instancia judicial para posicionarse como heredero, y evitar que los bienes de la persona fallecida acaben en manos del Estado.

Afortunadamente mi abuela aún está con vida (y que dure muchos años), aunque el hecho de saber que está generando unos 1.000€ mensuales de deuda me hace preguntarme qué ha sido del Estado de Bienestar, de esa utopía socialista en la que muchos creímos vivir hace algunos años. Es evidente que la Economía lo es todo, y no puede haber prestaciones sociales sin un modelo de gestión económica que lo sostenga.

Pero cuando ya ni siquiera te puedes morir sin endeudar a tus hijos, cuando la muerte se convierte en un negocio, cuando el oscurantismo de las administraciones públicas hace que no tengan la obligación de informar al residente del estado de su deuda pendiente, cuando desde el propio Centro te niegan una copia del contrato y te mandan a Oviedo a pedir un certificado de deuda, cuando la propia trabajadora social, puesta entre la espada y la pared, te dice que llegado el momento debes renunciar a la herencia de tu madre para no asumir la subsiguiente deuda... llega un momento en el que la realidad supera a la ficción, a esas ficciones distópicas que solíamos leer de pequeño (Un mundo feliz, 1984, Mercaderes del Espacio, Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas, Nosotros...).

El futuro ya está aquí. Tanto jugar con él a "Un dos tres palomita blanca es", y el cabrón ha llegado a nuestra casa sin que nos diéramos cuenta. Ahora solo nos queda apretar los dientas y aguantar, porque hace tiempo que nos estaba dando por el culo, pero solo es ahora cuando esa sensación molesta en el recto ha comenzado a doler de verdad.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Intermission

jueves, 15 de mayo de 2014

El viento se levanta

Elevar un discurso elegíaco sobre la figura de Hayao Miyazaki es, a estas alturas, una redundancia solo apta para hipsters del tres al cuarto. Miyazaki es uno de los pocos directores de cine que se va a retirar por cuarta vez, así que ha logrado que en cada una de dichas ocasiones se hayan escrito análisis y repasos varios a su filmografía. 


De estos "falsos retiros" han salido al mercado diferentes estudios sobre su carrera cinematográfica y sobre el estudio donde la ha llevado mayoritariamente a cabo (Studio Ghibli). El mejor de los ensayos que he leído en español es, sin duda, 

"El mundo invisible de Hayao Miyazaki", donde su autora Laura Montero disecciona cada uno de sus trabajos con una precisión de cirujano, y ofrece una tesis llena de referencias culturales que resultan extremadamente útiles para interpretar películas donde el costumbrismo tradicional japonés influye en la comprensión misma de la obra. 

Pero por muchos estudios que se hayan hecho de su obra pasada, pocas pistas nos hacían presagiar lo que se nos iba a ofrecer en la que -vuelve a insistir Miyazaki- será su última película. 

"El viento se levanta" ("Kaze Tachinu") (atención, SPOILERS) es ni más ni menos que una especie de amarga autobiografía artística de Miyazaki, una inclinación de despedida ante su público y un telón que se cierra; un repaso en el que el autor de películas como "La Princesa Mononoke" echa la vista atrás y confiesa cómo una vida dedicada al arte llegó a canibalizar otras facetas de su vida, como la familia, los amigos y el amor. 

Aunque las críticas y valoraciones que he leído escriben que el alter ego de Miyazaki en "El viento se levanta" es el diseñador de aviones italiano Caproni, en mi opinión el verdadero alter ego de Miyazaki no es otro que el protagonista de la cinta, Jirô Horikoshi, y es desde esta óptica desde la que la película se convierte en un auténtico testamento autobiográfico.

En efecto, el mcguffin narrativo de la película (por cierto, un auto homenaje a su propia película de 1992, "Porco Rosso", y toda una obsesión personal: los aviones) es un biopic sobre el diseñador de aviones Jirô Horikoshi, quien diseñaría el caza de combate Zero, con el que Japón atacó Pearl Harbour, entrando así en la II Guerra Mundial. Este retrato recorre desde la niñez de Hirokoshi hasta que éste por fin consigue finalizar con éxito los diseños del Zero, y muestra el aprendizaje vital del personaje a la vez que hace un retrato del Japón de la época... y en esa época la foto de ese Japón imperial sale movida: Miyazaki no es en absoluto benévolo en su visión de un Japón agotado por el expansionismo militar y empobrecido por el terremoto de Kanto de 1923, pero que aún así se alía con Alemania en el éxtasis cenital de su aventura colonialista por el sudeste asiático a principios del siglo XX. Hay que recordar que en aquellos años Japón había invadido Manchuria y se había hecho con el control de Taiwán y varios archipiélagos del Pacífico.

Miyazaki retrata este expansionismo, y la alianza tripartita que permite al joven Hirokoshi viajar hasta Alemania para conocer la tecnología alemana del momento. Este viaje de aprendizaje es un reflejo de los primeros trabajos de Miyazaki como animador y localizador de fondos, en los que se tuvo que desplazar a los Alpes para trabajar las localizaciones de "Heidi", "Marco" y "Ana de las Tejas Verdes", y que le foguearon para futuros trabajos de encargo ("Arsene Lupin: El castillo de Cagliostro"), al igual que a Hirokoshi le solicitan un trabajo de encargo en el que no cree (el mecanismo de soporte del ala de uno de los prototipos de Mitsubishi para el ejército nipón). 

El genio de Hirokoshi no despuntará, sin embargo, hasta que la compañía de aviones le dé completa libertad creativa en cuanto al diseño del nuevo avión de combate (si buscamos el reflejo en la vida de Miyazaki, podemos ver la eclosión de esta libertad artística en "Nausicäa del Valle del Viento", basada en el manga homónimo del propio Miyazaki). Una genialidad que no evitará ciertos errores de principiante, como el primer caza diseñado -que se desintegra en pleno vuelo (al igual que en la filmografía de Miyazaki hay fracasos y proyectos que se quedaron literalmente en el tintero). 


Ambos genios, desde sus respectivas mesas de dibujo, delinean sus vidas en base a unos valores basados en el sacrificio de todo lo demás por mor de ese arte, esa cima creativa que, en palabras de Caproni, "solo dura unos diez años". Esa cima creativa en la que el viento de la vida se levanta, y hay que intentar vivir y explotar esa vocación artística al máximo de sus posibilidades.

Ese viento creativo y vocacional puede llegar a ser un huracán que haga volar todo lo demás por los aires. Así, aunque la película nos muestra cómo Hirokoshi conoce en una casa de reposo a Naoko, quien a la postre será el amor de su vida, la obsesión de Jirô por su trabajo hará que la relación entre ambos acabe condensándose cada día en los pocos instantes que están juntos antes de que Hirokoshi se vaya a trabajar o después de que vuelva de jornadas de trabajo maratonianas. Unas manos que se estrechan mientras Hirokoshi sigue trabajando en el tatami del dormitorio con la otra mano, es lo único que queda de ese amor. Miyazaki parece insinuar que esa mano entrelazada es suficiente. Pero, ¿lo es acaso para Naoko?


En cualquier biografía del autor de "El castillo ambulante de Howl" encontraremos alguna reseña sobre la incompetencia de éste como padre. Su propio hijo Gorö llegó a declarar que Hayao Miyazaki era "un cien como director... y un cero como padre". En "Ponyo en el acantilado" ya se puede vislumbrar una especie de sentida disculpa de Hayao Miyazaki hacia su hijo, con esas dos figuras paternales de la cinta: la del marinero ausente (padre de Sosuke) y la autoritaria y obsesionada (padre de Ponyo). 

Pero sin duda en "El viento se levanta" esa disculpa (o justificación, como se quiera ver) es más evidente aún. Hirokoshi está tan ausente que no duda en fumar dentro del dormitorio, aun cuando su mujer Naoko padece de una grave enfermedad pulmonar (y ella le invita a hacerlo). Naoko es esa mujer abnegada, sacrificada, cuyo amor hacia Hiro es tan grande que sacrifica lo poco que ambos tienen, tiempo, para que aquél pueda dedicarse en cuerpo y alma a la obsesión de su vida, el diseño de aviones, sueños que se levantan en el aire... y desaparecen. 

En Naoko se funden las dos mujeres de la vida de Hayao Miyazaki: su mujer y su madre (quien, por cierto, también padeció de tuberculosis en la vida real -como Miyazaki dibujaría en "Mi vecino Totoro"). De esta manera, siguiendo la idea anterior, esa disculpa o justificación que en "Ponyo en el acantilado" iba dirigida a su propio hijo, en esta ocasión es extrapolada y dirigida con más fuerza aún hacia su madre y su mujer. "El viento se levanta" es el "My Way" particular de Hayao Miyazaki que, en el otoño de su vida, echa la mirada atrás e intenta justificar toda una vida de la única manera en la que supo vivir: dedicado en cuerpo y alma a su trabajo y a su vocación artística. 


Una película, pues, llena de amargor, en la que los propios valores de esfuerzo y superación a través del trabajo (unos valores muy en consonancia con la cultura japonesa) son quizá puestos en entredicho por alguien que los ha grabado a fuego en su propia vida y tal vez, cuando se vislumbra el final del camino, surge una nota de arrepentimiento por el tiempo perdido. 

O no. Tal vez el autor de películas como "El viaje de Chihiro" simplemente haya intentado explicarse (¿justificarse?) a sí mismo. Los demás tal vez no puedan llegar a comprender el compromiso que un artista adquiere con su vocación artística, pero es posible que Miyazaki haya hecho un esfuerzo con "Kaze Tachinu" por intentar explicarlo. Al fin y al cabo, lo queramos o no lo queramos, llega un momento en el que todos nos tenemos que ver cara a cara con situaciones en las que tenemos que poner a prueba nuestros valores, y comprobar cuán resistentes son. Ése es el momento en el que el viento se levanta... y hay que intentar vivir. 


"Le vent se lève!... Il faut tenter de vivre!"

lunes, 24 de marzo de 2014

Picos Gemelos

El 15 de noviembre de 1990 yo tenía 10 años y aún no me había salido la pelusilla del bigote, y Telecinco no llevaba ni un año de Mamachichos, cuando se estrenó en España una serie que, a la postre, revolucionaría el concepto de serie televisiva.

Su creador, David Lynch, venía de dirigir uno de sus mejores cintas ("Blue Velvet"), pero a pesar del éxito crítico no consiguió financiación para sus siguientes proyectos cinematográficos. El destino quiso entonces que Lynch aceptase colaborar con Mark Frost en la creación de la serie televisiva "Twin Peaks". O lo que es lo mismo, historia de la televisión.

El argumento de Twin Peaks es aparentemente sencillo: en un pequeño pueblo cerca de Washington es localizado el cadáver de una joven, identificada como Laura Palmer. Aparentemente, una muchacha que representaba el ideal de belleza, bondad y dedicación americano: abnegada, trabajadora, buena hija y amiga de sus amigas. Nadie entiende cómo ni por qué fue asesinada. Sin embargo, a medida que el detective del FBI Dale Cooper llega al pueblo y va investigando el caso, las cosas se van complicando y nada es lo que parecía en un principio.

Tras este simple plot, en realidad un McGuffin, se entremezclan dos historias en una: por un lado una historia realista sobre el horror y la hipocresía que puede ocultar un pequeño pueblo, aparentemente idílico; y por el otro, una historia onírica sobre el bien y el mal, el anverso y el reverso que todos llevamos dentro, la guarida blanca y la guarida negra, el mito psicológico del gemelo malo ("doppelgänger") y de Jeckyll y Hyde. Podríamos decir que Laura Palmer es el nexo de unión entre ambas historias, al ser la víctima propiciatoria de un mal que parece haberse instalado en Twin Peaks, tras años confinado en los bosques (una metáfora de la parte oscura de nuestra mente). Ambas historias (la realista y la onírica) conviven en un equilibrio aparentemente imposible gracias al humor surrealista que impregna (casi) todos los capítulos, sirviendo de válvula de escape para la línea argumental realista, y de puerta de entrada a la linea argumental onírica.

Es innegable que la serie tiene varias lecturas, fruto también del paso de varios guionistas y directores por la misma. David Lynch abandonaría la serie a principios de la segunda temporada (cuando los productores le obligaron a revelar la identidad del asesino de Laura Palmer) y solo volvería para dirigir el último episodio de la serie y firmar el que probablemente sea el mejor episodio de la misma. Este episodio (tras haberse cerrado de forma prematura la primera historia, la realista) vomita sobre el espectador todo lo que, a lo largo de la serie, se había intuido de la linea argumental onírica y metafísica. Por tanto, puede ser un final difícil para aquellos que esperaban una conclusión, una moraleja o un final feliz de la primera historia.


Sin embargo, David Lynch retomaría la historia de los habitantes de "Twin Peaks" en la película "Twin Peaks: Fuego camina conmigo" (1992) para volver a darnos un tercer punto de vista sobre la película, entroncado ligeramente con la historia onírica (de hecho la película comienza con una secuencia absolutamente demencial de David Bowie y Chris Isaak) pero más centrado en el relato de la tragedia personal de Laura Palmer, retratando los días previos a su asesinato y clarifica algunas de los flecos de la historia que habían quedado sin explicación al final de la serie.

Sin duda, lo más revelador de la película es precisamente el enfoque realista que David Lynch decide dar a la historia, en el que los pequeños momentos oníricos podrían perfectamente ser fruto de los delirios provocados por la tragedia personal que la joven Laura Palmer está sufriendo en su cuerpo y en su mente. Si en la serie los momentos dramáticos se centraban en personajes corales y Laura era el "misterio" a través del que estos personajes deambulaban, en la película Laura es la protagonista absoluta de la película, y quienes la rodean son espectadores pasivos del drama que está a punto de acontecer.

Podríamos decir, por tanto, que a pesar de ciertos defectos en determinados momentos de la serie, la impresión general es desconcertantemente cautivadora. Esa mezcla de retrato coral, horror, humor surrealista, escenas oníricas, misterio, bosques nocturnos, motoristas, tragedia, bares de carreteras, encanto rural, prostíbulos, mafiosos, detectives, semáforos, búhos, jazz y tarta de manzana... hace que sus defectos pasen desapercibidos y sus virtudes queden en nuestra memoria como el recuerdo de un viejo amigo al que hace muchísimo tiempo que no vemos pero al que seguimos rememorando con enorme cariño.

viernes, 14 de marzo de 2014

Hable villalonés en 10 cómodas lecciones. Lección 6.

Debido al problema del éxodo rural en España, numerosos dialectos se han perdido, se están perdiendo o se perderán en los próximos años.

Villalón de Campos es el pueblo en el que nacieron mis progenitores. He aquí, para la posteridad, algunas de las mejores piezas léxicas de su dialecto local, el 
villalonés.


ir con el pedo en el culo.

1. intr. Expresión vulgar que se utiliza para describir despectivamente a alguien con prisas, acelerado, que provoca nerviosismo en las personas que tienen cerca.

Ej. El hijo minchorro de ca' Candela se estragó de esa piculina con la que salía. Antes iba todo el día con el pedo en el culo y ahora es un rebuja y un albolario.

Por su sonoridad, esta expresión es una de mis favoritas de todo el dialecto villalonés.

La próxima vez que estés pensando en insultar a alguien, acuérdate de lo frágil de esta palabra y contribuye a salvarla, por favor.




jueves, 27 de febrero de 2014

Quince millones de méritos

Black Mirror es una serie de televisión británica que se empezó a emitir en Channel 4 en diciembre de 2012 y que de momento consta de dos temporadas de tres episodios cada una.

El primer episodio es una (nunca mejor dicho) obra de arte que en los treinta últimos segundos pasa de ser un vibrante thriller político/policíaco a una brillante denuncia distópica sobre la alienación del mundo actual.

La serie es magníficamente descrita por su creador, Charlie Brooker, en una entrada de la Wikipedia:  
"Si la tecnología es una droga -y se siente como una droga- entonces, ¿cuales son los efectos secundarios?. Esta área -entre el placer y el malestar- es donde Black Mirror está establecida. El "espejo negro" (black mirror) del título es lo que usted encontrará en cada muro, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pantalla fría y brillante de un televisor, un monitor, un teléfono inteligente."
Sin embargo, es del segundo episodio de la primera temporada ("15 millones de méritos") del que me gustaría resaltar algunas cosas. Lo siguiente son SPOILERS.

Ya desde su título es una pieza ambigua, difícil de digerir, en la que se exige al espectador un esfuerzo para entender lo que está pasando. ¿Quiénes son esos jóvenes que solo salen de sus celdas recubiertas por paneles de televisión para pedalear en unas extrañas bicicletas? Se insinúa que las bicicletas son para producir energía, pero, ¿para qué se utiliza esa energía? ¿Por qué en todo el episodio solo aparece gente joven? ¿Quiénes dirigen el mundo en la sociedad que se nos muestra?

A medida que transcurre el episodio, algunas de las piezas se van encajando, y de la extrañeza inicial pasamos al estupor, y de ahí a la indignación, para finalmente caer en un profundo estadio de rabia y abatimiento. Sin embargo, algunas de las cuestiones arriba mencionadas no terminan de ser aclaradas.

¿O sí lo son?



En el último plano, el protagonista aparece pensativo, ¿derrotado?, observando a través de la pantalla un hermoso paisaje y un cielo azul por el que vuelan unos pájaros.

¿Ha sido nuestro protagonista comprado por un apartamento mejor, con vistas al exterior... o ni siquiera eso? ¿Tal vez las ventanas (que no se pueden abrir) no sean tales, sino más pantallas de televisión (con más definición que las de su celda anterior, pero pantallas al fin y al cabo? ¿Sigue siendo un prisionero, encerrado esta vez en una jaula de oro?

La ambigüedad con la que juega la serie con este último plano es magnífica, pero como aficionado a la ciencia ficción dura, el penúltimo plano me resulta incluso más interesante:



Vemos al protagonista desde el otro punto de vista. Si las ventanas resultan ser tales, por primera y única vez, la cámara se sitúa en el "exterior" del mundo. Y lo único que apreciamos de ese "exterior" es lo poco que se refleja en el cristal. 

¿Y qué parece?

Un vasto espacio negro. La línea del horizonte de un planeta azul. Y un pequeño punto grisáceo (¿un satélite artificial?) que se mueve frente a la mirada perdida y ciega del muchacho. 

Reconozco que es una hipótesis descabellada, sin duda sugerida por mi bagage como lector de ciencia ficción "dura", pero la mejor explicación que se me ocurre para el "mundo" que vemos en el capítulo (un mundo cerrado donde las personas viven en pequeños habitáculos, donde se crean distracciones para mantenerles ocupados, pedaleando para generar una energía que no sabemos a qué se destina) es la de que viven en una nave colonia, tal vez orbitando alrededor de una Tierra que ha dejado de ser habitable. 

Ridícula o no, es una ambigüedad que se suma a las incógnitas y a las preguntas que el episodio plantea en la mente de los espectadores. Y como gran obra de arte, es lo suficientemente valiente como para no intentar dar ninguna solución y dejar que sea el espectador quien tenga que hacer un esfuerzo para rellenar los huecos y construir sus propias respuestas. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

Terramar

Hace unos quince años que oí hablar por primera vez de una tal Ursula K. Le Guin. Una escritora (¡mujer!) que se atrevía a escribir ciencia ficción, en un mundo en el que mis referentes literarios eran exclusivamente hombres: Asimovs, Clarkes, Pohls, Nivens... poblaban mis estanterías. Últimamente habían metido el cuello incluso los Aldiss, los Lems y hasta los Borges. ¿Pero mujeres? ¡Válgame el cielo! El primer y último libro de ciencia ficción que había leído ("Almas", de Joanna Russ) me pareció un truño de proporciones épicas (sigue siendo uno de los pocos libros que no he conseguido acabar), y no sé si fue a raíz de aquello, o de una educación literaria más bien machista, que no volví a coger un libro de ficción especulativa escrito por una mujer hasta que, recomendado por algunas críticas en es.rec.ficcion.misc, descubrí "La mano izquierda de la oscuridad" de Ursula K. Le Guin (nota: tal vez por esta época también leí el clásico de Mary Shelley "Frankenstein"; aunque por su estatus de "clásico", probablemente en aquella época no lo consideraba ni siquiera un libro de género).

Aunque no recuerdo exactamente el argumento del libro de Le Guin (estamos hablando de quince años), aún puedo rememorar el regustillo con el que lo cerré; la sensación de haber experimentado algo nuevo, una visión sobre la humanidad escrita con una sensibilidad inimaginable en los autores a los que yo estaba acostumbrado; y una visión de la ciencia ficción como herramienta vehicular para proyectar futuros cercanos y sociedades ficticias en las que reflejar y enfrentar nuestra propia realidad social (o para hablar apropiadamente, la realidad social del momento del que cada obra es hija).

Tras aquel primer encuentro, leí "Los desposeídos" y "El nombre del mundo es Bosque", las siguientes novelas de K. Le Guin, con idénticas sensaciones.

Sin embargo, no me embarqué en su universo más famoso ("Terramar") hasta hace unos meses. Aunque he seguido leyendo ciencia ficción, no lo he hecho al ritmo al que la devoraba en mi adolescencia, y en los últimos años mi menú he ido añadiendo mainstream y mucha no ficción. El caso es que fue el año pasado cuando adquirí el tomo recopilatorio "Historias de Terramar", que recogía las cinco novelas largas ambientadas en Terramar, y recientemente lo he finalizado.


De nuevo me he vuelto a reencontrar con la escritora de "La mano izquierda de la oscuridad", en esta ocasión orientada a la fantasía de espada y brujería, pero impregnando cada página de la misma sensibilidad y profundidad. Una profundidad metafísica que se destila en cada linea argumental, y que convierte la pentalogía en (ni más ni menos) una reflexión sobre la mortalidad, sobre lo que supone ser humanos, y sobre la aceptación de la pérdida y la muerte. Al mismo tiempo, propone algunas buenas praxis para que nuestra vida "fluya" en ese (a veces amargo) camino. En ese sentido, tanto la figura del protagonista masculino (Ged) como la de la protagonista femenina (Tenar) son figuras prototípicas (que no estereotípicas) que la autora va dibujando con cariño a lo largo de sus diferentes momentos vitales (desde que ambos son niños hasta que los dos son casi ancianos); personajes en los que Le Guin intenta plasmar esas claves (esa moralidad, fuerza y energía transpersonal) que permiten a los personajes sobrevivir, avanzar y, pese a todo, ser felices.

Le Guin consigue con las historias de Terramar una prosa que, sin dejar de ser literatura de corte juvenil, se escapa sin ninguna duda a esa etiqueta y se convierte en Literatura con mayúsculas, en un ensayo sobre el alma humana, sus anhelos de inmortalidad, sus miedos, sus frustraciones y sus deseos. Las historias de Terramar cuentan el viaje iniciático, pero sobre todo, lo que pasa después de volver de dicho viaje (un poco al estilo de las últimas 70 páginas de "El señor de los anillos"), en el que el adulto, una vez enfrentado a su propio destino, regresa más sabio, y más humilde (ambas cosas suelen ser lo mismo). Y el lugar al que regresa, como ocurre en "El retorno del Rey", no es el mismo del que partió. O el protagonista ya no es el mismo. Y esa verdad es la que trasciende la mera fantasía de espada y brujería.


"Si deseas felicidad durante una hora, tómate unas copas. Si deseas felicidad durante un año, enamórate. Si deseas felicidad durante toda una vida, hazte jardinero."

Tal vez Le Guin tuviese en mente este proverbio chino cuando escribió las historias de Terramar, pues encaja perfectamente con la cronología de sus novelas. Podríamos decir que la primera novela ("Un mago de terramar") son esas copas metafóricas que el joven (nuestro protagonista el mago Ged) se toma para intentar camuflarse como adulto. Así, de forma irresponsable y prepotente, invoca un hechizo cuyas consecuencias le marcarán de por vida. En el segundo libro ("Las tumbas de Atuan") se produce el enamoramiento (mago y sacerdotisa se conocen en las Tierras de Kargad). El tercer libro ("La costa más lejana") es un libro bisagra, ese punto de inflexión, ese "momento tranquilo, con la respiración contenida, antes del cambio" que une esas dos primeras partes más juveniles, ese camino hacia la madurez, con las dos obras finales. Y son esas dos obras finales ("Tehanu" y "En el otro viento") los trabajos del héroe sabio que ha renunciado a la fogosidad de la juventud y a la maestría para dedicarse a plantar coles y cuidar cabras y mirar, solo de vez en cuando, la paleta de colores cálidos que el amanecer y el atardecer pintan sobre los océanos de Terramar, mientras son otros los que se dedican a salvar el mundo.

Antes hablaba de "El señor de los anillos" para comparar la obra de Le Guin con el referente más conocido de la literatura de género. No obstante, las diferencias son abundantes. En la trilogía de Tolkien prima la suspensión de la incredulidad, el libro está repleto de nuevas razas, idiomas y seres fantásticos. En la saga de Le Guin, sin embargo, podríamos estar en cualquier archipiélago mediterráneo: la descripción de los pescadores, los artesanos y los mercaderes de Terramar no es muy distinta de la que podría hacerse de cualquier cultura vinculada al mar de las que podamos conocer en el mundo real. Con tan solo dos matices: Le Guin incluye la magia (en realidad, una maestría sobre el Habla Antigua, que permite dominar las cosas y los seres vivos a través del conocimiento de sus nombres)... y los dragones.



Otra diferencia entre ambas obras son sus versiones cinematográficas. Mientras que "El Señor de los Anillos" tuvo una más que digna y costosa trilogía a cargo de Peter Jackson (quien parece estar matando a la gallina de los huevos de oro con la trilogía de "El Hobbit"), en el caso de Terramar la versión cinematográfica ha corrido a cargo de Goro Miyazaki (sí, el hijo de Hayao Miyazaki) en forma de pequeña producción animada desarrollada en el seno del estudio Ghibli, "Cuentos de Terramar". Aunque el espíritu de la pentalogía se condensa en un hábil guión que mezcla elementos de los cinco libros, el producto final, aún siendo honesto y sincero con la obra a la que homenajea, no tiene ni la fuerza ni la sensibilidad de la obra escrita. Probablemente Terramar se merezca varias películas que permitan el ritmo tranquilo y pausado que necesita para una correcta adaptación.


Además de la obra de Goro Miyazaki, existe una producción de Sci-Fi Channel que aún no he visto ("La leyenda de Terramar"), aunque por las pocas imágenes a las que he tenido acceso, no parece que el producto final haga honor a las fuentes literarias en las que se inspira.

En definitiva, si he conseguido atraer la atención de alguien sobre esta autora y su obra, os recomiendo que os alejéis de "Cuentos" y "Leyendas" y consigáis las "Historias" de Terramar, el libro recopilatorio de Le Guin que incluye sus cinco novelas sobre el archipiélago de Terramar y los pueblos, los magos y los dragones que navegan y vuelan entre su miríada de islas.


"Solo en el silencio, la palabra. Solo en la oscuridad, la luz. Solo en la muerte, la vida. El vuelo del halcón brilla en el cielo vacío." (La creación de Ea)


sábado, 11 de enero de 2014

Vampiros Dixies

Aunque ni mucho menos se puede hablar de una moda, recientemente he accedido a un par de materiales de características similares (una película y una novela), en el que el fenómeno exploitation de vampiros se traslada al sur de los Estados Unidos, en un contexto pre-secesionista y con el asunto esclavista en el epicentro de un drama en el que los vampiros no solo eran meros observadores de este panorama, sino parte activa del mismo.

La película a la que me refiero es "Abraham Lincoln: cazador de vampiros"; un producto más que digno, con una buena dirección a cargo de Timur Berkambetov (al que recordamos por dos películas de culto rusas como son "Guardianes de la Noche" y "Guardianes del Día) y guión de Seth Grahame-Smith, basado en su propio best-seller homónimo (y autor del ya clásico "Orgullo y Prejuicio y zombies").

Como digo, la película es un divertimento muy bien llevado a cabo, un cóctel de venganza, acción, historia, aventuras y una pequeña dosis de gore. En su parte final la película vuelve a cambiar de registro y asistimos a la parte más interesante: una intriga en la que los vampiros se alían con los estados sudistas para vencer a los yankis en la batalla de Gettysburg y reclamar, como recompensa por la ayuda prestada, barra libre para siempre en la yugular de los esclavos negros de las plantaciones de algodón para aplacar su sed de sangre.


Una visión de los esclavos negros como ganado que me recordó inevitablemente al clásico de George R. Martin, "El sueño del Fevre", en el que el argumento es poco menos que idéntico al de la película: un vampiro redimido intenta detener las matanzas de esclavos que otros vampiros están llevando a cabo en el sur de los Estados Unidos. Para ello construye el barco de vapor "Fevre" y se alía con un humano para patrullar el Misisipi e intentar detener a su enemigo, en pleno conflicto pre-bélico Norte-Sur.

Curiosamente, los créditos de la película solo mencionan el guión de Seth Grahame-Smith basado en su propia novela de 2010, y no mencionan la novela de George R. Martin (de 1982), aunque el parecido entre ambas es muy sospechoso.

En cualquier caso, casualidad, plagio, homenaje o moda, lo cierto es que gracias a la película de Berkambetov se ha puesto de relieve esta variante exploitation del género vampírico que ojalá ayude a rescatar joyas como la novela de George R. Martin (cuyas magníficas obras previas a "Juego de Tronos" parecen haber sido tristemente eclipsadas por la saga de la Canción de Hielo y Fuego).

martes, 7 de enero de 2014

After After Earth (breve ensayo sobre M. Night Shyamalan)




"After Earth" es la última película de M. Night Shyamalan, al que la mayoría recuerdan por ser el director de "El sexto sentido". En realidad, tiene en su haber algunas de las mayores joyas cinematográficas de los últimos tiempos, a pesar de haber sido machacado sistemáticamente por gran parte de la crítica, completamente miope a los subtextos que subyacen en sus películas. Al igual que sir Alfred Hitchcock hizo en muchas de sus cintas (y con quien se le compara habitualmente), para M. Night Shyamalan el argumento de sus películas es un MacGuffin orquestado al servicio de la auténtica historia que hay detrás de las imágenes: una historia que, como veremos, suele tener que ver con la espiritualidad. Algo que, obviamente, tampoco gusta a buena parta de la crítica actual, lo que le condena a un ostracismo del que cada vez le está costando más salir.
Still of M. Night Shyamalan in La joven del agua (2006)

Conocí el cine de este director hace muchos años, en un buen (cinematográficamente hablando) 1999. Junto con ya clásicos como "El club de la lucha", "Star Wars: Episodio I", "Matrix" o "Eyes Wide Shut", llegaba a la pantalla una pequeña película de terror de la que solo se conocía a su actor protagonista (un Bruce Willis en un momento arriesgado de su carrera a la hora de elegir papeles...y en estado de gracia, si se me permite) y que venía avalada por el boca a oreja de los amigos que ya la habían visto y que estaban ansiosos de spoilear el final de la misma: "El sexto sentido", que también otorgaría sus momentos de gloria a Haley Joel Osment (quien, como todo niño prodigio, perdió fuelle en cuanto su voz se tornó grave y dejó de resultar encantador a la gente).

Ya desde los inicios Shyamalan deja claro su interés por lo espiritual, casi espiritista (por el tema que trata). Una declaración de intenciones sobre su obsesión por el más allá, la idea de una "misión" o "vocación" y la existencia de una entidad sobrenatural que mueve las fichas de nuestras vidas.

 El final de la cinta resume lo que supuso esta película: un auténtico golpe de efecto dado encima de la mesa de los directivos de Hollywood por su director y guionista, M. Night Shyamalan, con la que saltaría a la fama mundial y dejaría a medio mundo ansioso por conocer cuál sería el próximo proyecto de este joven indio que había reventado las taquillas de la mayoría de los países en los que estrenó "El sexto sentido".


Tras ella, M. Night Shyamalan escribió, dirigió y produjo "El protegido". O lo que es lo mismo, "Unbreakable" (u otro ejemplo de cómo destrozar un buen título en inglés al traducirlo al castellano). Probablemente la mejor película de superhéroes que se haya hecho jamás, que escupe sobre el presunto tono adulto y grave (otra forma de decir "aburrido") de los Batman de Nolan. "El protegido" se sostiene sobre la actuación de un Bruce Willis más aturdido que nunca y de un Samuel L. Jackson inconmensurable en su papel de "Don Cristal". De nuevo surge en esta película (sin el tono sobrenatural de la anterior) el concepto de "misión" (en este caso superheróica o supervillana) y de que poco de lo que pasa a nuestro alrededor tiene que ver con la causalidad de nuestros actos, sino con una voluntad suprema que trasciende nuestro entendimiento y que nos coloca en el mundo como si fuésemos fichas de ajedrez.

Después de "El protegido", Shyamalan escribió y filmó la que, para mí, es su mejor película hasta la fecha: una controvertida "Señales" en la que la mayoría de la crítica de su tiempo no vio más que una ridícula película de alienígenas (efectivamente, el MacGuffin de la cinta era ridículo). Shyamalan rueda aquí algunas de las mejores secuencias de su carrera, como aquellas en las que Mel Gibson busca a los merodeadores entre los campos de maíz o la secuencia a oscuras del sótano. Cine de suspense como no se había visto en décadas, a la altura de los mejores trabajos del maestro Hitchcock.

Pero para mí, lo mejor de la película es cómo se van engarzando poco a poco, como en un puzzle, todas las piezas que componen el subtexto de la película, es decir, la historia de la pérdida y la recuperación de la fe del pastor que interpreta otro aturdido Mel Gibson. Esa escena final de Mel Gibson frente al espejo es la última pieza que faltaba en el puzzle, la que hace que todo lo que hemos visto en la película tenga sentido desde el punto de vista de ese subtexto. Y esa escena es precisamente la que la mayoría de los críticos machacaron porque vieron en ella una presunta mojigatería, sin entender que lo que Shyamalan hace es interpelarnos por nuestra visión espiritual de la vida. Quien no haya entendido esto y solo haya visto adoctrinamiento... ya se ha contestado a sí mismo.

El bosque (2004)En "El bosque" M. Night Shyamalan investiga sobre la espiritualidad y la religión desde otro punto de vista: en esta ocasión, indaga en los dogmas que establecen las religiones, en teoría para ayudar a los congregantes en su camino a la Verdad, pero que en la práctica no son más que lastres que evitan cualquier tipo de reinterpretación personal de la propia espiritualidad. Los dogmas buscan la ortodoxia (valga la redundancia), y cualquier tipo de heterodoxia es perseguida y condenada por la comunidad.

"El bosque" ("The village" en V.O.) desgrana esa pequeña comunidad que se rige por una estricta ortodoxia para evitar que ningún miembro de la comunidad penetre en el bosque que la rodea, ya que una amenaza invisible, un "lucifer" (stricto sensu), habita en él.

Shyamalan hace así un requiebro a quienes le habían tildado de evangelizador en su anterior película. Pero de nuevo, una vez más, pocos críticos supieron entender la metáfora y se quedaron con lo superficial de la misma: los monstruos, el suspense y la sorpresa final.

En 2006 se estrena "La joven del agua": Shyamalan vuelve de nuevo sobre el concepto de "misión" y de entidad sobrenatural que pone las fichas sobre el tablero, y en el que poco podemos hacer salvo cumplir esa misión que nos ha sido encomendada. La película es otra metáfora sobre un héroe aturdido que en la búsqueda de la identidad de la joven del agua, se encuentra consigo mismo y con su propia identidad, o lo que es lo mismo: con su misión en la vida. Este héroe aturdido (arquetipo que ya hemos visto en buena parte de las películas anteriores) renace de nuevo cuando descubre quién es y para qué está ahí y ahora. Como buena metáfora, el héroe duda, cae al suelo, pero finalmente se vuelve a levantar, merced a una vocación y a un carácter imprimido a fuego en sus propios genes. Cada uno es quien es, y no puede ser otra cosa, y la verdadera felicidad solo se encuentra cuando averiguamos quiénes somos y para qué somos. Hasta ese momento seremos como el protagonista, aturdidos, dando tumbos de un lado para otro, ignorantes de qué es lo que la vida quiere de nosotros. Hasta que no nos demos cuenta de esa verdad, nos dice Shyamalan, no conseguiremos ser felices.

Con "El incidente", Shyamalan centra el tiro hacia esa divinidad, esa entidad sobrenatural que se eleva en un nivel superior al del Hombre, y como no podía ser de otra manera, para Shyamalan esa divinidad no es más que la Naturaleza, o en una escala mayor, el Universo. Ese concepto del Universo como deidad o divinidad del que emana todo lo mágico, todo lo sobrenatural que hay en el mundo, todas las preguntas sin respuestas. Ese Universo cuántico de las infinitas posibilidades, que otorga al Hombre la capacidad de jugar a ser Dios... pero también el riesgo de convertirse en el demonio.

En esa dualidad del Hombre como hacedor del Bien y del Mal, la báscula que sostiene un pesimista Shyamalan cae hacia el lado del Mal, y el Universo, que es quien le ha dado ese poder, se vuelve contra él y lo aplasta sin misericordia. Solo existe un atisbo de expiación y de esperanza en el final de la película con el que Shyamalan deja abierta la puerta de la redención y un nuevo comenzar.

En 2010, el director vuelve a ahondar, esta vez sin tapujos, en ese concepto New Age de espiritualidad basada en la comunión con el Universo, adaptando la primera temporada de la serie animada "Avatar: la leyenda de Aang". Un Shyamalan desatado y con un presupuesto de blockbuster (150 millones de dólares) le permite imaginar un mundo donde las deidades son las fuerzas de la Naturaleza (el aire, el viento, la tierra y el fuego) y aquellos capaces de "doblar" dichas fuerzas se convierten en maestros, guías espirituales y líderes de los pueblos. El director indio utiliza el tai-chi como el mecanismo mente-cuerpo mediante el cual los maestros de elementos ponen en contacto su fisicidad y su voluntad con el elemento que dominan. Dice la leyenda que solo existe un maestro que puede dominar los cuatro elementos: ese maestro es el avatar, cuya existencia otorga armonía al mundo y cuya desaparición repentina provoca una pérdida del Equilibrio y del flujo natural de las cosas.

Junto con esta visión taoísta del mundo, Shyamalan pone el acento de nuevo en el concepto de misión: en este caso, el avatar es un niño que rechaza su destino como tal (ya que le obliga a separarse de su familia) y desaparece de la faz del mundo. Al dar la espalda a su misión, provoca que el flujo natural de los acontecimientos se corrompa, y las luchas y la guerra por el poder asolarán el mundo. Es decir, Shyamalan se vuelve aún más radical en su mensaje determinista: si rechazamos nuestra misión y el papel que se nos ha designado en el mundo (por esa entidad sobrenatural que aquí encarnan las fuerzas de la Naturaleza) lo único que conseguiremos será desgarrar el Equilibrio y el puzzle del cual cada uno de nosotros formamos parte, y ese desgarro lo único que traerá será dolor y sufrimiento para nosotros mismos y para nuestro entorno. Es la infelicidad de quien nunca está contento con lo que tiene y siempre ansía más; el jardín del vecino siempres es más verde.



La versión de "Airbender" a la que he tenido acceso es la doblada al castellano: una auténtica aberración, si se me permite, que merecería unos azotes en el trasero a los responsables del doblaje de Aang y Katara o, al menos, al director de doblaje que hizo el casting. Este doblaje hace que ambos personajes parezcan repolludos y repelentes; desconozco si en versión original sucede lo mismo, aunque lo dudo.

Al margen del doblaje, la película comienza renqueante, pero a medida que avanza la cinta (y uno se acostumbra al paupérrimo doblaje, tal vez) la acción y la sabiduría zen se van apropiando de la película y del espectador que contempla con embeleso la plasticidad de las imágenes, los movimientos de tai-chi, y el propio transcurrir espiritual del argumento, que fluye hacia donde tiene que ir, y hacia ningún otro sitio.

Creo, sinceramente, que la película no se merece las críticas tan negativas que se llevó en su día. Al lado de otros productos juveniles como "Las crónicas de Narnia", "Airbender" se erige como una cinta respetuosa con la inteligencia de los jóvenes. En contraposición con otras películas como la citada "Narnia", en la que se reconstruye una y otra vez el arquetipo del "héroe de las mil caras", en "Airbender" el poder del avatar es, más que la consecución de un ascenso social, una constatación resignada de la responsabilidad implícita en cada acción que emprendemos y del lugar que ocupamos en el mundo.

"Airbender" iba a ser la primera parte de una trilogía, pero debido a su fracaso comercial se cerraron las puertas a las previstas secuelas, y a Shyamalan le ha costado tres años volver a ponerse detrás de las cámaras en un proyecto en el que pueda aportar su particular idiosincrasia y visión del mundo. Su oportunidad llegó por el empeño de Will Smith en llevar a la pantalla una historia escrita por él mismo. Es previsible que Shyamalan, en un intento de redimirse de su fracaso anterior, aceptase dirigir un proyecto que intenta ser un escaparate para Will Smith y su hijo Jaden (tanto en la vida real como en la película).

La historia de "After Earth" es sencilla: el ser humano ha sobrevivido a un entorno que ha evolucionado para acabar con el Hombre (de nuevo el concepto de Universo/deidad aniquilador) y se ha refugiado en el planeta Nova Prime. Este nuevo hogar de la humanidad es sin embargo codiciado por una raza alienígena que ha envía bestias Ursas para aniquilar a los seres humanos. Estas bestias se guían por el rastro químico de feromonas de sus enemigos. Solo mediante el perfeccionamiento de una técnica denominada "fantasmación", mediante la cual se elimina cualquier rastro de miedo, y por tanto, de rastro químico, los rangers pueden hacerse invisibles a las bestias Ursas y combatirlas.


Tras esta excusa argumental, un refrito más o menos visto mil veces antes, podemos localizar un par de subtextos.

Por un lado la relación entre un padre ausente y exigente, y su hijo resentido y apocado por la alargada sombra proyectada por su padre (una buena metáfora, quizá, para la meteórica carrera de profesional de Will Smith y la incipiente carrera profesional de su hijo Jaren Smith, respectivamente). Este subtexto carece de verdadera emotividad en la interpretación de los personajes; y tratándose de una película en la que solo hay dos actores, este miscasting (o la dirección de intérpretes de Shyamalan) es un error de bulto. El hieratismo de los héroes (que están aturdidos en la revelación de su destino) de las películas previas de Shyamalan no es válido aquí, ya que precisamente lo que la película cuenta es cómo el joven cadete consigue vencer su cobardía y reencontrarse con el cariño de su padre. Aunque tal vez existe un subtexto a este subtexto (las palabras del adolescente al final de la película "[no quiero ser un ranger...] quiero trabajar con mamá [...]" parecen indicar que, una vez más, el sufrimiento y el dolor que origina el conflicto de la película es debido a la falta de resignación del joven cadete, quien quiere ser ranger a pesar de que ése no es su destino, y esa falta de resignación rompe el equilibrio del Universo y origina una serie de acontecimientos dramáticos).


El otro subtexto argumental de la cinta es su mensaje budista de desprenderse de todo miedo y todo deseo, y anclarse al aquí y al ahora. La frase "hinca la rodilla" que el ranger exhorta a su hijo cuando éste entra en pánico, es todo un mantra espiritual que Shyamalan introduce en la película una y otra vez. Como dice el personaje interpretado por Will Smith, "`[...] el peligro es muy real. Pero el miedo es una opción [...]". El miedo es una proyección negativa del futuro, un constructo de nuestra mente que se aleja del presente, de la realidad, del aquí y del ahora. Y eso hace que dejemos de vivir, que nos refugiemos en un futuro de expectativas ("deseo") o de incertidumbres ("miedo") y dejemos que el presente se evapore y nuestra vida se consuma en un sumidero de irrealidades futuras o pasadas.

"After Earth" ha sido otro fracaso comercial de Shyamalan, lo que hace que nos preguntemos: ¿qué será del futuro del (ya no tan joven) director indio? ¿Seguirán confiando las productoras en un director que parece haber perdido el rumbo?

En realidad, repasada la filmografía de M. Night Shyamalan, me resulta difícil encontrar otro director que haya conseguido mantener un rumbo discursivo tan trazado y coherente como el suyo.

Tal vez no estemos de acuerdo con su discurso determinista, casi fatalista, sobre el destino. Incluso podría generarse alguna suspicacia sobre dicha resignación, viniendo de un director indio que conoce el sistema de castas de la India en el que no existe escalera social alguna que permita a nadie salir de la casta en la que ha nacido. Esas posibles suspicacias, no obstante, creo que son infundadas. Shyamalan ha demostrado en sus películas una sensibilidad y un respeto por las distintas culturas y religiones (budismo, taoísmo, cristianismo, etc) que serían incoherentes, en mi opinión, con el pensamiento segregacionista y retrógrado de los defensores del sistema de castas. El determinismo en el leitmotiv cinematográfico de Shyamalan va más orientado, en mi opinión, a una visión trascendental del ser humano como finalidad, como instrumento de una inteligencia superior (llamémosle Dios o Universo cuántico) con un fin determinado que se nos escapa, pero que sin duda está ligado al equilibrio del Universo, y dicho equilibrio a su vez es motivo de dicha y felicidad para el ser humano que consigue discernir su misión y hacerse y reconocerse como instrumento de Dios.

Sin embargo, a pesar de su coherencia como director, tal vez la cruda realidad del box office obligue a Shyamalan a aceptar guiones de encargo que le rediman como director de películas que atraen a las masas a las salas de cine. El tipo de cine que hace Shyamalan es un cine caro que conjuga el arte con el negocio; como en su discurso espiritual, ambas partes tienen que estar equilibradas. Si el yang crematístico no funciona, el ying artístico también desaparecerá.



Eso lo sabe Shyamalan perfectamente. Esperemos que vuelva a coger el pulso del público y siga haciendo películas que nos lleven en vilo y nos hagan pensar sobre nuestra propia espiritualidad y nuestra vocación.

Sé que lo conseguirá. Al fin y al cabo, es su destino.