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lunes, 19 de julio de 2010

Realidad en diferido

Cuando David abrió la ventana de su apartamento, escuchó a lo lejos el griterío y la euforia que le recordaron que la Selección había llegado a la explanada del Rey.

Cogió una cerveza, conectó la televisión y se sentó unos minutos para seguir la retransmisión de la bienvenida a los campeones del mundo. Y poco a poco, con la ventana abierta de par en par y la televisión encendida, se dio cuenta de que estaba escuchando la realidad en diferido. Era la maldita TDT la que estaba llevando el sonido antes a su casa, y el tenue sonido que entraba por la ventana no era más que una especie de eco de lo que acababa de escuchar en la pantalla.

Transcurrieron varios segundos hasta que David desechó varias teorías conspiranoicas sobre la estructura de la realidad y recordó que las microondas de televisión viajaban mucho más deprisa que el sonido en el aire.

Por un momento había tenido un déjà vu de realidad diferida. Ahora todo estaba bien.

David cerró la ventana y siguió viendo la televisión, aliviado al comprobar que, como siempre había creído, la televisión era mucho mejor que el Mundo Real.

miércoles, 14 de julio de 2010

Pan y circo

Ésa es la sensación que me produce comprobar cómo los propios trabajadores vilipendiamos a la gente que hace uso de un derecho constitucional como la huelga, de un derecho que tanto sudor y lágrimas costó obtener.

En una sociedad de servicios como la nuestra, es evidente que la huelga no solo perjudica al empresario sino también a los usuarios de esos servicios. Pero es obvio que el objetivo de la huelga también es hacer constatar que la suspensión de prestación de un servicio es un perjucio para toda la sociedad; es decir, uno de sus objetivos principales es poner en valor el desempeño de esa actividad ante toda la ciudadanía, y cómo su ausencia impacta de forma sinérgica en el resto de la sociedad.

Ese objetivo se pervierte en una huelga salvaje como la que Metro de Madrid hizo hace unos días, y es obvio que esa perversión va en contra de los propios intereses de los huelguistas. Pero no es menos evidente que la obligatoriedad de cumplir unos servicios mínimos del 50% resulta hilarante. ¿Qué tipo de impacto puede tener una huelga en la que los convoyes tardan 4 minutos en pasar en lugar de 2?

Lo realmente penoso no es la actitud del comité de trabajadores de Metro de Madrid (tal vez errónea pero motivada por unas circunstancias de indefensión ante las que solo cabe la huelga), sino que lo realmente terrible es la insolidaridad del resto de trabajadores con aquellos que hacen uso del derecho legítimo a la huelga.

Ayer me sorprendía con la conversación de una enfermera que, a voces, intentaba imponer su fascista punto de vista con un par de ancianos, en el mismo Metro al que tanto criticaba. Desde luego ella tenía menos derecho a dar esas voces que los cientos de trabajadores de Metro de Madrid a hacer huelga. Ella, que apoyaba el despido de aquellos trabajadores de Metro que hubiesen secundado la huelga salvaje del día 6 de julio, y que proclamaba a gritos que debían de estar agradecidos de seguir teniendo trabajo, aún tenía ojeras en su rostro que delataban que la noche anterior había estado en la Explanada del Rey vitoreando a los gladiadores de la Selección Española.

Pan y circo, señores.

Nos creemos los seres humanos más guapos, listos y contentos de la historia, pero seguimos siendo esos pobres esclavos que trabajamos por pan de lunes a sábado y vamos al circo el domingo con el secreto deseo de ver sangre ajena.

Pan y circo para todos.