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viernes, 28 de julio de 2006

Pimpa

Madrid. Finales de julio. El calor ataca los sentidos.

Me siento en el salón a comer algo improvisado sobre la marcha. El Tour ha acabado, pero como el hombre es un animal de costumbres, pongo la 2. Me trago un documental sobre vías verdes (suelo en desuso de las antiguas vías férreas, reaprovechadas como caminos, y que nos recuerda lo increíblemente bonitos que son los paisajes desde el tren), en el que se redescubre la enorme belleza de Burgos.

De repente, el imitador de Labordeta que presenta el programa se despide desde la cocina de leña de una nonagenaria. El programa finaliza y empieza... ¡Pimpa!

¿Os acordáis de los dibujos de vuestro primer libro escolar? ¿Aquél con el que aprendísteis a leer, y que tenía pollitos y niñas de rizos rubios y colinas muy verdes y flores muy rojas? ¿Aquél libro en el que la vida era maravillosa, y nuestra mamá nos mimaba y el perro ladraba?

¡Pimpa es muchísimo peor!

Pimpa es una perra. No, en serio. Una perra con lunares rojos y que siempre tiene la lengua fuera. Sus mejores amigos son Palomito (un prototipo de lo que luego Linus Torvalds convertiría en Tux), una gata llamada Rosita (más parecida a un reloj de péndulo que a una gata) y su amo Armando, un humano que tiene un enorme falo colorado como nariz.

Puede que la falta de sexo me haga ver connotaciones sexuales donde solo hay patéticos intentos de exaltar la amistad, la solidaridad y la blanqueza y uniformidad de pensamiento (another brick in the wall), pero yo os prometo que esta serie italiana de principio de los 80 me ha producido sensaciones muy extrañas, como si una mano invisible hubiese estado hurgando en mi cerebro y desordenando mis pensamientos. Creo que tiene fotogramas subliminales. Sólo es una sospecha. A ver si un día consigo grabarla y observarla fotograma a fotograma.

Hablemos ahora de la estética. Es algo intermedio entre las series de animación soviéticas de los cuarenta, con pausas incómodamente largas entre diálogos, y lo más pastelero de "Las tres mellizas". Pero claro, aún hay más. Resulta que en "Pimpa" todas las cosas están animadas. ¿Pimpa tiene una vela? ¡Pues la vela habla con ella! ¿Hay una chimenea? ¡Pues los leños, generosos ellos, se lanzan al fuego para dar calor a Pimpa, mientras mantienen una sonrisa desquiciada en sus rostros!

Pero lo mejor ha sido el capítulo del topo pintor. Pimpa se ha quedado sin miel, y pide a una abeja que pasa por su casa que le fabrique un poco (¡porque sí, porque el mundo es maravilloso y Pimpa tiene el poder!). Pero la pobre abeja no puede obedecer sus "órdenes", porque no tiene flores. Entonces Pimpa sale al jardín y se encuentra con el Topo Pintor (todas las cosas en esta serie son en Mayúsculas), que tira de las raíces para pintar las flores. Lo realmente apoteósico es que el topo, una por una, les pregunta a unas descoloridas flores de qué tipo y color son... ¡para pintarlas de su verdadero color con una mano de brocha gorda! Una vez las flores han recuperado su color gracias a Rafael, el Topo Pintor, éste las vuelve a meter por el mismo agujero por el que asomaban sus raíces y las saca nuevamente a la superficie. En compensación a su gesto, Pimpa invita al topo a escuchar un concierto de Pájaros que cantan una canción en alemán, posiblemente sobre la pureza de la raza aria y el resurgimiento de bellas valkirias para acabar con los impuros.

Escalofriante, ¿verdad?

Yo os recomiendo que si tenéis la oportunidad no dejéis de ver un par de capítulos de esta serie. Es lo más delirante que he visto en mucho tiempo. Bill Plympton, al lado del guionista de Pimpa, es un novato ingenuo.

miércoles, 19 de julio de 2006

Vacaciones de verano para tiiiiii

Éste ha sido un nefasto fin de semana, o magnífico; según se mire, vaya.

Los tres días de vacaciones han sido más fructíferos de lo que hubiese imaginado en un principio. Ahí va una relación de los hechos:

Jueves: dos locos vinieron en coche hasta Madrid para romper con la monotonía asturiana. Fuimos a cenar por el centro y salimos un rato por ahí. Vimos a un tipo raro en gallumbos y zapatillas en el metro. Algún día haré el top ten de lo más extraño de Madrid.

Viernes: salimos a media mañana de esta ciudad y visitamos los exteriores del Escorial. Nuestros principios nos impidieron pagar por entrar a ver habitaciones. Luego fuimos hasta Ávila a ver la muralla, y comimos allí. Por la noche bajamos hasta la semana negra, donde tras unos minutos lamentando que Dark la eMe fuese tan capullo, nos subimos a la noria y luego nos tiramos en unas sillas en la carpa del Savoy. Top ten de lo más extraño de Gijón: la exhibicionista drogada. Ah, los superratones molan.

Sábado: Después de ir a ver a mi sobrinillo, bajé a la semana negra para comprar libros y camisetas. Al final, sólo lo primero, porque en la carpa del Savoy no vendían la camiseta que yo quería. Por la noche fuimos a las fiestas de Somió. Resumiendo, un montón de sidra para un montón de borrachos. Sigo cuesta abajo y sin frenos.

Domingo: Técnicamente hablando lo que hice el domingo fue seguir ingiriendo zumo fermentado de manzana. Luego quizás cogiese un autobús y fuese a dormir la moña a casa. Sólo quizás. Lo cierto es que me levanté a las cinco y pico de la tarde, justo para darme cuenta de que tenía un enorme dolor de cabeza. No sé de dónde saqué la fuerza de voluntad para llamar a dos amigos e ir a ver "Cars" al cine. No está mal: mejor que la idea que había preconcebido de ella.

Lunes: Mi hermano viene de Madrid. Comida con él, y a las cuatro y media salgo de casa camino del Alimerka más cercano. Objetivo: botellas de sidra Trabanco marca blanca a 1 €. Después de recoger a más gente, llegamos a Pola de Siero cerca de las siete. Otras cinco horas para comernos la tortilla que yo había hecho (y aún así resultaron insuficientes) y para beber toda la sidra y aún comprar más. Para eso sí que sobró tiempo.

Habréis notado la ausencia de comentarios sobre mis escarceos amorosos en todos los eventos relatados. Pues eso.

sábado, 8 de julio de 2006

La sensación de ser Dios

Treinta y cinco grados a la sombra y yo estoy escondido detrás del sofá de la terraza. Mi índice acaricia el gatillo de la escopeta. La fascinación que el arma ejerce sobre mí se transforma en el poder que yo ejerzo sobre los demás.

Sólo es necesario un ligero movimiento de mi dedo. Un espasmo involuntario sería suficiente para que uno de aquellos transeúntes inconscientes que pasan por debajo de mí...

Me estoy excitando cada vez más. Pero debo controlarme. Debo buscar un blanco adecuado, que compense todas las horas que llevo aquí agachado. Sobre todo, no debo precipitarme. Soy una roca. Soy una roca. Soy una roca...

Pasan las horas. Cuando pienso que mi mano está a punto de entumecerse, diviso por fin el objetivo que andaba buscando. Una pareja de adolescentes va a pasar justo por debajo de mí. Si Sigmund Freud levantase la cabeza, tendría mucho que decir acerca de mi decisión.

Están a pocos metros. Ella le acaricia el culo y él le muerde la oreja ligeramente. Parece que se quieren de verdad.

Mejor aún.

Mi mano es más rápida que mi cerebro, y actúa de forma absolutamente instintiva. Aprieto el gatillo una y otra vez, y el agua de mi escopeta se precipita sobre ellos cual tormenta de verano. Me quedo el tiempo justo para ver cómo el muchacho mira a su alrededor desconcertado y levanta la cabeza.

No me ha visto. Lanzo una carcajada silenciosa y vuelvo a la cocina para llenar el arma nuevamente de agua, mientras imagino cómo será mi próxima víctima.

jueves, 6 de julio de 2006

¿Qué es el "Amor"? (la clave de la felicidad, parte III)

Voy a permitirme pegar, palabra por palabra, el último post de Gonzo en El sentido de la vida. Resume exactamente todo aquello que yo había estado meditando largo tiempo acerca del amor y la amistad. Por supuesto, lo hace con una claridad de exposición de la que yo siempre he carecido.


De la amistad y el amor: el Egoísmo.



Hay multitud de frases que repito al cabo de la semana: "No, este pedo no es mío", "El Minglanillas ha dicho...", "Mira esa que rica está"... Son secuencias de palabras que generalmente no tienen mayor importancia y que no suelen traer consecuencias de ningún tipo. Quizá algún "Ya te digo, tron" de Ratuza, pero la cosa no suele ir más lejos. En cambio, algunas otras de mis aseveraciones suelen traer cola, como por ejemplo cuando digo que el ser humano obra de manera puramente egoísta en todas las situaciones. El Chano se pone rojo bikini.

Cuando digo animaladas así no es porque primero las diga y luego las piense, sino porque generalmente primero las he pensado y después me permito decirlas. Cuando digo que todo el mundo, en todas las circunstancias, obra de manera que maximice su propio placer o disfrute, y minimice el dolor o las experiencias desagradables, es porque lo he reflexionado durante durante mucho tiempo. No soy de los que dicen gilipolleces de manera gratuita. A día de hoy mis divagaciones sobre el tema siguen levantando ampollas.

La Real Academia Española de la Lengua define el egoísmo de la siguiente manera:

Egoísmo:
Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Desgraciadamente me veo en la obligación de disentir desde la primera palabra. Además me gustaría apuntar que en esa definición sobra una coma, pero esa es otra historia.

El amor a uno mismo es, por definición, infinito, excesivo e inmoderado. Somos máquinas perfectamente diseñadas por un refinado proceso natural y nuestro timón es el instinto de supervivencia. Hacer que alguien ponga sus propios intereses por encima del de los demás es tan fácil como encerrarlo en una celda con otro de su misma especie y dejar una pata de jamón como menú para las dos próximas semanas. Así ha evolucionado el ser humano durante millones de años: anteponiendo cosas al beneficio de los otros.

"Atiende desmedidamente al propio interés sin cuidarse del de los demás". ¿Quién decide aquí en qué medida debe uno de cuidarse de los intereses de los demás? El respeto por los intereses de los demás es cojonudo hasta que esos intereses se cruzan con los tuyos, entonces se acabó el espacio para las concesiones.

Quiero más de eso bueno, quiero menos de eso que no me gusta.

No te escandalices cuando leas la siguiente frase. Con práctica yo casi he conseguido decirlo sin ruborizarme:

Si estás en Angola curando a niños con lepra es por tu propio egoísmo, porque te realiza como persona. Lo haces porque te resulta gratificante. En resumidas cuentas, lo haces por tu propio beneficio.

Es la hostia, ¿eh?, casi que lo escribo sin que me tiemble el pulso.

Si estar en Angola te resultara desagradable o insostenible estarías en cualquier otra parte. Lo estás haciendo porque la sonrisa de un niño te produce más satisfacción que cualquier otra cosa en este mundo, porque crees que este planeta se merece algo mejor. Si ayudar a ese niño te produjera una sensación desagradable entonces estarías haciendo cualquier otra cosa. Pero no, esto te llena, te hace sentir realizado, da un sentido a tu vida que no puedes encontrar realizando ninguna otra actividad. Te estás chutando, maldito cabrón, pero no te preocupes: por lo menos tienes la suerte de que tus intereses y los de Angola apuntan en la misma dirección.

En ese momento, en el otro extremo de la tierra, hay otra persona experimentado exactamente esas mismas sensaciones, esa descarga hormonal tan placentera, pero a lo mejor está cruzando una ciudad en coche a 150 kilómetros por hora o abusando de un niño de tres años. La única diferencia está en las acciones que disparan esas sensaciones. Si ayudas a un niño con lepra estás haciendo un favor a la sociedad; si le metes mano no estás haciendo gran cosa por este mundo.

Esta comparación es extrema y siempre pincha en hueso porque parece que yo esté empeñado en desvirtuar a aquellos que se entregan de manera económicamente desinteresada y a los cooperantes en particular, pero es que normalmente hay que romper los huevos para hacer la tortilla.

Si ahora mismo estás escandalizado, no te preocupes: durante una temporada estas conclusiones también me inquietaron a mí. A pesar de darle vueltas al asunto y verlo cada vez más claro, los resultados no me dejaban precisamente frío. Sentí un gran alivio cuando leí que no era el primero en reflexionar sobre el asunto y arribar a lo que parecía un disparate.

En 1979 se publicó "El gen egoísta". Richard Dawkins, su autor, lo resumió todo en una frase:

"Una gallina es simplemente el método que usan los huevos para hacer más huevos"

El libro tiene evidentemente mucha más miga, pero hoy no he venido de crítico literario.

La filosofía también ha explorado la paradoja humana. Thomas Hobbes es mi favorito:

"Las personas obran por interés propio. Incluso cuando servimos a los demás, solemos hacerlo porque nos reporta beneficios o porque no hacerlo iría en nuestro propio detrimento. (...) Habitualmente, por no decir ante todo, el altruismo satisface una necesidad propia."

Ante tan desolador panorama, ¿qué lugar queda para sentimientos como la amistad y el amor? ¿Cómo se explican? ¿Qué maravilloso mecanismo es aquel que permite hacer nacer la belleza a partir de lo que parece pura mierda? La única respuesta que he encontrado es esta: el azar.

Más de uno aquí habrá oído hablar de El juego de la vida, el autómata celular más famoso de la historia. En él se desparraman una serie de cuadrados (células) sobre una rejilla y se establecen una serie de reglas para su convivencia y evolución. En el juego original, nace una célula si tiene tres células vecinas vivas, sigue viva si tiene dos ó tres células vecinas vivas y muere en cualquier otro caso. Curiosamente, al cabo de un cierto número de generaciones, se producen formas estables compuestas por varias células, una suerte de organismos "vivos", seres de entidad superior a las células y que terminan campando a sus anchas sobre el tablero.

Por azar; de esa misma manera nace la belleza del puro estiércol.

La amistad y el amor surgen cuando la situación original se pervierte y es el bienestar de los demás el que crea en ti sentimientos placenteros, y cuando el dolor de otras personas se siente como propio. Cuando intentas terminar con el dolor de otros lo haces para acabar con el tuyo propio, y cuando prolongas el bienestar de otras personas estás preocupándote de prolongar tu propio placer. La amistad y el amor son casuales, son una convergencia de necesidades, son el interés común.

Cuando Ratuza y Gorrino se cambiaron de casa hubo un fin de semana de trabajo de cojones: desmonta muebles, bájalos, súbelos, pinta paredes, limpia hasta la última gota de mierda... El Domingo por la noche, mientras me dejaba las uñas intentando devolver a los fogones el esplendor que un día conocieron, después de dos días partiéndome la espalda, me sorprendí molesto porque ya prácticamente se había terminado la mudanza. Ellos habían hecho tanto por mí desde que llegué a Regensperry, yo tenía tanto que devolver, que ayudarles supuso para mí literalmente un auténtico placer. Estoy diciendo que estaba contento de haber pasado un fin de semana forzando la ciática, sudando la gota gorda y forjando callos. Estoy diciendo, que se dice pronto, que durante dos días trasegando cajas y montando muebles fui uno de los tipos más felices del mundo. Y por eso lo hice y lo repetiría, por mi propia felicidad.

El hecho de que Minglanillas se mude y yo tenga la oportunidad de ayudarle a mover muebles es algo que no me va a reportar ningún beneficio, ni físico ni espiritual, así que si se da el caso huiré como de la peste saliendo del país si fuera necesario. La diferencia con el caso anterior es que la felicidad de Minglanillas me resulta completamente ajena, mientras que el bienestar de Gorrino y Ratuza se ha convertido para mí, con el tiempo, en una necesidad.

Es por eso que sé que estamos hablando de amistad.

El amor trabaja en los mismos términos pero amplificado, porque opera desde el mismo núcleo de la persona y es capaz de cambiar el frío por el calor y el arriba por el abajo.

Sólo una vez en la vida estuve enamorado, y durante aquel periodo yo no era yo, era otra persona; definitivamente una persona mejor. La compañía de la persona amada me otorgaba superpoderes. Yo era capaz de hacer cosas que antes se me antojaban imposibles y esa situación me animaba a superarme cada día, a juzgar la vida en todo su esplendor. Es difícil desprenderse de sentimientos tan aterradoramente poderosos. Cualquier persona hará lo que sea posible para prolongar semejante estado. Sólo un necio dejaría escapar una droga así.

Cuando uno ama, disfruta de la felicidad de la persona amada, bebe de sus emociones. También sufre sus dolores, y es por ello que tratará de evitarlos. En el amor, el amante se diluye y ya no existe sin la otra persona, no puede ser explicado sin ella. Por eso es un sentimiento tan poderoso, porque uno muere para nacer como algo mejor.

Es por eso que sé que aquello era amor.

¿Y el odio? El odio es todo lo demás, el vacío que queda.

Cuando estuve enamorado me sentía pleno. Sentía tanta felicidad que sólo deseaba compartirla, como si el exceso de felicidad me estuviera doliendo, como si fuera algo de lo que tuviera que deshacerme para poder seguir viviendo. Estaba tan lleno de vida que el odio sencillamente no cabía.

El odio es todo lo demás, es la plenitud de la que me gustaría disfrutar pero no encuentro, es todo lo que no llenan la amistad y el amor.

El odio está compuesto básicamente de frustración, de todas aquellas cosas que me gustaría ser y no puedo, de mis propios complejos y todas las cosas que me han hecho creer que debería tener y que no poseo.

El odio está lleno del miedo a lo desconocido, de la incertidumbre, del temor a tener más de lo que no me gusta y menos de lo que sí.

El odio son mis propios miedos. El odio soy yo.

Hoy ha habido un accidente en el metro en Valencia y ahora mismo están contando más de treinta cadáveres. La pregunta del día ha sido "¿Algún conocido?". ¿Por qué ha sido esa la pregunta más repetida y no otra?

Porque eres un puto pendejo egoísta, porque tienes miedo.

Y yo también, no te preocupes.


GonzoTBA


El post en su site original.