Apoya Wikipedia Por la neutralidad de la red Apoya Wikileaks! Vota a otros

domingo, 30 de noviembre de 2008

El hijo del molinero

Ayer fue el bautizo del hijo de Penélope, buena amiga y compañera de trabajo, y como regalo le encuadernamos un librito con poesías, cartas y fotos de sus amigos. Como últimamente tengo poca creatividad artística, lo único que se me ocurrió fue regalarle un cuento a Nacho (así es como se llama el niño de mi amiga), para que sus padres se lo lean cuando sea mayor.

Para subrayar mi pecado de orgullo, lo publico también aquí para que cuando servidor de Vds. se convierta en alguien famoso, Penélope pueda presumir de tener el original :P

Les presento el cuento del hijo del molinero, cuyo aroma les recordará un poco la tradición de los hermanos Grimm...

* * *

EL HIJO DEL MOLINERO


Érase una vez un molinero que vivía con su único hijo en una casita a la orilla del río, en un pequeño pueblecito muy lejos de la capital del reino.

El hijo era un chico diligente y trabajador, pero a medida que crecía comenzó a mostrar deseos de conocer la capital del reino. Todos los años en su cumpleaños su padre le hacía una tarta de zanahorias con lo poco que conseguían cultivar en su pobre y pequeño huerto. En la tarta había una única vela, la misma todos los años, que el hijo soplaba mientras pedía un deseo: “salir del pueblo y ver mundo”. Y todos los años su padre le decía: “cuando la vela no sea más grande que el grueso de tu dedo corazón… entonces podrás irte”.

El chico, ansioso, soplaba la vela siempre sin dejar que la vela se consumiese lo suficiente, de manera que todos los años la vela tenía casi el mismo tamaño que el año anterior, y no parecía hacerse más pequeña.

Un día, paseando por el bosque mientras recogía leña con la que encender la chimenea, se encontró con una tortuga que se había quedado vuelta hacia arriba y no podía darse la vuelta. El muchacho se apiadó de la tortuga y la puso boca abajo. La tortuga, agradecida, le dijo: “eres un buen chico. Otros muchachos han pasado por aquí y se limitaron a reírse de mi desgracia. Tú me has ayudado, en cambio, y no lo olvidaré. Como recompensa, te daré un consejo: tus ansias por irte son tan grandes que nunca serás capaz de hacerlo porque la vela nunca será más pequeña. Sin embargo, tus dedos sí pueden ser más gruesos. Trabaja duro, muchacho, y obtendrás tu premio”.

El muchacho así lo hizo, y a medida que fueron pasando los años, la vela no se hizo más pequeña porque el pobre muchacho era demasiado ansioso, pero en cambio sus dedos eran cada vez más gruesos porque cada día trabajaba más duro que el día anterior.

Por fin, llegó un día en el que tuvo las manos más grandes de todo el pueblo (lo cual no era tanto, porque el pueblo era muy pequeño), lo suficientemente grandes como para que el grueso de su dedo corazón fuese mayor que la longitud de la vela.

El padre del muchacho, apenado por la situación, no tuvo más remedio que darle su bendición en la partida, junto con un saquito de monedas de bronce (era demasiado pobre para tener monedas de oro) y una capa negra.

Y así el chico, que ya casi era un hombre, salió de su pueblo por primera vez en su vida. Tomó el camino real que llevaba a la capital del reino y con una canción en los labios empezó a caminar, llevado por la felicidad y la esperanza.

Pero al poco tiempo se dio cuenta de que todo lo que había aprendido en el pueblo se reducía a moler harina, a recoger leña y a arar el pequeño huerto, y nada de eso le servía en el camino y en las posadas. Poco a poco la pequeña bolsa de monedas de bronce se fue agotando y al final no le quedó nada de lo que su padre le había dado. Empezó a comer raíces que brotaban junto al camino y a robar verduras de los campos que cruzaba. Con la capa negra puesta, entraba por las noches en los huertos y arrancaba todos los nabos que podía mientras los perros le ladraban y más de una vez estuvo a punto de que le apresaran.

Aquella experiencia le sirvió para valerse por sí mismo en un mundo distinto a aquel en el que había nacido y crecido. Pero no le gustaba la clase de hombre en la que se había convertido.

Un día se encontró con un monje que estaba caído en el suelo. Se acercó a él, y vio que respiraba de forma entrecortada. “¿Podrías darme un poco de agua?”, le preguntó. El chico sacó su pellejo de agua y se lo acercó a la boca del monje, que se bebió las pocas gotas que quedaban en él. “Gracias”, murmuró. “Voy al monasterio del pueblo”, continuó el monje señalando en la dirección del camino contraria a la que el chico seguía para llegar a la capital del reino. “Es el monasterio del pueblo en el que nací, y también es donde me gustaría morir. Mi abad me dio permiso para ir a pasar mis últimos días allí, pero creo que estoy demasiado enfermo y ahora moriré en el camino”.

El chico, ni corto ni perezoso tomó con sus grandes manos al monje y se lo puso sobre los hombros, y así consiguió llevarlo al monasterio del pueblo que el monje le había indicado. Allí permaneció tres días y tres noches. Con el amanecer del tercer día el monje murió, y fue el propio chico quien se encargó de hacer repicar las campanas de la iglesia.

Fueron pasando más días, y el chico tenía cada vez menos ganas de abandonar el monasterio. Comenzó a trabajar como encargado de los recados, y finalmente un día decidió hacerse novicio. Así, el chico aprendió a leer y a escribir y se ilustró de las Sagradas Escrituras, y aprendió el don de la caridad y se redimió de su pasado como ladrón.

Y sin embargo, un día se levantó a maitines y se dio cuenta de que no tenía verdadera vocación. Dejó el hábito de novicio y se despidió de los monjes, agradeciéndoles lo que habían hecho por él todo aquel tiempo.

El chico retomó su camino hacia la capital del reino, y finalmente, casi sin darse cuenta, llegó a él. Allí conoció a personas ilustres de las que solo había oído hablar en historias que no sabía si eran ciertas. Su pasado como ladrón le permitía juzgar a las personas y escaparse de aquellos que querían aprovecharse de los forasteros. Su pasado como novicio había forjado en él unos fuertes valores que impedían que él a su vez se aprovechase de la gente, y así encontró un trabajo honrado como carpintero. Su trabajo en la carpintería poco a poco le permitió tener la suficiente pericia como para atreverse a hacer algunos trabajos de ebanistería, y finalmente su nombre empezó a escucharse en toda la ciudad como el del gran artista y escultor en el que se había convertido.

Y sin embargo, año tras año, la felicidad del hombre empezó a disminuir. Los ojos con los que había visto la capital del reino por primera vez estaban cada vez más cansados, y aquello que le había parecido atractivo una vez ahora ya no lo era tanto.

Finalmente un día decidió regalar todas sus tallas, sacó la capa negra de un cajón, se la ató al cuello y cogió un puñado de monedas de plata. Cuando la última de las monedas de plata se terminó, el hijo había vuelto a la casa junto al molino, donde su envejecido padre le recibió con la alegría de quien recupera a un hijo al que creía muerto.

“Perdóname, padre”, le dijo el que ya no era un muchacho sino un hombre. “Me fui de mi casa sin darme cuenta de que ésta era mi vida. He sido un ladrón, un hombre de Dios y un artista, y ninguna de esas cosas me dio verdadera felicidad. Añoro los días en que era un niño. Añoro a la gente del pueblo. Añoro el molino. Añoro a mi padre”.

“No, perdóname a mí, hijo mío”, le dijo el padre. “Fui egoísta y no quería que me abandonases. No quería que cometieses errores, sin darme cuenta de que los errores son los que nos hacen aprender y mejorar. Quiero que seas el mejor hombre del mundo. Aunque creo que ya lo eres. Hijo mío, probablemente nunca vayas a recuperar la felicidad de tu niñez, ni siquiera aquí. Pero me tienes a mí, y tienes que saber que tu padre, pase lo que pase, siempre te querrá.”

El hijo y el padre se fundieron en un abrazo.

El hijo comenzó a tallar la madera de roble de los árboles que vadeaban el río y a venderla como muebles y tallas en el mercado del pueblo, lo que permitió darle una vida cómoda a su padre en lo que le restaba de vida. El hijo conoció un día a una preciosa muchacha rubia llamada Penélope en un baile de primavera y al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo y una hija.

El hijo del hijo del molinero se llamó Nacho, y la aventura maravillosa que sucedió con él y con la tortuga, que tantos años después aún seguía en el bosque del pueblo… bueno, lo que sucedió con Nacho es otra historia, y no le corresponde contarla a este humilde narrador.

FIN

martes, 25 de noviembre de 2008

No hay tu tía

Ni nueva ciudad ni pollas en vinagre. Parece que lo que me depara el futuro profesional (o al menos lo que tienen pensado para mí) es un enmarronamiento de puta madre en un cliente bastante horrible.

En fin, habrá que ir pensando en las vacaciones de Navidad y en el variable (ojo, en mi caso no es moco de pavo), y lo que venga después ya será otra historia.


Nota pedante: "No hay tu tía" es una expresión que se emplea para recalcar que algo carece de solución. Tiene su origen en un ungüento medicinal que en épocas pasadas se aplicaba como remedio para todos los males: la "atutía" o "tuthía". Mezcla de óxido de cinc y otras sales metálicas, la autía fue empezada a utilizar por los árabes con fines oftalmológicos. El dicho "no hay tu tía", derivación de "no hay atutía", se empleaba para indicar que una enfermedad no tenía remedio ni aplicando el citado preparado. (Leído en http://www.aplicaciones.info/utiles/frase39.htm)

Nota cotilla: Con el post anterior he alcanzado mi record de comments (17) y de visitas/día (57). Esto demuestra: a) que la polémica vende y b) que tenemos la televisión y los blogs que nos merecemos... ¡por morbosos! :)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un año de ¿soledad?

Bécquer no era idiota
ni Machado un ganapán,
y por los dos sabrás
que el olvido del amor se cura en soledad.



Hoy Madrid se ha convertido en Soria por un rato, y la ribera del Manzanares en la del Duero. El otoño en esta ciudad es bonito: hace un frío sin humedad y las hojas secas suenan bajo los pies. El color de la ciudad vira al amarillo, y la gente pasea bajo sus abrigos sumidos en ensoñaciones.

Precisamente he venido paseando un rato desde el centro. Hoy ha sido el día de la huelga, pero más allá de eso, hace exactamente un año que mi ex pareja y yo rompimos, y desde entonces... nada nuevo.

1

La rutina se ha adueñado de mi vida, y en lugar del cambio radical por el que clamaba hace unos meses, todo parece exactamente igual. Una luz se abre paso al final del túnel, y es que parece que en menos de un mes puedo dejar atrás esta ciudad para irme a otro lugar de la geografía española. Es solo una posibilidad, pero es lo que me anima en estos momentos de dêja vu. En estos momentos en los que tengo la sensación de estar viviendo las mismas situaciones, repetidas, una y otra vez. Vuelvo a Orange. Vuelvo a quedar con las mismas personas. Vuelvo a los mismos sitios. Hago lo mismo, y aunque las cosas han cambiado, solo es así en apariencia.

Al final, puede que tenga que enfrentarme al hecho de que soy demasiado cobarde (otros lo llamarían demasiado conservador) para tomar ciertas decisiones.

La rutina es el arma con el que esta sociedad somete a sus ciudadanos. El engranaje que la mueve se engrasa con nuestra rutina y con nuestros pequeños y permitidos vicios que justifican frívolamente una vida de tedio, amoralidad y asfixia soterrada.

La rutina es el miedo al cambio. La rutina es lo que hace que cualquier pequeña alteración sobre el orden de las cosas parezca una tragedia.

Esto se aplica también sobre las personas. Las personas tendemos a tener ciertos comportamientos, más o menos socialmente aceptados o aceptables, pero más allá de esos comportamientos cada persona define su propio estilo de vida y su propia personalidad. Un cambio en el estilo de vida de una persona no solo altera a esa persona, sino también a las que las rodean. Ya sabéis, la teoría de moda de que todos estamos conectados.

2

Enlazando el tema de los comportamientos sociales con la rutina (de forma un tanto peregrina, la verdad :)), me viene a la cabeza el refrán que dice: tener buena fama es tarea de toda una vida, pero tener mala fama es cuestión de minutos. Por eso, a las personas que busquen agradecimiento les vale más ser cabrones y hacer un par de cosas buenas al año; definitivamente les serán más agradecidas que a una persona buena, ya que a ésta se le presupone.

Por fortuna no soy persona que busque agradecimiento. No tengo que fingir que soy una persona que no soy. El otro día, cuando Alberto me dio con un palo y me abrió la cabeza jugando a "Gladiadores americanos" en casa de Tania, suspiré aliviado al comprobar que aún sigo teniendo cierta inocencia infantil, algo que pensaba que Madrid me había robado.

Definitivamente no busco agradecimiento. Solo busco ser feliz en un mundo en el que cada día es más difícil serlo sin perder la inocencia. Sí, el puto mundo de los adultos, que diría una deslenguada Mafalda.

El otro día escribía que había cambiado durante estos últimos tres años. Así es, sin duda, pero hay ciertas constantes que quiero preservar a toda costa; si no es así al menos quedará la intención aquí escrita, con la esperanza de que pueda servirme de guía (o de recuerdo, en el peor de los casos) en los tiempos duros que aún están por venir.

3

Este post debería de estar dedicada a la huelga del 19-N celebrada hoy. No termino de explicarme por qué siempre acabo escribiendo sobre este tipo de cosas... :)

martes, 18 de noviembre de 2008

19-N

Mañana los trabajadores de Neo Metrics Analytics, empresa a la que pertenezco, haremos un paro frente al Ministerio de Ciencia e Innovación para reclamar un trato digno a la Ingeniería Informática.

Sería un mal chiste decir que este blog también se pone en huelga como medida de protesta, porque lo cierto es que ya lleva un tiempecito parado. Intentaremos remediarlo lo más pronto posible.

Para más info, pincha en el banner:

viernes, 14 de noviembre de 2008

El plan no funciona

Efectivamente, mi plan de aligerar mi agenda y sumirme en un modo contemplativo que me permitiese reflexionar sobre mi vida y vislumbrar cuáles podrían ser mis siguientes pasos en este mundo (sic)... no ha funcionado.

Lo cual me ha recordado a la mejor trilogía en formato cortometraje que mi corto (nunca mejor dicho) bagaje en este mundo me permite destacar.

Es la trilogía de "Código 7". Muchos la conocéis, pero no puedo arriesgarme a que alguno de vosotros se muera sin haber escalado la cumbre cinematográfica más alta a la que se puede llegar con una cámara doméstica, un actor y una cafetera.

El laureado director Nacho Vigalondo rodó en 2005, con la colaboración de Alejandro Tejería, una trilogía de ciencia ficción en la que los protagonistas se sumergen en un mundo de intrigas intergalácticas a la búsqueda del legendario "Código 7".

Como en las obras clásicas, la narración sigue una estructura de Planteamiento-Nudo-Desenlace.

Así, en la primera parte de la trilogía conocemos a Palmer Eldritch y Joe Chip, los protagonistas de esta aventura, y se plantea a grandes rasgos la trama principal de la serie.

En la segunda parte el guión se complica y empiezan a aparecer subtramas y personajes secundarios como La Esencia Cósmica. Como en la mayoría de las trilogías, esta segunda parte es probablemente la más consistente en cuanto a guión y desarrollo psicológico de personajes se refiere.

En la tercera parte la trama da un giro de 180º y todos los cabos sueltos se atan con un golpe de efecto simple a la par que elegante. Todas las piezas encajan en su sitio exacto y el puzzle se ve por fin al completo, todo ello sin dejar de plantear existencialistas y ulteriores interrogantes al espectador. ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿A dónde voy?

Sin más preámbulos, enlazo aquí los tres cortometrajes en la versión internacional del montaje del director.

Con todos ustedes...

CODIGO 7 - Parte I

CODIGO 7 - Parte II

CODIGO 7 - Parte III