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martes, 29 de enero de 2008

Louis Barton

Si no los has leído, aquí están los capítulos anteriores...

Entrada VIII

La carreta limpiaba el polvo del camino. El paisaje se iba haciendo cada vez más verde a medida que se acercaban a Tuz Golu. La frondosidad de arbustos, brezales y pequeños pinos crecía ante la vista emocionada de los pequeños Kemal y Ahmet.

Sabían que hoy era un día importante; hacía tiempo que no veían a sus familiares, y este año el cumpleaños de su abuelo se había convertido en una especie de reencuentro y, en cierto modo, de redención. Kemal y Ahmet sabían todo eso, pero lo que de verdad les embargaba de excitación era la hecatombe de cabras y el banquete posterior, los cuchillos de caza labrados con colmillos de jabalí de su primo Abdullah, la caza de geckos, las carreras por las minas de sal y los chapuzones en el mar de Tuz Golu.


Mirtha miró a sus hijos y deseó conservar la inocencia que mostraban aquellos ojos. Pero los pensamientos que cruzaban su cabeza eran muy distintos.

Aquella región de Turquía central no era la Turquía modernizada de la que hablaban los visitantes ocasionales que llegaban a la aldea. La gente de allí se resistía a uniformar sus dialectos y su forma de escribir. Se resistía a abandonar sus viejas costumbres. El avance del cristianismo reforzaba la tesis de los tradicionalistas, que veían en Europa a un monstruo que devoraría sus costumbres y cultura. Mirtha en cambio veía en Europa la salvación para su familia de una vida de miseria y analfabetismo. Los libros de contrabando que Kerem le conseguía y con los que ella intentaba educar a sus hijos para el mundo de mañana no eran suficientes, definitivamente.

Estambul, la puerta de Europa…

Algún día…

Mientras tanto, el presente era esto: obediencia; ortodoxia; machismo; intolerancia; culto a la ignorancia; sumisión.

Ahmed.

El pensamiento llegó a Kerem sin saber muy bien por qué, mientras arreaba las yeguas y acariciaba el codo de su esposa. Para qué negarlo. El cuñado de su mujer, Ahmed, resumía todos los defectos del país. Se llamaba a sí mismo otomano, y escupía a la mínima ocasión sus anhelos de reinstauración del Imperio.

Y además… estaba aquella mirada que invariablemente dirigía hacia Mirtha, a mitad camino entre el desprecio por su cojera y la lujuria por el resto de su cuerpo.

Kerem fustigó sin motivo a las yeguas, furioso de repente, al recordar el desprecio y las palabras de Ahmed la última vez que se habían visto, hacía ya casi un año.

Pero inmediatamente se dominó, racionalizando la situación. El motivo del viaje era reconciliarse con la familia de su mujer, y no tenía ningún sentido emponzoñarse en tales pensamientos.

Sonrió a su esposa y ella le devolvió la sonrisa.

Tras rebasar una colina distinguieron por fin el gran lago. La carreta siguió levantando el polvo del camino, mientras los pensamientos de Kerem, Mirtha, Kemal y Ahmet volaban en todas las direcciones.

sábado, 26 de enero de 2008

La maldición de Terry Gilliam

Si un marciano borracho me preguntase a punta de láser cinco cosas que pasaron en 1969, éstas serían mis cinco respuestas:

1) Woodstock
2) El ser humano holla la superficie lunar por primera vez
3) Led Zeppelin lanza su primer album
4) Se envía el primer mensaje a través de ARPANET
5) Nacen los "Monty Python"

Los Monty Python no son un grupo cómico más. Cuarenta años después de su nacimiento siguen siendo un referente para casi toda la comedia actual. En nuestro propio país gente como Joaquín Reyes o Faemino y Cansado se reconocen admiradores de su humor, absurdo, negro y en ocasiones escatológico.


La base de la genialidad de los Monty Python reside en la genialidad de cada uno de sus miembros: Graham Chapman, Michael Palin, John Cleese, Eric Idle, Terry Jones... y Terry Gilliam.

Así es. Terry Gilliam, que empezó haciendo los cortes de animación de "The Monty Python's Flying Circus", pasó a ser el más celebrado de los ex-Python tras la disolución del grupo. Películas como "El rey pescador", con la que consiguió un Oscar, pero sobre todo "Brazil", le encumbraron a la fama artística en lo que se prometía una apasionante carrera como director de cine.


Sin embargo, la realidad ha sido muy dura con Gilliam, y es que su cine es de esos que, por desgracia, no consigue aunar éxito de crítica y público. Además, con "Las aventuras del barón Munchäusen" prácticamente arruinó a la productora, y ese lastre le ha pesado desde entonces. Aunque con "El rey pescador" se volvió a ganar el aprecio de la crítica y un premio de la Academia, y con "12 monos" pareció ganarse el aprecio del público, lo cierto es que su siguiente película ("Miedo y asco en las Vegas") fue demasiado arriesgada: concretamente, fue un delirio de LSD, anfetas y todo tipo de drogas ilegales. Y aunque se vuelve a demostrar como un visionario director de actores, (re)descubriendo a gente como Johnny Depp, Benicio del Toro, Ellen Barkin, Tobey Maguire, Christina Ricci o Cameron Díaz, fue otro bacatazo de taquilla... y de crítica.

Este golpe no le hizo desistir de su sueño de rodar una versión de "Don Quijote de la Mancha", con el actor francés Jean Rochefort interpretando al ingenioso hidalgo. Pero un presupuesto muy limitado impuso unas condiciones de rodaje tan precarias que una serie de incidentes (malas localizaciones, una inundación, problemas con los productores) hirieron de muerte la producción. La puntilla fue la enfermedad de Jean Rochefort, sin cuya presencia era imposible finalizar la película. Terry Gilliam amenazó entonces con esperar lo que fuese necesario para recuperar al actor y a la película.


Tras este bacatazo y esta amenaza, todos recibimos con interés las nuevas películas de Gilliam, que se habían hecho esperar siete años. La primera de ellas, "El secreto de los hermanos Grimm", era un proyecto de estudio que Gilliam ejecutó con maestría pero frialdad. Aunque se pueden apreciar detalles de su arte en ella, en general es un producto muy menor dentro de su filmografía, y no es imposible que algún día la firme como "Alan Smithee". Una de las pocas cosas destacables de la cinta es la aparición de Heath Ledger, que se haría enormemente popular en su siguiente actuación en "Brokeback Mountain".


Pero la verdadera intención de Gilliam era hacer una película que atrajese al público a las salas, y volverse a ganar el favor y la confianza de los productores. Simultáneamente, Gilliam rodó una película de bajo presupuesto y mucho más intimista, titulada "Tideland", para la que volvió a contar con Jeff Bridges (actor que le dio suerte con "El rey pescador").

Todos pensábamos que Gilliam iba a utilizar la táctica empleada por otros directores para poder seguir financiando sus sueños artísticos: firmar una película comercial que le permitiese financiar otra película más intimista.

La pregunta era: ¿cómo sería su siguiente película, "The imaginarium of doctor Parnassus"? ¿Sería una película fría y taquillera, o sería una película de auteur?


Es posible que no lo lleguemos a saber nunca, porque esta semana ha muerto Heath Ledger, uno de los protagonistas principales (y que había trabajado antes con Gilliam en "El secreto de los hermanos Grimm"), cuando ya se había rodado un tercio de la película. Tres opciones se barajan para salir de este desastre en el que la película se ha metido sin querer: sustituir a Ledger por otro actor y volver a rodar los planos en los que éste aparecía, modificar el guión para que el personaje no vuelva a aparecer en pantalla... o renunciar a la producción... una vez más.

Una suerte de extraña maldición parece perseguir a Terry Gilliam. Aún no se ha cerrado el capítulo de esta historia, pero lo que parece seguro es que Gilliam se está ganando un áurea de director maldito que, me temo, eclipsará el talento de uno de los mejores directores de finales del siglo XX.

jueves, 24 de enero de 2008

¿Nos vamos a Jerusalén?

Acabo de ver un documental en La Sexta sobre las reliquias sagradas de las tres religiones que confluyen en Jerusalén: judaísmo, cristianismo e islamismo. Desconocía que las tres religiones contienen historias comunes, como la de Abraham y su hijo Isaac (o Ismael, dependiendo de la religión). Tampoco sabía que el islamismo, al igual que el judaísmo, considera a Jesús un profeta y padre del islamismo. Ni mucho menos que las oraciones se orientaban a Jerusalén mucho antes de que se dirigiesen a La Meca.

En Jerusalén hay tres grandes lugares sagrados:

1) El Templo del Santo Sepulcro, donde se cree que no solo está el lugar de crucifixión de Jesucristo (el Calvario), sino también su sepulcro, del que resucitaría dos días después de ser asesinado.


También en Jerusalén está el Cenáculo (el lugar donde ofició la Última Cena), la Iglesia del Paster Noster, la Iglesia de Santa Ana (donde nació la Vírgen María), la Basílica de la Dormición (donde murió) y, por supuesto, la Vía Dolorosa.


2) El muro de las lamentaciones es el lugar más sagrado de los judíos, y forma parte de uno de los muros de la ampliación del gigantesco templo que levantó Herodes sobre las ruinas del templo original edificado por Salomón.


3) Desde el siglo VII hasta el el siglo XX (con un breve interludio en el que los cruzados retuvieron la ciudad durante algo menos de un siglo, precisamente hasta que Saladino la reconquistó) los musulmanes ocuparon Jerusalén y edificaron sobre las ruinas del Monte del Templo el Domo de la Roca.


En dicha roca, actualmente bajo una enorme y magnífica cúpula de pan de oro, se cree que se produjo la prueba de fe de Abraham y se selló la Primera Alianza. De hecho ahí se conservaba el Arca de la Alianza hasta que los babilonios conquistaron Jerusalén en el siglo III a. C., fecha a partir de la cual se pierde su rastro.

Actualmente la Ciudad Vieja está bajo control judío, excepto precisamente el Domo de la Roca, que sigue en manos árabes. Tengo que informarme un poco más de cuál es la situación real y qué riesgo supone visitar el Jerusalén moderno, pero creo que podria ser un viaje espectacular. Aun siendo un ateo convencido tiene que ser fascinante recorrer la ciudad en la que cristianos, judíos e islámicos se ponen de acuerdo en que Dios se hace historia y está más cerca del hombre que en ningún otro sitio del planeta.


Si queríais viajes culturales, creo que no hay ninguno mayor que éste. Nos guste o no, uno de los pilares más sólidos a lo largo de la historia del hombre es la religión, y no hay mejor sitio mejor que Jerusalén para comprender los orígenes de las tres religiones más importantes de Occidente.

Os animo por tanto a apuntaros a este viaje, que me gustaría hacer a lo sumo en uno o dos años.

lunes, 21 de enero de 2008

Tetas y culos

Me gustaría creer que es un error, pero por desgracia sé que no es así: Google Analytics no miente, y dice que el 21,62% de la gente que entra a mi blog lo hace a través de mi post "La postura del helicóptero".

Fijándome bien, resulta que los de La Coctelera habían enlazado mi página, sin duda después de haberla encontrado en Google (aparece segunda con las palabras "postura + helicóptero").

Eso me pasa por poner nombres confusos a mis artículos, y me enseña una valiosa lección: a partir de hoy todos mis posts van a tener un título pornográfico :)

¡Vivan las tetas!


¡Vivan los culos!

viernes, 18 de enero de 2008

Futurama: the movie(s)

Unos cuantos años han pasado ya desde la cancelación de Futurama. Cuatro inolvidables temporadas (en España; en USA los mismos capítulos se dividieron en 5 temporadas) que alcanzaron unas cimas de humor geek/friki difíciles de superar.

Ahora, cinco años después del último episodio (en él Groening hacía un guiño a sus fans y aún confiaba en que otro canal compraría los derechos de la serie), parece que por fin van saliendo a la luz las películas, que irán directamente a DVD. Los rumores indican que tras la cuarta película podrían dividirlas en capítulos y montar de esa manera una quinta (sexta) temporada para la televisión; algo que ya pasó con Padre de Familia.


Los motivos de las películas y de su no distribución en salas comerciales hay que entenderlos desde el éxito que alcanzó la serie en el mercado del DVD; un éxito mucho mayor que el que tuvo en la televisión, donde apenas se le dio bola.

La primera película, titulada "Bender's Big Score" película, ya fue estrenada en DVD en Estados Unidos hace un par de meses, y se filtró rápidamente por la red.


La segunda película se titula "The Beast With a Billion Backs", y acaban de lanzar por YouTube un preview muy rudimentario:


Tengo la sensación de que estas películas van a ser algunas de esas pocas que sí merecerá la pena comprar.

Y atención a Los Cronocrímenes, que ya está en Sundance.

lunes, 14 de enero de 2008

El héroe de las mil caras

No me hagáis callar diciendo "esto ya me lo sé", porque si lo hacéis la mitad de la ciencia ficción y como unos dos tercios de la fantasía que hay en los estantes desaparecerían con una explosión de ectoplasma.

Nuestra historia comienza en los límites de la civilización, donde un joven aparentemente normal está sufriendo los tormentos de la angustia adolescente. Sin que lo sepan los patanes que le rodean (y quizá sin que lo sepa él mismo), es, de hecho, el heredero legítimo aunque exiliado del trono del Imperio, o un superhombre mutante de incógnito, o el propietario de poderes mágicos latentes, o un ciberbrujo de tres pares de narices o quizá, sencillamente, un fuera de serie con la espada de doble filo.

Pero las Fuerzas Oscuras están en auge, se está cociendo un Apocalipsis como la copa de un pino entre el Bien y el Mal, y nuestro héroe está destinado por imperativos genéticos, hereditarios o argumentales a ser el campeón de los Ejércitos de la Luz. Unos siniestros personajes merodean por Villaconejos de Abajo buscándolo, y puede que hacia el final del primer capítulo hayan estado cerca de cargárselo.

No tarda en aparecer un forastero procedente de los mundos centrales, un forastero Poseedor de conocimientos avanzados, perspectiva histórica, visión política y la misión de buscar al Enchufado del Destino para entrenarlo y conseguir que se enfrente a Darth Vader en la gran pelea por la corona de peso pesado del universo.

Así comienza la educación errante de nuestro héroe bajo las directrices de Merlín el Mutante. Irá desarrollando sus poderes potenciales en un viaje organizado por la galaxia, e irá abriéndose paso a tortas desde la nada de la que vino en una lenta trayectoria espiral hacia el Trono del Imperio.

Por el camino sufre el desprecio de la Princesa, va acumulando a su alrededor un abigarrado sistema satélite de duros tenientes y sargentos de primera, monta un Ejército del Pueblo, salva a la Princesa de un destino peor que Gor —ganándose su amor de paso—, y por último le revela su Identidad Secreta de legítimo Emperador de Todas las Cosas y la convierte a la causa.

El ejército guerrillero se abre camino luchando hasta Roma, y consigue llegar al Palacio Presidencial tras una batalla de unas sesenta páginas llena de sacrificios y proezas. Pero el Señor Oscuro no ha llegado a convertirse en Maestro del Mal chupándose el dedo, muchachos: el Señor del Mal se mete una herradura en el guante de una mano y un disruptor neurónico en el guante de la otra, y el héroe y él se disputan quince asaltos mano a mano en lucha por el destino del universo.


Pero resulta que el Tío Feo no ha oído hablar de las reglas de boxeo del Marqués de Queensbury: tumba al árbitro sobre la lona y nuestro chico recibe palos durante catorce asaltos, dos minutos y cuarenta segundos. Maloman va muy por delante en las tarjetas de puntuación de los jueces, y además está a punto de noquear al Blanco Chico de la Luz, así que parece que al universo le espera una mala racha de un millón de años.

Pero, justo cuando está en el suelo y a punto de oír el final de la cuenta atrás, sus poderes mágicos entran en acción, la princesa le lanza un besito, Obi Wan Kenobi le recuerda que la Fuerza le acompaña, su intelecto mutante le permite fabricar un lanzarrayos de partículas con mondadientes y clips, y un criado al que una vez salvó la vida le inyecta un chute consistente en 100 mg. de anfetas sagradas.

Nuestro héroe se levanta de la lona a la cuenta de nueve y lanza un inspirado discurso: "Eh, tío —le dice al Villano Definitivo— se te ha desatado el cordón del zapato." Cuando Ming el Implacable baja la vista para comprobarlo, el Héroe del Pueblo le lanza un gancho a la mandíbula que lo saca del cuadrilátero y de la novela, haciéndole volar hasta el segundo libro de la serie.

El bien triunfa sobre el mal, se hace justicia, el héroe se casa con la princesa y se convierte en Emperador de Todas las Cosas, y todo el mundo vive feliz por siempre jamás.... o, por lo menos, hasta que llegue el momento de fabricar la segunda parte.

Suena familiar, ¿no? Los estantes de la ciencia ficción gimen bajo el plúmbeo peso de estas «sagas épicas sobre la lucha entre el Bien y el Mal» fabricadas mediante clonaje, de estos «poderosos héroes» embutidos en trajes espaciales ajustados y suspensorios con remaches de bronce, de estas «trepidantes historias de acción y aventuras». Con un programa medianamente decente de Búsqueda y Sustitución en el ordenador, lo antes expuesto podría servir (y es probable que haya servido) como resumen argumental publicitario de la mayoría de la ciencia ficción que se ha publicado.

Si existiera una fórmula a toda prueba para fabricar basura, sería ésta. Es la ecuación milenaria para el esqueleto argumental de la ciencia ficción comercial, con todas las variantes elevadas hasta el máximo de sus límites teóricos. El personaje con el que identificarse no es simplemente un héroe que inspira simpatía: es la fantasía masturbatoria definitiva, el lector como Emperador del Universo, como Divinidad. Lo que está en juego es nada menos que el destino de la humanidad por los siglos de los siglos, y la princesa siempre tiene el mejor trasero de toda la galaxia. El villano es lo más parecido a Satanás que se puede ser prescindiendo del rabo y los cuernos, no deja de retorcerse el bigote negro mientras se regocija con el tormento de las masas oprimidas, lleva a cabo prácticas sexuales indescriptibles y exprime animalitos encantadores sobre copas de vino para beberse su sangre.

Ah, pero no existe la fórmula a toda prueba para fabricar basura, y ni siquiera el argumento de El Emperador de Todas las Cosas lo es. Cierto, durante un tiempo la aplicación diligente de esta fórmula ha permitido que ejércitos de plumíferos mercenarios fabricaran montañas de fantasías adolescentes para deleite masturbatorio de jovencitos acomplejados por el acné y la timidez; pero, maravilla de maravillas, también es cierto que muchas auténticas obras maestras del género encajan cómodamente dentro de estos parámetros formales.

Dune, Neuromante, El libro del Sol Nuevo, ¡Tigre, tigre!, la mayor parte del ciclo Dorsai de Gordon Dickson, El Señor de los Anillos, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, El Señor de la Luz, Nova, La intersección Einstein, las novelas del Mundo del Río de Philip José Farmer, Forastero en tierra extraña, Tres corazones y tres leones, y otras muchas novelas de auténtico valor literario son hermanas entrecubiertas, al menos en términos argumentales, de esta Ur-fórmula primigenia para la acción-aventura.


Y, si a eso vamos, también lo son el Libro del Éxodo, el Nuevo Testamento, el Bhagavad Gita, las leyendas del Rey Arturo, Robin Hood, Sigfrido, Barbarroja y Musashi Murakami, las vidas de Alejandro el Grande, Napoleón, George Washington, Simón Bolívar, Tokugawa Ieyasu, Lawrence de Arabia y Fidel Castro, por no mencionar Una tragedia norteamericana, El conde de Montecristo, David Copperfield, El hombre que podía hacer milagros (1) y Superman.

Por tanto, es obvio que nos enfrentamos a algo más profundo que una simple fórmula de ficción comercial: se trata de una historia arquetípica intercultural que parece surgir del inconsciente colectivo de la especie, presente allí donde se cuenten historias, e incluso hay quienes aseguran que es la historia arquetípica.

En su obra The Hero With a Thousand Faces (El héroe de las mil caras), Joseph Campbell ofrece la explicación probablemente más exhaustiva, sutil, sofisticada y consciente de esta tesis. Es lectura obligatoria para todo el que quiera captar el significado interno, con abundantes precisiones interculturales.

El Héroe de Campbell, al igual que el héroe del Emperador de Todas las Cosas, comienza la historia siendo ingenuo, consigue un mentor y una misión, se abre camino peleando hasta el centro del inframundo, vence en una batalla culminante en la que consigue aquello por lo que había emprendido su viaje, a menudo consigue una princesa, y se alza triunfante como Portador de la Luz.

Puede que no sea la plantilla formal para toda la literatura de ficción, pero desde luego es una de ellas, junto con la tragedia, la odisea picaresca, el romance, la historia del burlador y la farsa de dormitorio.

Porque el Héroe de las Mil Caras, a diferencia del héroe del Emperador de Todas las Cosas, es un ser humano prototípico embarcado en una búsqueda mística.

Su guía es su maestro espiritual shamánico. Su viaje es la historia de su despertar espiritual. Libra batalla con las facetas más bajas de su propia naturaleza, ya sea de forma abierta o transmutadas en una imaginaría de villanos o monstruos. El inframundo o centro en el que por fin consigue penetrar, es el Vacío que hay en el centro de la Gran Rueda, el nivel de la mente donde el ego y la conciencia emergen de la base colectiva de la creación.

Y la batalla definitiva en el centro es la lucha por conseguir la fusión mística de su espíritu con el mundo, el clímax triunfal mediante el que obtiene una trascendencia espiritual con la que puede volver al mundo de los hombres como Portador de Luz e inspiración heroica.

Eso es lo que hace que esta historia pueda tanto atraer a un público ávido pese a las veces que se ha contado ya, e inspirar más obras maestras de la literatura sin importar el número de grandes escritores que ya la han narrado en el pasado.

El Héroe de las Mil Caras es, después de todo, la historia de nosotros mismos, o al menos la historia de nuestras vidas que todos escribiríamos si pudiéramos poner las manos sobre el teclado del Procesador de Textos del Cielo, y por eso los narradores profesionales nos la siguen contando una y otra vez por todo el mundo a lo largo de los milenios, y por eso siempre estamos dispuestos a vivirla indirectamente una vez más.

Y si se cuenta de forma sincera y sin trucos, como ocurre con los fomas (2) de Vonnegut, puede hacemos sentir valientes, fuertes y alegres, y ello puede animarnos a realizar hazañas de valentía espiritual en nuestras propias vidas. Tomemos por ejemplo ¡Tigre, tigre!, de Alfred Bester, recientemente reeditada en tapa dura por Franklin Watts tras una imperdonable estancia en el inframundo del limbo editorial (3). Esta novela es generalmente reconocida como una de las seis mejores novelas de ciencia ficción jamás escritas, y es el fruto más soberbio producido durante el florecimiento del género en los años 50.

Gully Foyle, último mono de un carguero espacial, Hombre Corriente en pleno nadir kármico, comienza la novela atrapado entre los restos de su nave, a punto de expirar. Otra nave espacial se aproxima hasta la distancia suficiente para rescatarle, pero pasa de largo, encendiendo el fuego de la venganza en las profundidades de su adormilado espíritu.


El odio le impulsa a grandes hazañas. Sobrevive, escapa, comienza su búsqueda para encontrar y destruir la «Vorga», la nave espacial que le abandonó a su destino, y pronto descubre los poderes corporativos y las maquinaciones subyacentes que se ocultan tras lo ocurrido, para acabar siendo arrojado a lo que literalmente es un inframundo, el Gouffre Martel, una profunda caverna en la que los prisioneros se ven sometidos a una oscuridad y aislamiento absolutos. Allí conoce a la Princesa/Guía Espiritual, Jisbella McQueen.

Ambos escapan del Inframundo, y Foyle se convierte en Fourmyle de Ceres, hombre rico y poderoso capaz de perseguir y dar caza a los poderes que apoyaron al «Vorga» desde los más altos niveles políticos y sociales.

Foyle no se limita a amasar una fortuna y asumir la identidad de Fourmyle de Ceres; pasa por un proceso de educación mundana y espiritual durante el que le vemos madurar hasta alcanzar una auténtica humanidad, y contemplamos cómo su búsqueda de venganza se convierte en una búsqueda de justicia social.

En el clímax de la novela Bester utiliza una genial sinergia de prosa y algo semejante a la ilustración para hacer que Foyle y el lector pasen por lo que sólo se puede describir como una auténtica culminación psicodélica. Foyle acaba viéndose atrapado en el infierno llameante de otro inframundo. Sus sentidos se funden y se mezclan en una sinestesia, y Foyle se teleporta enloquecidamente por el espacio y el tiempo mientras se debate con el dilema moral de qué hacer con la sustancia secreta llamada PyrE.

El PyrE es un explosivo termonuclear que se puede hacer detonar sólo con la fuerza del pensamiento. Cualquiera es capaz de hacerlo. Durante su evolución hacia el Héroe de las Mil Caras, Foyle ha conseguido el poder de «espaciojauntear», de teleportarse hasta cualquier lugar de la galaxia. No cabe duda de que se ha convertido en el Emperador de Todas las Cosas. Literalmente, posee el poder de abrir el universo al hombre. Tiene un secreto que, de propagarse, dará a quien lo conozca el Poder de destruir la civilización. Para bien y/o para mal, en sus manos está el fuego de los dioses.

¿Qué debe hacer un auténtico héroe? ¿Conservar el secreto del PyrE y apropiarse del poder definitivo? ¿Dejarlo en manos de los «responsables» del poder?

La grandeza moral de ¡Tigre, tigre! radica en el hecho de que Gully Foyle no hace ninguna de las dos cosas.

Foyle, convertido en avatar del Hombre Corriente que ha llegado a la plena consciencia de sí mismo, le entrega el fuego de los dioses a todos los Hombres Corrientes y pone el PyrE en manos del pueblo.

"Todos estamos en el mismo barco. Vivamos juntos o muramos juntos —le dice al mundo de los hombres—. ¡De acuerdo, que Dios os maldiga! Yo os desafío. Morid o vivid y sed grandes. Volaos en pedacitos o venid a buscarme, venid a Gully Foyle y yo os convertiré en hombres. Os haré grandes. Os daré las estrellas."

El Hombre Corriente transformado en el Portador de la Luz, como el auténtico Bodhisattva, rehuye la cima de la trascendencia ególatra y vuelve al mundo de los hombres no como un avatar de la divinidad, sino como un Hombre Corriente renacido, como avatar democrático del dios que hay en el interior de todos nosotros. Y ésa es la verdadera luz del mundo, no la magnificencia de algún ungido Enchufado del Destino.

Ésta es la historia tal y como debe serle narrada al mundo moderno, una versión que, en cierto sentido, habría sido literalmente inconcebible antes del advenimiento de la moral democrática, aunque aparecen indicios de ella en el budismo y en el mito de Prometeo. Cierto, es un mensaje espiritual que la mayoría de la gente sigue pareciendo no estar muy dispuesta a escuchar: por lo menos, el público que devora ávidamente los clones del Emperador de Todas las Cosas no parece tener muchas ganas de escucharlo.

Las repúblicas degeneran en imperios, los caminos para conseguir la iluminación en religiones jerarquizadas y los líderes inspirados por una idea en tiranos; y lo mismo le ocurre a la historia del Héroe de las Mil Caras, que tiende a degenerar en la del Emperador de Todas las Cosas, y por razones muy parecidas.

Gully Foyle es un auténtico héroe, no por sus proezas, aunque las haga y muchas, ni por los poderes divinos que obtiene, sino porque al final alcanza el heroísmo moral y la lucidez del Bodhisattva.

Pero pocos héroes, ficticios o no, rechazan el trono del poder trascendental. Incluso el noble César, republicano de corazón, aceptó la corona del imperio cuando se la ofrecieron por cuarta vez.

Paul Atreides, el abiertamente trascendente héroe de la saga de Dune (o sea, de Dune, Mesías de Dune e Hijos de Dune las novelas de la serie que relatan su vida), superhombre presciente, se enfrenta a ésta, la misión definitiva del auténtico héroe y, en última instancia, fracasa.

Paul, perseguido por sus enemigos, es el heredero legítimo del ducado de Arrakis. Se somete a toda una serie de misteriosas iniciaciones bajo la instrucción de numerosos maestros y maestras espirituales, y acaba convirtiendo a los Fremen en un Ejército del Pueblo que liberará al planeta de los malvados Harkonnen. Por su herencia genética, Paul está destinado a convertirse en el Kwisatz Haderach, un ser con poderes prescientes de tal nivel divino que será adorado como dios y la jihad emprendida invocando su nombre asolará los mundos de los hombres. En el final triunfal de Dune, no sólo destruye a los Harkonnen, sino que es revelado en su calidad de avatar de la divinidad y, literalmente, se autocorona Emperador de Todas las Cosas.

Superficialmente, Dune parece la fantasía de poder definitiva para adolescentes acomplejados. Se nos presenta una figura con la que identificarse, el joven muy especial que es el yo soñado de uno mismo, lo seguimos a través de sus batallas, aventuras espirituales y hazañas, y al final nos convertimos en el objeto de adoración de todos los mundos y nos coronamos Emperadores de Todas las Cosas. La paja definitiva, o eso parece.

Pero no para Paul Atreides. La droga llamada melange ha hecho presciente a Paul, así que no tarda en tener visiones de la cruzada que está destinado a desencadenar. Y la idea le resulta aborrecible. Todo lo que hace, al menos a cierto nivel de autoengaño, tiene el objetivo de impedirlo, pero todo lo que hace acaba llevándole de vuelta a la línea temporal de lo inevitable. Al final de Dune, lo único que puede hacer es rendirse a su inevitable destino, asumir la divinidad, coronarse a sí mismo emperador y convertirse en el icono de la jihad.


Así pues, la conclusión aparentemente triunfal de Dune en realidad es una tragedia. El héroe lo consigue todo, hasta la corona de dios—rey del universo. Pero, a diferencia de Gully Foyle, no puede trascender su trascendencia, no puede alcanzar la gracia del Bodhisattva, no puede poner el cetro del conocimiento y el poder en manos del Hombre Corriente y ni tan siquiera puede detener su propia jihad.

Y su tragedia personal es que lo sabe. De hecho, lo ha sabido desde el primer momento. Paul se pasa la mayor parte de Mesías de Dune en el papel del mesías entronizado en cuestión, convertido en una figura amargada y gruñona que preside la institucionalización burocratizada del culto a su propia personalidad. Muere en Mesías de Dune, y renace en Hijos de Dune como un Jeremías del desierto, para volver a morir sin haber destruido su propio mito.

Esto es lo que convierte los tres primeros libros de la serie de Dune en auténticos logros literarios, en vez de en fantasías de poder masturbatorias, aunque los elementos de estas últimas se hallen presentes elevados a la máxima potencia. En las tres primeras novelas Herbert usa la ironía, al igual que su Héroe arquetípico. En cierto modo, las novelas son un ácido comentario a la historia del Héroe de las Mil Caras. Puede que Paul se haya convertido en dios-rey del universo, pero no logra escapar al destino que le ha elevado hasta esta cima, no puede abdicar en favor de la república del espíritu y no puede escapar a las terribles consecuencias de su divinidad. Es un dios capaz de conseguirlo todo salvo alcanzar su propia iluminación final, y sin ella su vida es un fracaso y esta nueva versión de la historia, una tragedia.

Esto explica también por qué el resto de los libros de Dune, los que tienen lugar tras la desaparición definitiva de Paul, degeneran hasta convertirse en una serie de nuevas versiones del Emperador de Todas las Cosas donde las figuras mesiánicas y las conspiraciones jesuíticas luchan por controlar un poder espiritual sin sentido durante el largo, larguísimo período pseudomedieval que sigue a la desaparición de Paul.

Tomada como un todo, la serie de Dune es un ejemplo casi perfecto de cómo y porqué la historia del Héroe de las Mil Caras evoluciona tan fácilmente hacia su desdichada imagen en el espejo, el Emperador de Todas las Cosas. Superficialmente hablando, tanto la una como la otra son fantasías de poder, pero la auténtica historia tiene también una dimensión moral y espiritual. Despojado de sus hazañas, el Héroe de las Mil Caras es un mito de iluminación, como Siddartha, La Montaña Mágica o Los vagabundos del dharma (4) en los que el lector se ve recompensado con una trascendencia mística y una elevada consciencia moral vividas de manera indirecta.

Pero, despojada de su corazón espiritual, despojada del clímax de democracia mística vivido por Gully Foyle o de la atormentada presciencia irónica de Paul Atreides, la historia sólo puede convertirse en lo que Hitler hizo de Nietzsche.

Porque, por desgracia, el Principio Führer es el lado oscuro de la historia del Héroe de las Mil Caras. Sin la visión moral de un Bester o la ironía trágica de un Herbert, se pierde la luz interior de la historia, y en vez de un paradigma de madurez moral nos queda la pornografía del poder, con la egoísta fantasía masturbatoria faustiana de la mística fascista, con las manos del lector en sus ajustados pantalones de cuero negro mientras se ve a sí mismo como el superhombre todopoderoso instalado en el podio definitivo.

Después de todo, muy pocos de nosotros somos Bodhisattvas; a casi todos nos gustaría sentirnos mucho más poderosos de lo que en realidad somos y, por lo tanto, un número excesivo de nosotros se siente atraído por el Principio Fuhrer, siempre que podamos imaginarnos como der Führer en cuestión .Y por eso, en una versión razonablemente hábil, el último clon del Emperador de Todas las Cosas seguirá vendiéndose como churros, sobre todo si va bien empaquetado con músculos abultados, armamento fálico y la adecuada parafernalia fetichista. Quita la luz interior de los ojos del Héroe de las Mil Caras, y la cara que te mirará burlona tendrá un mechón de pelo sobre la frente y un bigote a lo Charlie Chaplin.


(extracto de "El emperador de todas las cosas", Norman Spinrad, 1987, extraído a su vez de la web de Kalsbad)

martes, 8 de enero de 2008

Todos contra la "violencia de género"

Y quiero decir, claro, contra el discriminante término "violencia de género". Porque a ver, que alguien me aclare qué demonios significa eso.

Todos los periódicos de hoy citan la noticia del homosexual gijonés acuchillado por su pareja, y algunos incluso se atreven a definirlo como un caso de "violencia machista". Sin pretender ofender a nadie, ¿es que acaso han averiguado las preferencias sexuales del pobre difunto para poder decir que su asesino era un machista? ¿No sería acaso versátil?

En un tono más serio (bueno... la verdad es que no), otros medios (patrocinados por sus esponsors, claro) debaten sobre la necesidad de acuñar un nuevo término para la violencia doméstica entre parejas del mismo sexo, ya que en este caso no hay un género que tenga una clara posición de superioridad física sobre el otro. Y la ley de violencia de género no les ampara.

Les he colado sin que se den cuenta el término que surgió hace unos años y que fue masacrado por el colectivo de marujas y amas de casa feministas: la "violencia doméstica". ¿Por qué no gusta este adjetivo? ¿Acaso recuerda a cacerolas y gamuzas? La forma en que eufemísticamente se ha sustituido la expresión "violencia doméstica" por "violencia de género" demuestra, como todos sabíamos, que lo políticamente correcto predomina lamentablemente sobre lo correcto de facto.

Según el diccionario de la RAE, lo doméstico tiene que ver con lo relativo al hogar, y si hay algo claro es que la violencia se gesta y se suele desencadenar en ese entorno, al abrigo de la intimidad y cuando la ira homicida no se ve contenida por el convencionalismo y las leyes de la sociedad y hay un abuso de poder y de confianza.

Así que veamos qué nuevo término se les ocurre a Zapatero y compañía para etiquetar la "violencia homosexual de género machista", y poder encabezar así sus demagógicas pancartas con una frase corta con gancho y tirón. Ya que fueron capaces de prescindir de lingüistas para redefinir alegremente la palabra "matrimonio", no creo que les cueste mucho hacer algo similar con esto.

Y que conste que no soy una persona a la que le importen mucho las palabras (soy de Quevedo antes que de Góngora), pero este tipo de situaciones consiguen enfurecerme. El bello idioma español, el único que es oficial en todas las comunidades autónomas de este país y que por un capricho del destino hablan más de 400 millones de personas en todo el mundo, no se merece el maltrato manipulador al que se le está sometiendo desde el periodismo y la política. ¿IgualdaZ? ¿VerdaZ? ¿ModernidaZ? Analfabetismo, diría yo, y falta de juicio crítico. Si ésta es la prometida revolución educativa... ¡que paren el mundo, que yo me bajo!

domingo, 6 de enero de 2008

Los Reyes Magos son... unos hijos de puta

Y si no me creen, miren el regalo que me han traído:


Vale, sé que no estoy en forma, pero mírenme a la cara y díganme que la insinuación de Mal(e)chor™ no ha sido cruel.

PD: Sí, el nórdico rosa es mío, ¿algún problema? :)

PD2: Podría haber sido peor. A Benjamín le han regalado unos dados de trilero, y a Ana un cerdito-hucha rosa. Sí, a juego con mi nórdico.

martes, 1 de enero de 2008

El argumento del respeto (Fe, parte III)

Cuando hablo de religión con muchos ateos y agnósticos, a menudo llegamos a la conclusión común de que la fe y la espiritualidad son atributos no sólo buenos, sino incluso deseables, de poder adherirse a ellos con la facilidad con la que uno se come una patata frita.

Sin embargo, después de cantar las alabanzas de la religión como elemento cohesionador de civilizaciones y proveedor de esperanza, es cuando aparece el argumento del...

R E S P E T O

¡PLONK!

El argumento del "respeto", etimologías aparte, viene a significar esto: "sí, sí, a mí me parece estupendo que la gente crea en Dios, pero que a mí me dejen tranquilo". O en versiones más pragmáticas: "tú a lo tuyo y yo a lo mío".

Lo que estas personas no entienden es que pedirle a un cristiano que te deje en paz es imposible. La semilla del cristianismo es eminentemente evangélica (como el sacramento del bautizo, aplicado a recién nacidos, y con lo que estoy absolutamente en contra, nos ha enseñado). El cristiano debe ser un apóstol de Cristo en la Tierra.

Este "deseo de evangelizar" no es algo que le aleje de otras confesiones y sectas. Los propios Cursillos de Cristiandad a los que tuve la suerte de asistir hace unos meses no son más que un intento de evangelización masiva y comprimida.

¿Por qué el cristiano intenta convencerte de que lo suyo er lo mejó? ¿Por qué pierde un tiempo que podría invertir en hacer el bien y acercarse más a su Dios? Parémonos un segundo y preguntémonoslo de verdad: ¿por qué lo hacen?

Vamos a intentar descubrirlo con un ejemplo.

Supuesto 1: Estamos en un pueblecito africano en el que la tasa de SIDA asciendo al 70%. Los hombres no quieren utilizar preservativo porque lo prohibe su religión. Sin embargo, siguen manteniendo relaciones sexuales sin tener en cuenta el peligro.

Supuesto 2: Una de nuestras primas ha probado el caballo y lo descubrimos por casualidad. Ella no quiere dejarlo, dice que le sienta bien y que es capaz de controlar el mono.

Supuesto 3: Un amigo nuestro es una buena persona, pero la vida sin fe en la que vive le va a privar de la Salvación. No entendemos por qué está tan ciego y por qué no es capaz de hacernos caso, con lo que sería más feliz y el día del Juicio Final se contaría entre los salvados.

¿Cuál es la diferencia entre estos tres supuestos? ¿Insistiríamos en los tres casos?

La diferencia, si existe, es que en los dos primeros supuestos la ciencia apoya con pruebas nuestras tesis, mientras que en el tercer supuesto no existe ningún tipo de prueba empírica, ni es probable que exista nunca. Claro que hace cincuenta años no se conocían las consecuencias de la heroína y hace treinta el sida apenas se conocía. ¿Significa esto que sólo deberíamos insistir cuando tengamos la seguridad de que lo que estamos defendiendo es La Verdad?

(Ah, "Verdad"... Bonita palabra. Hacedme caso: huid de todo aquel que manifieste estar en posesión de la misma. Si hay algo seguro es que "La Verdad" no existe. Sólo existen los puntos de vista.)

Pero volviendo al tema que nos atañe... Lo cierto es que los cristianos creen estar en posesión de la Verdad. Para ellos es tan claro que no son capaces de replantearse otra alternativa. Ellos "sienten" a Dios dentro de sí mismos. Incluso le han escuchado y algunos, los más privilegiados, le han visto. Amén de las múltiples manifestaciones que son capaces de ver todos los días, en detalles que a los demás nos pasan desapercibidos o, a lo sumo, consideramos meras coincidencias. En palabras de Mel Gibson en "Señales": "[...] Hay dos tipos de personas, los que piensan que las casualidades son simples coincidencias y que estamos solos en este mundo. Y luego están los que en estas casualidades ven señales de que hay alguien guiándonos y protegiéndonos [...]. Lo que debes preguntarte es en cuál de los dos grupos te encuentras [...]".


Efectivamente, pues, debemos llegar a la conclusión inefable de que el cristiano "sabe" sin dejar ningún espacio a la duda que Dios existe. Es más, el cristiano se devana los sesos preguntándose por qué los demás no somos también capaces de sentirlo.

(La teología lo explica mediante la "Gracia", que es algo que se nos da supuestamente en el bautizo, y que es la fuente de la que bebe la fe.)

La verdadera cuestión es, por tanto, si es lícito que el cristiano intente evangelizarnos, pareciendo así no mostrar nigún respeto por nuestras propias creencias, igual de respetables que las suyas. La respuesta, por supuesto es que SÍ. Igual que yo tengo derecho a defender mi ateísmo delante de ellos (aún a riesgo de destruir su esperanza), las similitudes estéticas y formales entre una asamblea de magos de la Tierra Media y una procesión en Silos... o la forma correcta de untar la mermelada en una tostada. El respeto a las opiniones va en todos los sentidos.

La evangelización no es más que una opinión manifestada desde el deseo de ayudar al prójimo, y tan sólo por el hecho de nacer de este deseo ya deberíamos considerarlo algo bueno. Como toda opinión, puede ser correcta o incorrecta, pero el día que alguien no pueda expresarla será el día en el que el fascismo campe a sus anchas en nuestro país. En palabras de Evelyn Beatrice Hall, "estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". Y el que no entienda esto... una de dos: o es un fascista, o tiene miedo a que la opinión vertida por el otro sea cierta.

Y lo dice alguien que es ateo, pero que cree que el mismo respeto y la misma comprensión que pedimos para nosotros debemos concedérselos a todo el mundo.