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martes, 7 de agosto de 2007

Un día de calma

Otras veces, sin embargo, pienso que me quejo por puro vicio.

Por ejemplo, si pienso en los hombres y mujeres de países del tercer mundo, o incluso de la mayoría de los países en vías de desarrollo, que no tienen más trabajo que el de sobrevivir (y ya es bastante), ¿no estoy yo mejor que ellos? Si pienso en los hombres y mujeres de mi propio país que tienen que deslomarse para poder llevar un sueldo a casa y poder vivir al límite, ¿no estoy yo mejor que ellos? Es más, si pienso en los hombres y mujeres que trabajan en la consultoría, con horarios inhumanos y trabajando para auténticos imbéciles, ¿no estoy yo mejor que la mayoría?

Por otro lado, creo que tampoco me puedo quejar de salud. ¿Estoy ciego, cojo, mudo, manco o sordo? ¿Acaso tengo problemas de diabetes, triglicéridos, hipertensión o impotencia? Tan sólo soy un poco calvo, un poco feo y un poco flojeras, pero eso es algo que tengo asumido desde mi primera calabaza. Y mírame adónde he llegado.

Gano más que la mayoría, no se me ocurre ningún capricho que realmente desee y que no me pueda permitir, puedo invitar a mis amigos con la tranquilidad de que mi crédito no se va a acabar y el único problema que se me ocurre es que no tengo tiempo suficiente para ver todas las películas y leer todos los libros que me compro.

Tengo una chica preciosa a la que adoro. Estoy realmente enamorado de ella, y aunque la vida da muchas vueltas y nadie sabe adónde va a parar, al menos puedo decir que tengo la suerte de haber encontrado a la chica de mis sueños. No hay mucha gente que tenga esta suerte, y parafraseando a la señorita Karapapel: "La mayoría de vosotros se casará por miedo a morir solos". Tal vez mañana lo dejemos, pero hoy por hoy puedo decir que he conocido el amor verdadero (si los los herederos de S. Morgenstern leen este blog, estoy acabado).

Mi familia está sana, nos llevamos bien (algo que no puede decir todo el mundo) y les veo poco, pero regularmente.

En estos dos años que llevo fuera de Gijón no he perdido amigos; todo lo contrario, he tenido la fortuna de hacer nuevos y buenos amigos aquí en Madrid.

He conocido muchas cosas nuevas; estos dos años en Madrid probablemente han sido los más enriquecedores de toda mi vida. He sufrido mucho, pero gracias a ese sufrimiento he aprendido mucho más, y no me arrepiento de casi ninguna de las cosas que he hecho en todo este tiempo, porque me han llenado como persona. Sobre todo, no me arrepiento de ninguno de mis errores. Sin ellos, yo no sería lo que soy ahora.

¿Y qué soy ahora?

Una persona que se mira al espejo y está satisfecha.

Claro que todo puede mejorar. Las quejas de ayer son las mismas que hoy. Pero en general es gratificante ver que uno no se da asco a sí mismo. Que la imagen que le devuelve el espejo es una imagen llena de fuerza y de ímpetu. Un reflejo que dice: "chaval... ha merecido la pena..."

"...Y lo mejor aún está por llegar."

lunes, 6 de agosto de 2007

Un día de furia

Definitivamente, catorce horas de ALSA dan mucho de sí. Sin música que entorpezca la mente, sin película basura que entontezca, sin portátil con el que ver el último capítulo de Lost, sin pilas en el mp3 para escuchar por enésima vez uno de los programas de "La rosa de los vientos".

Todos los cursillistas dicen que el primer día de cursillos es el peor. Yo no estoy para nada de acuerdo. Para mí el primer día fue el más interesante. La idea de hacer un parón para, con la perspectiva adecuada, echar un vistazo a toda tu vida, es algo muy sugerente. En realidad parece una ñoñez pero, ¿cuántos de nosotros lo hacemos de verdad? Quiero decir, dejando a un lado los proyectos a corto plazo, y el aquí y ahora, y los proyectos a largo plazo pero poco definidos del tipo "en cinco años me gustaría...". ¿Cuántos nos hemos parado y hemos dicho: "voy a examinar mi vida, a ver si merece la pena o, como me temo, la estoy desperdiciando totalmente"?

Y cuando digo "vida" quiero decir "vida", no trabajo. O al menos no sólo trabajo. Hablando con mis amigos me da la impresión de que en cierto momento parece que sólo importa el trabajo: tragar y tragar para, con suerte y tiempo, poder putear a otros todo lo que nosotros estamos siendo puteados ahora.

Pues no, cojones.

Vamos a ver la vida con perspectiva y vamos a ser valientes. ¿Os atrevéis a ser valientes? ¿Os atrevéis a intentar un acto de honestidad para con vosotros mismos, un acto del que probablemente salgáis escaldados, e incluso asqueados? Pensadlo detenidamente, la respuesta no es fácil.

Yo me atrevo por vosotros.

Son las cuatro y cuarto y no hace ni una hora que he salido a comer y ya estoy aquí otra vez. Es lo que os digo. Asco. Rabia. Pero ahora he cogido el teclado y no lo voy a soltar hasta que eche todo lo que tengo que echar.

Mi vida aparentemente va bien: trabajo, dinero, salud, amor. Aparentemente todo lo que alguien podría desear. Trabajo en la consultora que ha ganado la competición de Data Mining más importante del mundo. ¿Y qué? Gano un 50% más que hace seis meses. ¿Y qué? Aparentemente tengo una buena salud física. ¿Y qué? Tengo una chica a la que quiero un montón. ¿Y qué?

En la práctica, trabajo en la consultora que me ha dejado sin jornada de verano durante tres meses y que está haciendo que me salgan canas prematuras, rodeado de yupies engominados y de pijas de lujo (sic). En la práctica, gano un 50% más que hace seis meses, pero no ahorro ni la mitad de lo que ahorraba antes, y desde luego el aumento de sueldo es cuadráticamente proporcional al aumento de responsabilidades y, por añadidura, de agobios. En la práctica, no tengo tiempo para hacer el ejercicio físico que me gustaría, y tengo un stress mental que no se lo salta un caballo. En la práctica, es muy jodido enamorarte de una persona que, en el fondo de tu razón, sabes que no es la adecuada. Aunque a tu puñetero corazón eso se le dé exactamente igual.

Y eso por hablar tan sólo de las tres palabrejas de la canción.

¿Y si hablamos de la familia? Si hablamos de la familia os diré que hace quince días no pude ir a ver ni a mi sobrino ni a mis abuelos, porque estaba tan cansado que no podía moverme de casa. Os diré que este fin de semana embauqué a mi madre para que organizase una comida familiar en casa y, de esa manera, no tener que moverme de ella para poder ver a mi sobrino. Os diré que después de los postres estaba tan cansado que me fui al salón a descansar de la sobremesa, y que aunque andaban por allí mis sobrinos, no tenía ni una pizca de ganas de jugar con ellos.

¿Y si hablamos de los amigos? Si hablamos de los amigos os diré que el sábado llamé a Iván para quedar, pero en el fondo deseaba que me dijeras que ya tenías algún plan organizado para no tenerme que ir a Oviedo. Si hablamos de los amigos os diré que el sábado fallé a Mauri, Covi y compañía y les di plantón en el plan del Carbayu, que me apetecía exactamente lo mismo que una patada en los cojones. Es muy duro decir esto, joder, pero me estoy desahogando. Las reflexiones llegarán luego.

¿Y si hablamos de mis compañeros de piso y mis compañeros de trabajo? Aunque también son mis amigos, voy a considerarlos por cuestiones técnicas un grupo aparte. El caso es que si hablamos de mis compañeros, hoy he tenido que mandar un mail a Alberto del Blanco disculpándome por poco menos que haberle mandado anoche a la mierda, cuando él tan sólo salía de la habitación para saludarme. Si hablamos de mis compañeros, hoy realmente estoy disfrutando el hecho de estar solo y de que nadie me esté dando la vara con preguntas y similares.

Ha llegado el momento de las conclusiones. Lo que pasa es que creo que las conclusiones se sacan por sí solas. Supongo que después de un post así, no puedo quedarme con los brazos cruzados.

Éste soy yo, en agosto de 2007. Pero desde luego nada de esto es importante para ti, o al menos no demasiado. Lo leerás y pensarás: "joder, no sabía que estaba tan echo polvo". Lo realmente importante, lo que realmente deberías preguntarte es: "David está así de mal pero, ¿y yo? ¿Cómo soy yo debajo de toda esta fachada?"

Exacto.

¿Cómo eres TÚ?