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miércoles, 20 de enero de 2021

Una aventura de adopción - Capítulo 2: Formación

Antes de que la vorágine de un repleto y cansado día a día me vuelva a tragar y a escupir de nuevo, voy a intentar aprovechar los pocos minutos de descanso que encuentre en estas últimas semanas de vacaciones para plasmar, con trazo grueso, cómo ha sido el inicio de esta maravillosa y extenuante aventura.

Sí, lo habréis adivinado. El de 2018 fue finalmente el último verano... al menos por el momento.

Entregamos los papeles para la doble vía de adopción (nacional e internacional) a principios de noviembre de 2017. En nuestra comunidad autónoma, los Servicios Sociales y de protección al menor tienen 6 meses para dar una respuesta administrativa. A finales de abril nos llegó una carta por la que esa respuesta se prorrogaba durante otros 6 meses. Y en mayo nos llegó otra carta para citarnos a una formación obligatoria: 5 viernes consecutivos, de 16:00 a 20:30, durante mayo y parte de junio, con un pre-aviso de 10 días aproximadamente. La mayoría de los fines de semana ya teníamos planes agendados. Al final solamente mantuvimos un viaje a Londres (cuyo vuelo y hotel ya teníamos pagados) y el resto de los planes los tuvimos que cancelar.

El primer viernes que llegamos al lugar donde se celebraba la formación fue un tanto extraño. El edificio estaba cerrado y varias parejas estábamos fuera deambulando, mirándonos de reojo sin saber si todas íbamos al mismo encuentro. Alguna pequeña charla nerviosa; parece que sí...

Cuando llegamos a la sala ya adivinamos de qué va el percal. Las sillas haciendo un círculo nos hacen saber que aquello no va a ser una charla unidireccional. Enseguida empezamos a entender las dinámicas de las sesiones; no se trata tanto de reproducir un discurso formativo, sino de que las personas que estábamos en aquella sala nos diéramos cuenta de lo que implicaba el proceso de adopción en el que nos acabábamos de embarcar; de cuál era la realidad de la que venían los niños susceptibles de ser adoptados; de los posibles comportamientos que podían acompañar al niño tras la llegada a casa (fruto de una situación de abandono, desamparo o desprotección en un primer momento, y de una institucionalización -en muchos casos de larga duración- después), y de cuáles eran las herramientas que debíamos ir adquiriendo para hacer frente a esos comportamientos o situaciones; de las posibles enfermedades que podían tener los niños; de los derechos de los niños adoptados a saber cuál es su origen... En definitiva, las diferentes y múltiples realidades a las que tendríamos que irnos enfrentando antes o después.

Todos estos contenidos fueron trabajados de forma individual o en grupos, haciendo sesiones de debate y diferentes dinámicas de grupo. Después de cada sesión llegaba el momento de reflexionar en pareja (o a solas -en caso de los expedientes mono-parentales) sobre cada faceta aprendida en el curso.

En mi caso particular, tengo que reconocer que yo no era consciente de la mayoría de las situaciones y problemáticas que se plantean con niños adoptados. En mi mente, un niño adoptado solo era una vía más para poder ser padre. Solo cuando te golpean en la cara con la realidad de esos niños es cuando uno se da cuenta de que la adopción es el último recurso de unos Servicios Sociales y de Protección al Menor. Y uno se da cuenta de que su "necesidad de ser papá o mamá" es coyuntural, y que lo realmente importante es que esos niños puedan tener una infancia "normalizada" en un entorno seguro y amoroso con sus necesidades básicas cubiertas. A Servicios Sociales no le interesa solucionar tus problemas de infertilidad (para eso está la Seguridad Social -nuestra aventura ahí también merecería otra serie de artículos); lo único que le interesa de ti es que puedas llegar a ser un buen padre o una buena madre para un niño o unos niños en situación de desamparo.

Porque no debemos hacernos una falsa idea con este tema. La verdadera razón para adoptar a un niño ES y DEBE SER el deseo de ser padres. Porque "padres" es lo que necesita un niño: no necesita a una ONG que le acoja por hacer una "buena acción". Y por supuesto ese deseo de ser padres tiene que ser sano: cualquier herida producida por una hipotética maternidad biológica frustrada tiene que estar cerrada, y el duelo superado.

Estas realidades de los niños se ven agravadas en el caso de la Adopción Internacional (AI). Si en España la adopción es el último recurso de un sistema de protección al menor, es razonable pensar que una adopción internacional (en la que se desarraiga al niño no solo de los hogares que ha ido conociendo, sino también de su idioma y de su cultura) es una solución extrema para casos extremos. Por eso uno de los aspectos en los que más reincidió el curso fue en analizar, pensar, reflexionar y empatizar con las características de esos niños para los que no hay salida en su país de origen. Dependiendo del país las características pueden ser muy diferentes, no haré un listado aquí. Pero es una reflexión interesante el imaginarse qué problemas puede haber en países tan diferentes como India, Hungría, Rusia, Vietnam...

Y no estamos hablando de adopciones especiales (en las que el niño pueda tener enfermedades graves -cardiopatías, sordera, problemas mentales graves...) sino de adopciones de menores que, sin tener ninguna de las enfermedades del lote que integran las "adopciones especiales", pueden llegar a tener un buen cocktail de otras cosas: eneuresis, síndrome de abstinencia, retrasos madurativos (en mayor o menor grado), problemas de aprendizaje, rechazo al contacto físico, regresiones, incontinencia fecal... A lo que hay que sumar los antecedentes conocidos (tanto de la situación que originó la retirada de custodia, como los antecedentes médicos/psiquiátricos de los progenitores).

En mi caso, como decía antes, la formación fue muy importante porque me hizo aterrizar de verdad en la aventura en la que nos estábamos adentrando, y replantearme si realmente el destino merecía aquel camino de espinas que se nos estaba describiendo y que, no me cabía duda, era más realista que la imagen idílica que yo tenía hasta ese momento de lo que era un proceso de adopción de un menor. Fueron tardes de reflexionar en el curso, pero sobre todo fuera de él, en largas conversaciones con mi mujer que llenaban las noches de los viernes y del resto del fin de semana.

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