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miércoles, 17 de septiembre de 2008

África

Freedom is just another word for nothing left to lose,
Nothing don't mean nothing honey if it ain't free.


Janis Joplin




* * *


Ya han pasado un par semanas desde que volvimos de Sudáfrica. Unas semanas en las que aún no me ha dado tiempo a descansar de viajes y en las que me he ido a Galicia y a Asturias, y apenas he tenido tiempo para mí mismo y para pensar.

En un artículo anterior hablaba sobre la relatividad del tiempo; un tiempo que parecía estirarse a medida que éramos bombardeados por sensaciones nuevas y fascinantes. Ahora, sin embargo, tengo que hablar de lo contrario: de cuando el tiempo se acorta por la rutina de una vuelta al trabajo que se clava en los recuerdos de Sudáfrica como un cuchillo por la espalda.

Tiempo para pensar, decía. Tiempo para perder pensando. No hay nada más barato y, al mismo tiempo, nada más caro. ¿Acaso tú, que vives en esta sociedad moderna y tecnificada te quitas un segundo los auriculares del oído para impedir que el ruido blanco en el que se ha convertido tu música te convierta en un zombie? Si la respuesta es afirmativa, entonces probablemente lo hagas para coger la última novela de pseudo historia que has comprado en la librería pensando en anestesiar tu cerebro mientras el rítmico traqueteo del metro/tren/autobús/coche te arropa y arrulla en tu voluntaria desidia vital.

No. Me niego. Ya he pasado por esto, y no quiero volver a ser un cerebro conectado en un caldo de cultivo llamado “sociedad”. Quiero volver a ser libre, y volver a sentirme vivo.

Durante unas semanas, en Sudáfrica, lo conseguí. Y gracias a eso, nada volverá a ser lo mismo.

* * *


Debo reconocer que los dos primero días en Sudáfrica resultaron un tanto decepcionantes. Johannesburgo resultó ser una ciudad realmente fea y gris, especialmente su centro urbano. La urbe adquiere algo más de color a medida que vas saliendo hacia Soweto -una antigua ciudad, ahora adherida a Joburg y convertida en un barrio de ésta-. Un color duro y violento, un color de tierra y chapa, de ladrillo rojo y cimientos macilentos. El color de la supervivencia en una tierra bella a la vez que ingrata.


La visita al museo del Apartheid empezó a interesar a mi mente, dormida un poco hasta entonces por la apatía de una visita que nos había llevado por un par de iglesias y un centro comercial, y nos había permitido conocer a los primeros nativos.

La historia del Apartheid nos permite comprender a un pueblo sumiso y solícito con el blanco, excepto cuando el alcohol hace que la rabia venza a la costumbre (por eso no es recomendable ir a los bares locales). Un sistema político que desapareció en 1994, con lo que en la práctica el pueblo negro lleva apenas 14 años liberado de una servidumbre tácita.

Johannesburgo resultó, por tanto, una ciudad interesante pero decepcionante a la vez, si tal cosa es posible. Pero todo cambió cuando llegamos a la misión. Y me di cuenta de ello gracias a las arañas.

La llegada a la misión se produjo un lunes por la noche, después de un viaje que se alargó más horas de las previstas. Allí, agotados, recibimos al fin la bienvenida de los perros que guardan la misión y de los misioneros filipinos, en ese orden. Efectivamente, así fue como conocimos a Edgar y a Aldrin. La música que sonaba era The Final Countdown de Europe en una radio local. Supongo que Rafa (nuestro cicerone en Sudáfrica) nos enseñaría la misión esa misma noche. Pero la verdad es que solo recuerdo los escorpiones y las arañas que encontramos en el baño. Cuando acepté la idea de ir a Sudáfrica, solo hice una pregunta: “¿Hay arañas?” Puede parecer una frivolidad, pero les aseguro que mi aracnofobia no es una cosa baladí. No soporto a esos bichos rápidos de ocho patas, y mucho menos si miden más de diez centímetros de diámetro. Pero allí estaban -pese a que me habían jurado que no había- los gigantescos artrópodos.


El día que me di cuenta de que me sentía en casa fue cuando aquellos bichos dejaron de importarme. Cuando decidí que iba a entrar en el baño sin mirar las esquinas de los techos. Cuando utilicé la letrina del suelo y me quedé a gusto. Y el primer día después del trabajo, cuando me duché impaciente y el agua caliente funcionó por primera vez, y cuando, una vez me hube duchado, cogí una cerveza y me senté en el salón a saborearla.

Ese fue el día que me sentí en casa por primera vez allí en Sudáfrica. Y fue al segundo día de estar en la misión. Yo era feliz y me sentía realizado. Por una vez en la vida yo giraba más deprisa que el mundo. Y lo mejor era que no giraba solo; estaba acompañado de buenos amigos y de amigos aún por descubrir.

Mención aparte merecen los tres misioneros con los que convivimos. No me imagino un grupo de personas más dispar y a la vez más complementario.


El tío Rafa proporcionaba la alegría y el arranque despreocupado, con un “Dios proveerá” que al principio nos aterraba pero que terminó por seducirnos. El clímax de esto fue cuando en el Kruger nos quedamos sin habitación por un problema con la reserva: yo no sabía lo que iba a pasar, pero estaba convencido de que esa noche no íbamos a dormir en los coches (y efectivamente, el don de lenguas del tío Rafa nos consiguió unos bungalows en un hotel teóricamente lleno del Kruger). Habrá gente que crea que el que provee es Dios. Yo pienso simplemente que es la fuerza de Rafa: el mundo entero se aparta ante un hombre que sabe adónde va.

Aldrin, por el contrario, es una persona con una personalidad marcada por el sufrimiento, a la que le ha costado volver a sonreír. De hecho, le ha costado tanto que ha decidido que ya nadie le arrebatará la sonrisa de la cara, y la exhibe en todo momento, inundando de buen humor todos los sitios por los que pasa y a todas las personas con las que se encuentra. Es, sin duda, el cura más mundano que he conocido jamás. Y la palabra mundano la utilizo en el término más apreciativo del término.

Edgar proporciona el toque de calma necesario a aquellos dos sacerdotes. Siempre de buen humor, pero con un tempo más sosegado que Aldrin y un temperamento más precavido que el de Rafa.


Si la convivencia con la gente de la misión -no solo con los misioneros, sino también con los demás compañeros- fue increíblemente mejor de lo que esperaba, las pocas palabras que conozco se me quedan cortas para intentar describir lo que fue la convivencia con las madres del comedor y los niños huérfanos y, en general, toda la gente que nos acogió con los brazos abiertos en Justicia. Unas madres que no juegan como nosotros, yuppies de ciudad, a ser caritativos, porque la caridad allí no es una virtud sino una forma de vivir y compartir. Unas mujeres que lo poco que tienen lo ceden con alegría y con una generosidad que hace que se te encoja el corazón.

Y tampoco puedo describir de forma que lo podáis interiorizar lo que te hacían sentir aquellos niños a los que tu llegada a Justicia les dibujaba una sonrisa en la cara, que te tomaban la mano con una naturalidad y un cariño que conseguía derretir en ti ese muro de distanciamiento que casi todos ponemos, consciente o inconscientemente, entre nosotros y los demás.

Qué decir de los atardeceres. Recuerdo el atardecer de la Ventana de Dios como el más espectacular que hayan visto mis ojos, con unos colores que los mejores pintores no han podido ni podrán plasmar jamás en un cuadro. Sudáfrica es, en esencia, un país salvaje en el que la naturaleza se desata con atardeceres delicados y parajes de afilada belleza.


Antes del viaje lo escribía sin saber lo certeras que iban a ser mis palabras:
“[…]Por último, me gustaría presentarme. Me llamo David, tengo 28 años, soy ingeniero informático y consultor. Si me preguntáis por qué me embarco en esta aventura, supongo que porque me parece una inmersión brutal en una cultura completamente ajena a aquella en la que estoy educado. Pienso que nosotros podemos ayudar un poco, pero me da la sensación de que ellos pueden ayudarnos a nosotros mucho más. A conocernos a nosotros mismos, y a poner las cosas en su justa perspectiva.[…]”

No hay falta insistir en el hecho de que lo que nosotros hayamos podido hacer por aquel puñado de niños y mujeres (además del comedor en sí mismo, de proporcionarles un contrapunto cultural a su habitual rutina, y de inyectarles un chute de auto-motivación), es evidentemente una nimiedad en comparación con lo que ellos han hecho por nosotros. Aparte de lo obvio, que ya intuía en la carta del 9 de junio, la realidad es que el viaje me hizo feliz. Me encanta esta palabra, porque no estoy acostumbrado a escribirla, y descubro en su caligrafía una belleza que se me había escapado hasta ahora. Estoy acostumbrado a estar contento o satisfecho, pero ¿feliz? Ahora lo estoy, gracias a Sudáfrica, gracias a las personas que encontré allí, gracias a las personas con las que fui, gracias a los misioneros que nos acompañaron, y sobre todo, gracias a la persona sin la cual el viaje no hubiese existido: Paz. Desde aquí, pese a todo lo que ha pasado o pueda pasar entre nosotros, GRACIAS. Un gran amigo me preguntaba hace poco en un comentario de este blog si tal vez éste había sido el viaje de mi vida. La respuesta es rotunda y afirmativa: estoy convencido de que es así. E, insisto, todo ha sido posible gracias a tu generosidad.

El final del viaje, con el safari a pie por el Kruger o la visita relámpago a las playas mozambiqueñas, no fue mas que el colofón a una experiencia alucinante que ni siquiera 5.000 fotos pueden dar una idea aproximada de qué fue aquello que vivimos. La vida son algo más que palabras e imágenes; la vida son sensaciones, y éstas solo son comprensibles cuando las vivimos en nuestra propia piel.


Por eso este artículo termina aquí, aún a sabiendas de que es una obra inacabada que el lector encontrará insatisfactoria. Y me rindo, porque soy incapaz de decir por qué tenía ganas de abrazar a Juan o por qué disfrutaba con los gritos de Leonor, o por qué estuve llorando cuando todos se fueron a misa el último día y yo me quedé solo en la misión, recorriéndola por última vez, intentando fijar en mis humedecidas retinas los lugares a los que el destino nos había llevado en ese verano de 2008.

Como dice el poeta, la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa. Yo quiero ofrecerte la mía, porque en su forma encontrarás, tal vez, la respuesta a por qué voy a volver a Sudáfrica cueste lo que cueste.

9 comentarios:

Sandra dijo...

Hola David, soy Sandra.

Soy consciente de que todo lo que puedas escribir aquí, refleja minimamente la cantidad de emociones y sentimientos que has debido traerte puestos. Y sin embargo, la forma en la que te has expresado, ha conseguido que desde aproximadamente la mitad de la carta mis ojos se llenaran de lágrimas y el corazón me diera un vuelco.
Y pensar que yo también podría haber ido...No sabes cuanto envidio todo lo que has vivido, lo que has sentido y tu nueva forma de ver tu vida.
Ojala puedas volver. Pero es más, ojala lo hagamos juntos.

Te quiero un montón. Besos.

Da5id dijo...

Gracias Sandra; comparto tu deseo de volver juntos...

Por cierto, te debo una camiseta, no se me olvida :)

Un beso

Anónimo dijo...

Mis gritos???? No tenías nada más agradable que decir de mi???
ALUCINO!!!

Da5id dijo...

Jajaja... Es por la recurrente discusión que tenías con Pachu, que me hacía mucha gracia... :)

Te he respondido al otro comentario que me pusiste, échale un vistazo si quieres:

http://ariasfranco.blogspot.com/2008/08/relatividad-sudfrica-ii.html

Anónimo dijo...

Hola David,

tu relato ha sido muy bonito. Tal vez en ayudar a los demas hayas encontrado tu verdadera vocacion, deberias pensar en ello.

Hacer felices a los demás es como repartir flores: Siempre nos quedan las manos llenas de su aroma.

Unknown dijo...

Hola David!!
A tu preciosa carta solo quiero añadir que tú también has hecho gracias a tu generosidad y a tu buena disposición cada día que este viaje también sea el mejor de mi vida!
Un besazo muy fuerte

gaia56 dijo...

Hola David, llegué a tu blog por casualñidad y me gustó mucho tu relato de la experiencia en Sudáfrica. Yo estuve por motivos de trabajo, mi viaje más superficial que el tuyo, auqnue en algún momento toqué temas de cooperación, pero entendí perfectamente y me sentí atrapada por tus viviencias... no me extraña que vuelvas.
Un saludo

gaia56 dijo...

¿puedo preguntar a través de que organización o quién habéis ido?

Da5id dijo...

Gracias, Elena y Gaia.

Respecto a cómo fuimos, te diré que fue algo montado sobre la marcha gracias a la sobrina de un misionero, el cual lleva viviendo siete años en Sudáfrica y tenía en marcha varios proyectos de este tipo. Es decir, no fue a través de ninguna ONG o similar.

Si quieres más información no dudes en ponerte en contacto conmigo por mail.