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lunes, 15 de febrero de 2010

La estética de "PERDIDOS"

»[...] Al contrario que los fans de Crepúsculo o Star Wars, los fans de LOST no se adscriben (no nos adscribimos) a ninguna corriente estética clara, ¿Es una serie chic, es una serie para freaks?

La clave del asunto podria estar en una de las propiedades exclusivas de este fenómeno: En esta serie la complicidad argumental pesa muchísimo más que la estética, un desequilibrio mucho más pronunciado que en cualquier otro show. Hasta Twin Peaks, la serie de autor por antonomasia, ofrecía texturas muy por encima de trama. Echad un vistazo a lo que vemos en la sexta de LOST: Decorados de cartón piedra y guerrilleros orientales recién sacados de Golpe en la Pequeña China codeándose con tipos vestidos con buzos setenteros, sacerdotes egipcios, una masa de humo negro que suena como una fotocopiadora rota, chicas sacadas de un anuncio de L'Oreal... ¿Pero qué desbarajuste es éste?


Los que conocemos la serie sabemos que tras este sindios se encuentra el atractivo, esta vez abstracto, de una trama que juega con la belleza de las paradojas, los misterios, las ideas, la lógica extrema y la falta de lógica. Y es que, en este caso, el sacrificio del equilibrio visual ha sido en beneficio de la libertad argumental. El triunfo de una belleza invisible sobre las modas de la puesta en escena. Algo que deberíamos aplaudir... Aunque sólo sea por lo muy acostumbrados que estamos a lo contrario.

El milagro de esta fantástica fealdad se concreta en el fetiche de más éxito de esta serie: El logo de Dharma y su presencia en todo tipo de productos, desde cajas de cereales a latas de cerveza. Un logo que, para ser creíble en sus múltiples aplicaciones ha de formar parte de un diseño apagado, sintético, feo. ¡Dharma es una marca blanca, como Día, Carrefour o Eroski! Fijáos en esa fantástica edición especial de la quinta temporada, una caja que reproduce con brillantez el horroroso diseño del fichero de un curso CCC.


Esa es la razón por la que todos podemos ser fans de LOST. Porque no se esfuerza en seducir a los ojerosos al fondo de la clase que quieren ser vampiros, a los guapos que se sientan al medio y que lo flipan con los musicales o al gafoso de delante que se sumerge en fantasías épicas. Las fiestas en las que no se invita a nadie son las fiestas a las que pueden ir todos.

Nacho Vigalondo

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