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miércoles, 9 de julio de 2008

El azar

De vez en cuando tengo tardes tontorronas como la de hoy, en la que mi mente cansada empieza a divagar por caminos por los que no transita habitualmente.

Desde hace unos meses (en realidad, coincidiendo con mi ruptura sentimental) he empezado a pensar cada vez más en el sentido de la vida, en la muerte, y en esas cosas que, en general, nos hacen sentir mal cuando pensamos sobre ellas.

No voy a hablar aquí, al menos hoy, de temas tan desagradables. Por mucho que se me critique, aún no he llegado al nivel de Javier Malonda ;-)

Pero de lo que sí me apetece hablar es del azar o, como algunos lo llaman, destino. El mundo está dividido en dos clases de personas: los que creen en el Destino y los que creen en el azar. Esos dos mismos grupos están conformados casi exactamente por las mismas personas que creen en Dios, y las que no. Creer en el Destino supone asumir un objetivo o finalidad en nuestras vidas, y eso implica un inteligencia o motor trascendental detrás de nuestro mundo, que de alguna forma guía nuestros pasos. Eso, en mi opinión, está muy cerca de lo que yo llamaría "Dios".

Por eso, aunque a muchos de los que no nos tragamos la existencia de Dios nos encantaría la idea de un Destino que dotase de teleología, de causa final para nuestras vidas... en el fondo tenemos que mirarnos honestamente al espejo y admitir que el destino son 3/4 partes de azar y una parte de esfuerzo personal.

Hoy he ido a comer al parque Juan Carlos I y antes de volver al trabajo he estado tirando migas de pan a los gorriones. En poco tiempo se han juntado diez o quince pajarillos cerca del césped en el que me sentaba. Sin duda había pájaros que se situaban mejor que otros, y algunos eran más ágiles y estaban más atentos. Pero en última instancia era mi mano la que decidía en el último momento adónde tiraba la miga de pan. No era algo que el gorrión pudiese controlar o, siquiera, adivinar.


Hace cuatro años hice el examen de ingreso a la escuela de idiomas, y aunque debería haber entrado en tercero, el listening que hice fue pésimo y acabé cursando el segundo año. El segundo día de clase Daniel y yo nos sentamos con unas chicas a las que no conocíamos. A los dos meses un ejercicio gramatical sobre el nombre de nuestros familiares determinó sin lugar a dudas que la chica que se sentaba a mi derecha era mi prima segunda; una prima que no sabía que tenía, y que fue compañera de juergas durante bastantes años. Tal vez uno de mis mejores amigos comparta el resto de su vida con una prima de mi prima (que, por tanto, también es prima mía).

Hoy lo he pensado: ¿qué hubiese pasado si no hubiese hecho mal aquel examen oral y hubiese pasado a tercero? ¿Hubiese el destino hecho que la pareja de la que hablaba hubiesen terminado de todas formas juntos? La respuesta es, casi con toda probabilidad, que no. Y un corolario aún más inquietante: lo verdaderamente aterrador no son las cosas que nos han sucedido por casualidad, sino aquellas que han dejado de sucedernos, también, por azar. ¿A qué personas he dejado de conocer porque agaché la cabeza cuando no debía o porque me ausenté durante unos segundos, o porque no tuve el valor de replicar una respuesta simpática? ¿Qué vidas paralelas hubiese podido vivir si la moneda no hubiese salido cara sino cruz?

Existe una teoría científica desarrollada por Hugh Everett llamada Teoría de los Multiversos o Universos Paralelos, según la cual cada decisión aleatoria que ocurre en cualquier lugar da lugar a tantos Universos como posibles valores pudiese tomar dicha decisión. Naturalmente con las leyes que conocemos esto es imposible; la cantidad de energía necesaria para escindir un Universo en dos es, exactamente, la energía de dos Universos, con lo que la paradoja es evidente. Sin embargo, a efectos didácticos sería interesante ver la traza que nuestros actos y nuestras decisiones han ido marcando en los Multiversos y en nuestro universo particular, nuestro yo, nuestra vida. Y sobre todo, la traza que han dejado las decisiones de los demás o los actos meramente fortuitos.


En "El fin de la eternidad" Isaac Asimov plantea una agencia llamada Eternidad compuesta por policías del tiempo, cuya labor consiste en introducir el mínimo cambio posible para devolver el curso del tiempo a la curva de normalidad cada vez que se sale de ella. La idea de que un pequeñísimo acto, aparentemente fortuito, puede generar un gran cambio (el efecto mariposa, en definitiva), es tremendamente atractiva y terroríficamente realista.

Nos creemos la ilusión de que somos dueños de nuestros actos y de nuestra vida, que controlamos la situación en todo momento... pero la asquerosa realidad es que el aleteo de una mariposa puede tirarlo todo abajo. Una enfermedad, una separación, un despido, un accidente... Nos gusta pensar que ese tipo de cosas solo le pasan a los demás, pero cuando uno va haciéndose mayor se da cuenta de que conoce a mucha gente a la que ese tipo de cosas ya le ha pasado... y es entonces cuando nos damos cuenta de que nos está pasando a nosotros, a través de esas personas. La probabilidad de sufrir un cáncer, de morir en un accidente de tráfico o de sufrir un ataque al corazón son bajas (más altas de lo que nos gustaría, no obstante), y sin embargo la estadística demuestra que todos nosotros conoceremos a alguien que padecerá algunas de esas cosas, y son solo un ejemplo.

También las cosas buenas, por supuesto. Yo he tenido una suerte enorme de haber conocido a algunas personas de las que me enorgullezco de considerarme su amigo: Daniel, Javier, Aitor, Mauri, Covadonga, Alberto(s), Iván, Paz, Ana, Penélope, Cristina(s), Jesús, Pedro... Y a todas las he conocido de forma fortuita, ya que a priori nadie escoje cómo conoce a sus amigos.

A veces miro hacia atrás y veo la serie de decisiones que he tomado y que me han llevado hasta donde estoy ahora. Y me aterra pensar que las mejores decisiones las he tomado de manera casi aleatoria. Me aterra pensar lo que hubiese sido de mi vida si hubiese tomado la decisión errónea. Y me aterra pensar que a lo mejor lo que ahora estoy viviendo es el resultado de una decisión errónea, en realidad.

No sé, tal vez es tarde y estoy cansado, pero... ¿no acojona mucho el darse cuenta de lo ínfimos e insignificantes que somos? Nos creemos el epicentro del universo, y en realidad no somos más que una precaria y rara consecuencia de las leyes del universo que, entre otras peculiaridades, reflexiona sobre sí misma mientras avanza hacia su final, escrito en el inexorable libro de... la Estadística.

Just remember that you're standing on a planet that's evolving
And revolving at nine hundred miles an hour,
That's orbiting at nineteen miles a second, so it's reckoned,
A sun that is the source of all our power.
The sun and you and me and all the stars that we can see
Are moving at a million miles a day
In an outer spiral arm, at forty thousand miles an hour,
Of the galaxy we call the 'Milky Way'.
Our galaxy itself contains a hundred billion stars.
It's a hundred thousand light years side to side.
It bulges in the middle, sixteen thousand light years thick,
But out by us, it's just three thousand light years wide.
We're thirty thousand light years from galactic central point.
We go 'round every two hundred million years,
And our galaxy is only one of millions of billions
In this amazing and expanding universe.

The universe itself keeps on expanding and expanding
In all of the directions it can whizz
As fast as it can go, at the speed of light, you know,
Twelve million miles a minute, and that's the fastest speed there is.
So remember, when you're feeling very small and insecure,
How amazingly unlikely is your birth,
And pray that there's intelligent life somewhere up in space,
'Cause there's bugger all down here on Earth.

1 comentario:

Ivan Arrizabalaga dijo...

Se ocurrian tantas tonterias que decir que optado por decirlas todas juntas!


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