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sábado, 12 de julio de 2008

Rolling Roadshow Tour: Leone edition

Aunque ha pasado casi un mes del evento, este post era una deuda pendiente con el cine, con la historia y conmigo mismo.

Con el cine: porque desde que comencé a trabajar en Madrid, he descuidado mucho mi cinefilia. Las cuatro o cinco películas semanalas que podía verme en Gijón se han reducido a una o dos al mes... y gracias. El horario y el cansancio hacen que me resulte mucho más cómodo verme un capítulo de Lost, Padre de familia, Héroes o Dexter que una película de dos horas.

Con la historia: porque la trilogía del dólar supone mucho más que la invención del spaguetti western como género en sí mismo. Supone una generación nueva de autores con una forma distinta de ver el cine. Y con la historia de Almería como meca del cine barato: sin Almería algunas películas (Conan, Patton, la trilogía del dólar...) no serían iguales. Y sin las películas no existiría el mini Hollywood de Tabernas, o un pueblecito llamado "Dólar". Ni uno de los pocos atractivos que existen para visitar una tierra devastada por el sol y la desertización como es Almería.


Conmigo mismo: porque esta aventura locura se enmarca dentro de mi redescubierto existencialismo vital por conocer nuevos sitios y gentes y explotar al máximo mis años buenos, en los que tengo dinero y libertad, y lo único que echo en falta es un poco más de tiempo. Las vacas flacas ya vendrán.

Ésta es una historia rara, de forma que lo mejor será empezar desde el principio.

La existencia de este evento la conocí (como no podía ser de otra manera) a través del blog de Nacho Vigalondo. Había ido a presentar "Los cronocrímenes" al festival de cine fantástico de Austin (Texas), cuyo director es el creador de Ain't It Cool News, y del que a la postre resultaría ganador, y supondría todo un impulso para que su cinta llegase a más gente y terminase vendiendo los derechos del remake a la productora de Tom Cruise.

Pero no nos desviemos. Las películas del festival se proyectaban en los cines Alamo Drafthouse, que básicamente tienen dos peculiaridades: es un cine restaurante en el que puedes cenar tranquilamente, y si alguien molesta demasiado haciendo ruido se le invita amablemente a que busque la salida, preferible pero no necesariamente por sí mismo.

La otra peculiaridad es que todos los años organizan un gran evento en el que proyectan una película en algunos de los lugares específicos en los que se rodó: monte Rushmore para "Con la muerte en los talones", playa de Santa Mónica para "Tiburón", Devil's Tower para "Encuentros en la tercera fase", etc.

Gracias a una entrada del blog de Nacho Vigalondo fue, entonces, como descubrí que este año el Rolling Roadshow Tour saltaba el charco para homenajear lo que se ha llamado "La trilogía del dólar" de Sergio Leone.

Se podría hablar largo y tendido sobre Sergio Leone y su relación simbiótica con el controvertido Ennio Morricone; de cómo las óperas western de Leone se conmbinan perfectamente con la música espectacularista (toma, me acabo de inventar una palabra y ni me tiembla el pulso) de Morricone. Sin la partitura de Morricone (quien por cierto obtuvo el Óscar honorífico hace un par de años), las películas de Leone no serían iguales.


Centrándonos en las películas del Tour (aunque casi cada una de ellas se cuenta como obra maestra), la trilogía del dólar está compuesta por "Por un puñado de dólares" (un camuflado remake del Yojimbo de Kurosawa), "La muerte tenía un precio" y "El bueno, el feo y el malo". Las tres películas se enmarcan en el género de western crepúscular, y el hilo conductor de las tres es la figura de Clint Eastwood y, sobre todo, de la búsqueda del dinero fácil en un mundo nuevo y salvaje como era el sur de Estados Unidos y el norte de México durante los estertores del siglo XIX.


Copio de la wikipedia:
"El término [spaguetti western] fue usado por los críticos para menospreciar al género, sin embargo, algunas de estas películas fueron tratadas con respeto. De especial interés resulta la Trilogía del dólar, del director italiano Sergio Leone.

El spaghetti western se caracteriza por una estética sucia a la vez que estilizada, y por unos personajes aparentemente carentes de moral, rudos y duros, haciéndose servir de los clichés clásicos del Western americano para crear un estilo propio sirviéndose del mito.


La mayoría de [westerns de los años 60 y 70] fueron financiadas por compañías italianas, o españolas, [por lo que] el género adquirió rápidamente el nombre de "spaghetti western" (italo-westerns en inglés) o "chorizo western", cuando se trataba de películas españolas. Se rodaron en Almería (España). Es muy famoso el desierto de Tabernas, debido a que allí se rodaron grandes películas de este subgénero."

Con toda esta historia a sus espaldas, no podía dejar pasar la oportunidad de contribuir a mi humilde manera al homenaje que se le iba a tributar a todo un género, en particular a un hombre y a una trilogía de películas, y a los pueblecitos que durante este período vieron pasar por sus polvorientas calles a actores y directores que años más tarde se consagrarían como mitos en sí mismos, partiendo de un subgénero que utiliza precisamente el mito para construir su propia historia.

De forma que convencí a mi compañero y amigo Alberto Tuero para que se uniese conmigo a la locura de hacernos 1400 km en menos de 48 horas para ver una película.

El jueves alquilamos un coche por 90€ para todo el fin de semana, y el sábado con la fresca cogimos el volante y atravesamos tierras de molinos y de olivos hasta llegar a nuestro desértico destino.



Desechamos la idea de partir el viernes, ya que no teníamos intención de dormir en ningún hotel. Nos llevamos unos sacos de dormir para pernoctar al raso, al calor de la primavera tardía almeriense, aunque finalmente nos dio bastante por saco la idea y decidimos echar los asientos hacia atrás y dormir en el coche.

Lo incómodo del plan nos hizo determinar que el sábado fuese nuestro gran día, desechando con pena la película del viernes ("Por un puñado de dólares") y la del domingo ("El bueno, el feo y el malo"). Nuestro objetivo, por tanto, era "La muerte tenía un precio", cuya escena final se rodó en la era de un pueblecito llamado Los Albaricoques.

Tras llegar como a la una de la tarde al pueblecito (para hacernos una idea acertada de cómo volver por la noche y dónde se iba a erigir la pantalla), nos compramos unos bocadillos en el hostal/restaurante del pueblo (y digo "el" porque obviamente solo hay uno, y gracias), llamado "Alba", y regentado por Manuel Hernández.


Con los bocadillos en la mano nos fuimos en coche hasta Cabo de Gata, a contemplar desde el mirador las aguas que rompen en el cabo más meridional de la península. Durante el trayecto nos impresionamos con la enorme área plantada con invernaderos. El graffiti de moda en Almería no es otro que "Vendo plástico" (es vox populi que la única estructura visible desde el espacio no es la Muralla China, sino los invernaderos almerienses). Luego fuimos a descansar en una playa casi vacía, que resultó ser nudista, aunque eso solo lo descubrimos cuando nos íbamos. Lástima.


Tras mojarnos los tobillos cogimos otra vez el coche y nos fuimos hasta San José, y de allí decidimos volver por el norte a Los Albaricoques, lo cual fue toda una odisea porque el sistema de carreteras de Almería es de los peores que he visto en toda España.


Llegamos de nuevo al pueblo cerca de las seis y media de la tarde, y estuvimos observando cómo montaban las sillas dentro de la era, cómo levantaban la pantalla gigante y cómo los proyeccionistas lanzaban maldiciones al proyector y a la cinta que Tarantino había prestado al Tour de su colección privada.

Cerca de la hora de la proyección vimos cómo llegaba Nacho Vigalondo y le hacían unas cuantas entrevistas. Esta vez decidí no acercarme a hablar con él como las dos veces anteriores (recordad, a la salida de una sidrería en Gijón hace casi 4 años, y en el prestreno de "The birthday" hace 2 años").


Y con una hora o más de retraso, comenzó la charla previa y finalmente la esperada proyección de la película. Contenida la respiración, sabedores todos nosotros de que estábamos ante un acontecimiento único, que probablemente no se vaya a repetir nunca. ¡Estábamos sentados en el círculo de piedras en el que Lee Van Clef se enfrenta a su histriónica némesis Gian Maria Volonté)!

Y como ya he escrito demasiado, voy a terminar con las impresiones, más que con los hechos, con las que volví de Almería ese fin de semana.

1. El emocionante descubrimiento de la era, protagonista de la secuencia final de la película.

2. El ambiente que impregnaba Los Albaricoques, dividido a partes iguales entre la indiferencia por la proyección y el tufillo a lo 800 balas de "yo estuve allí".

3. La subida de la pantalla hinchable, escoltada por la puesta del sol entre las montañas y el "Así hablo Zarathustra", cual monolito gigantesco y símbolo último de ese arte llamado cine:

4. El estilo español para hacer las cosas: el proyectos estaba montado en un camión, y cuando se elevó la pantalla la imagen estaba demasiado descentrada. Tras varios intentos por mover el proyectos, la solución definitiva fue arrancar el camión y moverlos medio metro, amén de girar la caja del mismo para igualar en altura. Sic.



5. La presencia siempre arrolladora de Nacho Vigalondo entre los asistentes a la proyección.

6. El tijeretazo que tenía la copia de Tarantino, en el momento preciso en el que el jinete es derribado por un disparo de rifle, al inicio justo de la cinta. Grandioso anticlímax.

7. Contemplar la escena final con el corazón encogido y sobrecogidos por las increíbles circunstancias.

8. Dormir en un coche a veinte metros de una de las localizaciones de la película, y despertar con el primer rayo de sol.


9. El sentimiento de hermandad, y casi diría de elitismo (¿por qué no?), entre dos centenares de frikis que reunidos en mitad de la nada más absoluta disfrutaban en común de una afición compartida, banal y divina a la vez: el cine, entendido como entretenimiento y como arte a la vez. De Leone, Morricone e Eastwood. De Cinecittà. De la edad dorada.


La vuelta a Madrid estuvo teñida de un halo de melancolía. Sabíamos que acabábamos de presenciar algo único, un homenaje merecido a una época y a un tipo de cine hijo de su tiempo, y que por lo tanto jamás volverá.

Al día siguiente Los Albaricoques recobraría su tranquilidad habitual. La mayoría iría el lunes a trabajar a los invernaderos y olvidaría una vez más que la historia tocó su pueblo en una ocasión. Pero aunque nadie los vea (quizá porque nadie crea ya en ellos), los fantasmas del pasado seguirán recorriendo las calles de Aguas Calientes y disparándose en duelos interminables hasta el final de los tiempos al compás de un reloj que nunca existió.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Voy a dejar uno de mis, pocos, comentarios "contructivos": Tio, cada vez te pareces mas al Cesar Strawberry.....Que pintas... quien te ha visto y quien te ve.

Da5id dijo...

Qué hijo de puta... :)

Anónimo dijo...

Ye lo que hay....

Ivan Arrizabalaga dijo...

ostia, pues con la barbita tiene razón.. jeje.

Aunque de todos modos, me pega más el rollo de profesor de filosofia o algo asi, no?

PD: Logicamente con mi cultura musical de mierda el nombre me sonaba pero lo que tenido que buscar en la wiki..