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sábado, 1 de marzo de 2008

Mi Fe (parte V y última)

Cuando uno se va haciendo mayor se da cuenta de que el valor de la razón no consiste tanto en responder viejas preguntas como en plantear preguntas nuevas.

Efectivamente, la verdad es algo tan subjetivo que cambia drásticamente dependiendo del prisma con el que se mire: lo que parecía claro en un principio puede parecer oscuro con los años, las compañías o los nuevos sistemas de valores que nos regalan los tiempos.

Por eso lo importante no son las respuestas. Lo importante es hacerse las preguntas.

Y una de las preguntas más importantes que puede hacerse una persona es ésta: ¿tengo fe? ¿Cuánta y por qué?

Es increíble que una palabra con tan solo dos letras pueda hacer correr tantos ríos de sangre y tinta. Guerras de religión, inquisición, marxismo, procesos masivos de conversión.

¿Y todo por qué?

Si somos benévolos y bienpensantes, por intentar dotar de un sentido al mundo. Unos a través de la caridad y la sumisión a un Dios que es Amor; otros intentando quemar todo símbolo de esa sumisión y de ese Amor opiáceo, supliéndolo en su lugar con valores artificiales de comunidad y bien común. Sustituir un ídolo de piedra por otro o renovar un cuchillo ritual por otro, pero siendo las víctimas las mismas de siempre.

Pero al final, si conseguimos apartar la vista de todo lo que rodea a la fe y la posamos sobre lo verdaderamente importante, nos queda un desnudo sentimiento de una persona hacia su Dios. De aceptación, o de rechazo. No hay más. Todo el universo que cabe encerrado entre las percepciones solipsistas de una persona puede derrumbarse cual castillo de naipes al más leve soplido de la Duda. Una vida dedicada a Dios puede cambiar de signo radicalmente ante el azar de una tragedia. Y viceversa: una vida de nihilismo salvaje y visceral puede tornarse hacia Dios a causa de un milagro o una casualidad.

Por eso la fe es tan importante. Por eso la fe se utiliza como arma de destrucción masiva. Por eso me desnudo emocionalmente y me pregunto, en este mismo momento (las 17:43 del viernes 22 de febrero de 2008) y en este mismo lugar (por desgracia, las oficinas de Neo Metrics) por qué diablos soy ateo.

Y por decepcionante que pueda parecer, tras la larga introducción que habéis leído hasta aquí, la respuesta es bastante simple: soy ateo a causa de la navaja de Occam. Por desgracia no soy demasiado original, y mi respuesta es la misma que Jodie Foster da a William Fichtner en "Contact" ante la misma pregunta. El concepto de la navaja de Occam es el siguiente: «en igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta». El postulado es Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, o «No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias».

Y es que según mi punto de vista, no tendría que ser el ateo el que dé pruebas de la inexistencia de Dios, sino el creyente de lo contrario. Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y cuando en un mundo vulgar y violento como éste en el que vivimos y morimos alguien afirma que existe una entidad suprahumana que vela por nosotros y nos promete un paraíso tras nuestra muerte, es dicha persona quien tiene que probar de forma extraordinaria lo que dice.

Llegados a este punto la fe se convierte en la pescadilla que se come su propia cola. Porque la fe precisamente supone creer algo de lo que no hay pruebas, y esa frase va en contra de todo lo que el progreso científico ha enseñado al hombre en los últimos miles de años.

El método científico se basa en aceptar una teoría mientras sea de utilidad para explicar fenómenos y no haya ningún contraejemplo que la demuestre o una teoría nueva que la supere. Ese método ha demostrado su eficacia durante cientos de lustros. ¿Cómo se puede renunciar a él alegremente, dando un salto a la irracionalidad y a la ignorancia? Ignorancia, porque se aceptan sin ninguna reserva los escritos que hablan de Dios, precisamente porque dichos autores se suponen inspirados por Él. La inspiración divina de los autores es lo que hace infalibles esos escritos teológicos. Otra vez la serpiente Uróboros devorándose a sí misma en un círculo sin fin.

Resulta, pues, razonable, pensar que una mente cultivada en y desde la ciencia no puede aceptar de ningún modo la creencia en un Dios que no da ninguna prueba de su existencia, y que salva a la gente en función de un atributo (la Gracia) que Él mismo se ha encargado de dotar. Una mente cultivada en el método científico desconfiaría de una religión que impone unas creencias a las personas desde su mismo nacimiento a través del sacramento del bautismo, sin opción a dejarla elegir. Una mente cultivada en la praxis científica vería con recelo a una Iglesia que no sólo dicta valores morales para sus acólitos, sino que pretende también hacerlos extensibles al resto de la sociedad, saltándose el principio de laicismo y de libertad de culto que rige nuestro país e intentando suprimir los derechos adquiridos (discutibles o no, pero adquiridos) como pueden ser la interrupción del embarazo, el matrimonio entre homosexuales y el testamento vital.

La vida es tremendamente corta. Los últimos análisis que me he hecho indican una tendencia peligrosa hacia la hipertensión. No me gustaría morir con cuarenta años de un ataque al corazón y no haber podido realizarme como persona porque un supuesto Dios invisible me prohibe desde hace dos mil años expresarme como a mí me da la gana. No me gustaría tener que renunciar a la persona a la que más he querido porque no encaja con mi futuro de vida, un futuro encorsetado y constreñido a la adoración de un Dios que lleva unos cuantos sospechosos miles de años sin dejarse caer por la Tierra. No, definitivamente no me molaría nada abandonar este mundo y que la gente a la que le he importado sonría pensando en mi viaje al más allá en lugar de llorarme. Quiero que me lloren. Quiero llorar. Quiero vivir. Quiero creer que hay cosas injustas, no quiero creer en los inexcrutables caminos del Todopoderoso. Son inexcrutables porque son una putada, porque no hay justicia cósmica, por más que nos joda admitirlo. Quiero arreglar mis problemas arremangándome la camisa y mojándome. No quiero quedarme paralizado y rezarle a un Dios para que arregle mi vida, no pienso delegar en Él. Quiero equivocarme, quiero estrrellarme contra el suelo y quiero levantarme todas y cada una de esas veces. Quiero amar hasta que duela.

Por todas esas razones no creo en Dios: tengo la fortuna o la desgracia de haber sido educado en un ambiente de libertades, en una cultura de pragmatismo científico. Tengo miedo a la muerte, sí, pero eso no me paraliza hasta el punto de someterme a entidades sobrenaturales que prometen la vida eterna. La experiencia se alcanza a través de los errores; cuando los cometa, intentaré superarme de la mejor manera posible y expiarlos de la forma más justa posible. A veces estoy solo, lo cual es inevitable, pero eso me proporciona espacios para educarme y crecer como persona. Y siempre que no quiera estar solo sé que puedo contar con los demás. Mi vida no está vacía porque está llena de amigos, de gente que me quiere y de gente a la que quiero.

No creo en Dios porque, aunque no he encontrado el sentido de la vida, sí que he encontrado, al menos, un motivo por el que merece la pena ser vivida. Si leísteis mi artículo sobre la charla de Nando Parrado, sabréis a lo que me refiero.

3 comentarios:

Ivan Arrizabalaga dijo...

Como tu y yo ya tenemos este tema muy traido no puedo aportar mucho más, ya sabes.

Pero de estar a las 6 menos algo un viernes en la office...eso si que merece un post a parte, :D.

En fin, como de vez en cuando digo....se os echa de menos!

Ivan Arrizabalaga dijo...

Una cosa más.. has cambiado la foto de la cabecera, no?? No esta mal..y ahora a trabajar gandúl!!

Da5id dijo...

Me alegro de que me hagas esa pregunta :D
Sí, he cambiado el puto faro y el Hindenburg por una versión un tanto extraña de Laputa, la isla volante de "Los viajes de Gulliver". ¿A que queda futurista? :)