domingo, 24 de enero de 2021
Una aventura de adopción - Capítulo 3: Disponibilidad
miércoles, 20 de enero de 2021
Una aventura de adopción - Capítulo 2: Formación
Sí, lo habréis adivinado. El de 2018 fue finalmente el último verano... al menos por el momento.
Entregamos los papeles para la doble vía de adopción (nacional e internacional) a principios de noviembre de 2017. En nuestra comunidad autónoma, los Servicios Sociales y de protección al menor tienen 6 meses para dar una respuesta administrativa. A finales de abril nos llegó una carta por la que esa respuesta se prorrogaba durante otros 6 meses. Y en mayo nos llegó otra carta para citarnos a una formación obligatoria: 5 viernes consecutivos, de 16:00 a 20:30, durante mayo y parte de junio, con un pre-aviso de 10 días aproximadamente. La mayoría de los fines de semana ya teníamos planes agendados. Al final solamente mantuvimos un viaje a Londres (cuyo vuelo y hotel ya teníamos pagados) y el resto de los planes los tuvimos que cancelar.
El primer viernes que llegamos al lugar donde se celebraba la formación fue un tanto extraño. El edificio estaba cerrado y varias parejas estábamos fuera deambulando, mirándonos de reojo sin saber si todas íbamos al mismo encuentro. Alguna pequeña charla nerviosa; parece que sí...
Cuando llegamos a la sala ya adivinamos de qué va el percal. Las sillas haciendo un círculo nos hacen saber que aquello no va a ser una charla unidireccional. Enseguida empezamos a entender las dinámicas de las sesiones; no se trata tanto de reproducir un discurso formativo, sino de que las personas que estábamos en aquella sala nos diéramos cuenta de lo que implicaba el proceso de adopción en el que nos acabábamos de embarcar; de cuál era la realidad de la que venían los niños susceptibles de ser adoptados; de los posibles comportamientos que podían acompañar al niño tras la llegada a casa (fruto de una situación de abandono, desamparo o desprotección en un primer momento, y de una institucionalización -en muchos casos de larga duración- después), y de cuáles eran las herramientas que debíamos ir adquiriendo para hacer frente a esos comportamientos o situaciones; de las posibles enfermedades que podían tener los niños; de los derechos de los niños adoptados a saber cuál es su origen... En definitiva, las diferentes y múltiples realidades a las que tendríamos que irnos enfrentando antes o después.
Todos estos contenidos fueron trabajados de forma individual o en grupos, haciendo sesiones de debate y diferentes dinámicas de grupo. Después de cada sesión llegaba el momento de reflexionar en pareja (o a solas -en caso de los expedientes mono-parentales) sobre cada faceta aprendida en el curso.
En mi caso particular, tengo que reconocer que yo no era consciente de la mayoría de las situaciones y problemáticas que se plantean con niños adoptados. En mi mente, un niño adoptado solo era una vía más para poder ser padre. Solo cuando te golpean en la cara con la realidad de esos niños es cuando uno se da cuenta de que la adopción es el último recurso de unos Servicios Sociales y de Protección al Menor. Y uno se da cuenta de que su "necesidad de ser papá o mamá" es coyuntural, y que lo realmente importante es que esos niños puedan tener una infancia "normalizada" en un entorno seguro y amoroso con sus necesidades básicas cubiertas. A Servicios Sociales no le interesa solucionar tus problemas de infertilidad (para eso está la Seguridad Social -nuestra aventura ahí también merecería otra serie de artículos); lo único que le interesa de ti es que puedas llegar a ser un buen padre o una buena madre para un niño o unos niños en situación de desamparo.
Porque no debemos hacernos una falsa idea con este tema. La verdadera razón para adoptar a un niño ES y DEBE SER el deseo de ser padres. Porque "padres" es lo que necesita un niño: no necesita a una ONG que le acoja por hacer una "buena acción". Y por supuesto ese deseo de ser padres tiene que ser sano: cualquier herida producida por una hipotética maternidad biológica frustrada tiene que estar cerrada, y el duelo superado.
Estas realidades de los niños se ven agravadas en el caso de la Adopción Internacional (AI). Si en España la adopción es el último recurso de un sistema de protección al menor, es razonable pensar que una adopción internacional (en la que se desarraiga al niño no solo de los hogares que ha ido conociendo, sino también de su idioma y de su cultura) es una solución extrema para casos extremos. Por eso uno de los aspectos en los que más reincidió el curso fue en analizar, pensar, reflexionar y empatizar con las características de esos niños para los que no hay salida en su país de origen. Dependiendo del país las características pueden ser muy diferentes, no haré un listado aquí. Pero es una reflexión interesante el imaginarse qué problemas puede haber en países tan diferentes como India, Hungría, Rusia, Vietnam...
Y no estamos hablando de adopciones especiales (en las que el niño pueda tener enfermedades graves -cardiopatías, sordera, problemas mentales graves...) sino de adopciones de menores que, sin tener ninguna de las enfermedades del lote que integran las "adopciones especiales", pueden llegar a tener un buen cocktail de otras cosas: eneuresis, síndrome de abstinencia, retrasos madurativos (en mayor o menor grado), problemas de aprendizaje, rechazo al contacto físico, regresiones, incontinencia fecal... A lo que hay que sumar los antecedentes conocidos (tanto de la situación que originó la retirada de custodia, como los antecedentes médicos/psiquiátricos de los progenitores).
En mi caso, como decía antes, la formación fue muy importante porque me hizo aterrizar de verdad en la aventura en la que nos estábamos adentrando, y replantearme si realmente el destino merecía aquel camino de espinas que se nos estaba describiendo y que, no me cabía duda, era más realista que la imagen idílica que yo tenía hasta ese momento de lo que era un proceso de adopción de un menor. Fueron tardes de reflexionar en el curso, pero sobre todo fuera de él, en largas conversaciones con mi mujer que llenaban las noches de los viernes y del resto del fin de semana.
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miércoles, 13 de enero de 2021
Una aventura de adopción - Capítulo 1: ¿Ser padres?
sábado, 9 de enero de 2021
La aventura de "El mandaloriano": ¿una nueva esperanza para la franquicia Star Wars?
Nada del universo Star Wars me ha llamado la atención especialmente desde que el estudio del ratón le compró la franquicia a George Lucas, y J. J. Abrams perpetró el refrito comúnmente conocido como "Star Wars VII: El despertar de la fuerza". Otros vendrán que bueno te harán, podría haber pensado en ese momento George Lucas de su segunda trilogía. O incluso Abrams tras el estreno del episodio VIII, un despropósito de envergaduras épicas... que a su vez se vería superado por el episodio IX, un cierre inmerecido a una saga de personajes con la que hemos crecido y que han alimentado nuestros sueños de universos fantásticos, princesas y caballeros oscuros.
Reconozco que he mentido. Sí ha habido una película de Star Wars que me ha gustado en estos último años, y ha sido "Rogue One". Por fin una película en la que no se destruye una estrella de la muerte, o una segunda estrella de la muerte, o una tercera de la muerte... Por fin una película en la que no se conduce a los personajes a un arco narrativo forzado. Por fin una película en el que el desenlace, siendo épico, es a la vez trágico para unos personajes ajenos al canon y que, no obstante, lo enriquecen.
Una película cuyo macguffin narrativo es, a grandes rasgos, rellenar un hueco que a todas luces no era necesario rellenar. Y a pesar de eso funciona como un reloj; o quizá precisamente por eso: porque es una argucia narrativa tras la que se esconde una película "pequeña" en el arco narrativo de la saga. En el episodio IV a nadie le importa demasiado quiénes son los que roban los planos de la (primera) estrella de la muerte. Y sin embargo, en Rogue One los personajes nos importan. Porque lo importante no es seguir expandiendo el universo. Lo importante, y siempre lo hemos sabido, son los personajes y que consigan funcionar en un universo fantástico, epatante, que consigan que suspendamos la incredulidad ante lo imposible y que nos creamos sus conflictos y sean estos los que no sumerjan en la AVENTURA.
Probablemente lo que más recuerda la gente de "Rogue One" son sus últimos segundos, ese momento mágico de conexión en el que se funde esta aventura de Star Wars con el universo clásico, cuando a los que peinamos canas nos recorre un escalofrío de regreso a la infancia (a pesar del valle inquietante).
Y probablemente eso mismo va a pasar con la segunda temporada de "El mandaloriano" en el imaginario popular. Sus minutos finales, en palabras de amigos míos, son "para correrse del gusto". Otra vez un momento escalofriantemente familiar de regreso a la infancia, casi sinestésico en el que creo que pude percibir olores de la infancia (así funciona el cerebro). Como en "Rogue One", "El mandaloriano" cierre su segunda y magnífica temporada uniendo el universo desarrollado por el guionista Jon Favreau con el universo clásico original de Star Wars, rescatando digitalmente a uno de sus personajes principales.
Siendo honestos, lo cierto es que una vez que la serie le da al espectador las pistas necesarias para datar el momento en el que transcurre la acción, el final es casi inevitable y se puede intuir a poco que uno sea conocedor de la saga y sepa contar con los dedos de una mano. Lo cual no lo minusvalora; muy al contrario, indica que todas las piezas del puzle encajan y no hay pistas falsas para buscar un final sorpresa.
Más allá del desenlace, precisamente ése es uno de los mejores aciertos de la serie: las piezas son las justas y necesarias. Alejándose de series en las que los capítulos intermedios son absolutamente prescindibles y poco más que espuma de relleno, en "El mandaloriano" todos los capítulos tienen algo importante (un personaje, una pista, una flecha amarilla en el camino) que nos acercan al único desenlace posible.
Y a pesar de todo, cada capítulo funciona perfectamente por sí solo, como un cómic de grapa en el que se narra una aventura autoconclusiva (los maravillosos concept art de los créditos finales ahondan en esa misma idea). Aventuras extraordinarias que nos llevan a desiertos con dragones de arena gigantes, océanos plagados de piratas, planetas boscosos poblados de gigantescos animales pre-diluvianos, pueblos mineros sacados del antiguo Oeste americano pero con blásters en lugar de revólveres, batallas espaciales... Auténticas AVENTURAS. Todas ellas gracias a personajes que enamoran, entrañables, duros, cínicos, idealistas (¿les suena?) encarnados por actores y actrices ya entrados en años (vamos, que no hay ningún adolescente hostiable en esta serie) y que podemos intuir que son fans de la saga (véase el cameo de Werner Herzog (¡¿?!), el propio Titus Welliver -famoso por interpretar al detective Bosch en la serie homónima- encarnando a un capitán imperial, o Kate Sackhoff -la Starbuck de Battlestar Galactica).
Ésa es la gran genialidad de "El mandaloriano": su modesta intención de acercanos a la esencia del espíritu space-ópera de aventura del Star Wars original con buenos guiones condensados en píldoras de 30 minutos, con un arco narrativo sencillo pero muy eficaz, y jugando constantemente con el espectador en guiños divertidos (incluso irreverentes) al propio universo, que lo hacen tremendamente disfrutable para cualquiera, pero una auténtica reconciliación catártica para el fan de Star Wars que se ha sentido frustrado y estafado con casi todo lo que se ha hecho de este universo en los últimos 20 ó 30 años.
Por si todo lo anterior les pareciera poco, "El mandaloriano" tiene una característica adicional que a mí, muy personalmente, me ha tocado de cerca, que es el acercamiento que hace al tema de la adopción y del apego, puesto que mi hijo también es adoptado. El desarrollo del arco narrativo que comentaba anteriormente es, sencillamente, el apego que se genera cuando se desarrolla un vínculo afectivo con un hijo adoptivo . Y ese apego hace que Mando, el protagonista de la serie, traicione todo lo que ha sido y todos sus ideales por proteger a ese hijo (aunque sea verde, un orejotas y se coma todo lo que encuentra).
Al documentarme para escribir este artículo, descubro sorprendido que va a haber una tercera temporada de "El mandaloriano". Lo cierto es que el cierre de la segunda temporada, en mi opinión, es perfecto para cerrar el arco narrativo planteado en toda la serie y unir este trozo del universo Star Wars con el resto (mediante la argucia digital comentada anteriormente). Ojalá el nivel de esta tercera (y posteriores temporadas) estén a la altura de los 16 episodios rodados hasta ahora y que nos han hecho recobrar a más de uno la fe en el universo Star Wars.