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domingo, 5 de septiembre de 2010

Papeleo

Hoy he ido a andar un rato en bici por la Casa de Campo. A la vuelta, cansado y hambriento, no he podido evitar tomarme un poco de cochino con puré de calabaza y ensalada que vendían (entre otras muchas cosas) en una especie de mercadillo improvisado cerca de Lago.

Mientras degustaba la comida recostado en un árbol, he visto impávido cómo venía la policía a desalojar (pacíficamente) a los sudamericanos del mercadillo.

Entiendo que las leyes están para cumplirlas, y que la policía no hace más que su trabajo, pero realmente ¿a quiénes hacían daño estos vendedores exactamente? El suyo era un mercado interno, en el que yo era probablemente el único español, o uno de los pocos que se dejaba caer por allí.

Mientras tanto, a unos doscientos metros de allí, las prostitutas continuaban con su trabajo diario, mientras la policía pasaba a su lado con furgonetas cargadas con las neveras confiscadas de los vendedores sudamericanos.

Que digo yo que sí, que la ley hay que cumplirla, pero me da la sensación de que nos estamos convirtiendo en un país demasiado burocratizado, demasiado estático. Un dinosaurio al que cuesta mover. Y en una época de crisis y oportunidades, estamos preparados solo para los efectos de la crisis, pero me temo que dejaremos escapar las oportunidades.

Las cosas tienen que ser más orgánicas. Una de las cosas que más me gustan de países como México o Sudáfrica es la libertad, o mejor dicho, la falta de leyes que regulen hasta el último extremo. En ese tipo de países tengo la sensación de que la gente vive y deja vivir, mientras que aquí simplemente nos dedicamos a defendernos, anclados a una utópica "sociedad del bienestar" que en realidad nunca existió.

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