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jueves, 26 de octubre de 2017

Los que corren por el filo

1982. 2019. 2017. 2049.

Hace 35 años, el 21 de agosto de 1982, se estrenaba la versión cinematográfica de "Sueñan los androides con ovejas eléctricas", de Phillip K. Dick, quien había muerto cinco meses antes y no pudo tener la satisfacción de ver su obra adaptada al cine. Si es que se puede decir que "Blade Runner" es una adaptación, porque quien haya leído la novela y haya visto la película sabrá que, más allá de un leve hilo argumental (la caza de los replicantes), ambas obras tienen formas, intenciones y contenidos que las separan radicalmente.

Para empezar, la novela de Dick transcurre en 1992, mientras que el film de Scott transcurre en un Los Ángeles de 2019. El dato no es anecdótico. El director distancia al espectador más años de los que el escritor pretendía. Si para Dick el futuro tóxico esbozado en la novela estaba a la vuelta de la esquina (un par de décadas) y dentro de nosotros (el tema de la culpa es notorio en la novela del escritor de Chicago), Scott estira ese lapso temporal para provocar en el espectador aún mayor sentimiento de extrañeza, otreridad y onirismo. Esa es la clave de Blade Runner: provocar un sueño de imaginación, una vsión otros mundos (los mundos "exteriores" e "interiores") y, en última instancia, la suspensión de la incredulidad del espectador. A tal efecto contribuye el magnífico diseño de producción y de vestuarios, la banda sonora (tanto la extra-diegética de Vangelis como el diseño de sonido diegético) y las interpretaciones de los actores principales: un Harrison Ford frío como el sushi y una Sean Young hierática.

¿Y qué hay de la historia? Pues argumentalmente, poca cosa; como digo, la novela de Dick es podada notablemente en su guionización y de sus múltiples e interesantes hilos argumentales Scott se queda simplemente con el de la caza de los replicantes y prácticamente elimina los demás. No obstante, como la mayoría del mundo sabrá, existen pequeños huevos de Pascua escondidos y pensados para ser captados solamente por nuestro subconsciente: los origamis con los que Gaff va salpicando sus escenas; los sueños de Deckard; el ojo que contempla un mundo en ruinas; los animales sintéticos que van apareciendo. Unas pistas que nos hicieron soñar durante años con todas las historias que no se quisieron contar en "Blade Runner" pero que nuestra mente inconsciente y nuestros sueños sabían que estaban allí, ocultas tras un argumento premeditadamente esquelético y que dejaba el paso a un mundo visual y sonoramente onírico.

Por fin, tras 35 años soñando con la vuelta al mundo de Blade Runner, en 2017 Denis Villeneuve ha intentado hacer realidad esos sueños, enfrentándose para ello a un reto con el que que pocos directores y productores se hubieran atrevido.

Villeneuve sitúa su secuela en 2049, justo 30 años después de la primera parte. E intuyo que en parte fue así por el envejecimiento de sus actores, ya que el mundo dibujado por la cámara de Villeneuve parece el mismo que el de la película original: las calles de Los Ángeles siguen igual de atestadas de tribus urbanas, los anuncios de neón siguen flotando en los edificios (esta vez en forma de hologramas, la mayoría de contenido sexual)... y los Blade Runner siguen siendo el cuerpo de policías que se siguen encargando de despachar a los antiguos Nexus 8 (¿no vivían solamente 4 años?).

Y aunque no es exactamente el mismo mundo (se incide en el problema de la superpoblación -bonito homenaje a "Soylent Green" con el edificio de apartamentos de K, en el que la gente vive apiñada en las escaleras al igual que en el apartamente de Thorn en la película de Fleischer- y de cómo alimentar a tantos millones de personas -con criaderos de proteína), ya en los primeros minutos se puede intuir la intención homenajeadora de Villeneuve a la película original (más que a la novela de Dick). Efectivamente, el director canadiense intenta utilizar las mismas armas que Scott en Blade Runner, y logra dibujar espacios visuales de una belleza plástica apabullante, creando en nuestra imaginación mundos de bombas sucias y radiación de fondo, orfanatos de arquitectura industrial en medio de vertederos de chatarra, mansiones construidas con luz...


Cuanto más reposa en mi cabeza más evidentes son las similitude visuales y conceptuales entre ambas películas, empezando por la primera escena: el ojo de un replicante, y con la siguiente caza de un Nexos 8; el protagonista se enamora de un ser perteneciente a una (en teoría) escala inferior de humanidad, en una historia de amor fría e ¿imposible?; en ambas el blade runner realiza una investigación policial, de pista en pista, que le lleva a dar con los cabos sueltos que debe buscar; un policía duro y fanático en su fobia contra los replicantes es quien juzga al propio replicante que hace el trabajo sucio que la policía "de verdad" no quiere hacer; un magnate multimillonario y megalomaníaco que juega a ser Dios; una mansión vacía y hueca en la que resuenan los ecos del pasado y se ocultan individuos que no quieren ser encontrados; y un final de redención en el que un replicante es más humano que los humanos al sentir finalmente en su sintética piel el milagro de la Vida.


Pero no todos son homenajes, y el director de "Enemy" incorpora el gran tema principal de la película: el amor paterno-filial y la búsqueda de un origen... o de la consiguiente progenie; a la vez que consigue también escenas de autor de una belleza innegable, como el "parto" de un nuevo modelo de replicante, cayendo al suelo de una placenta sintética que parece... una simple bolsa de plástico transparente.

Todo ello con un ritmo peligrosamente pausado, en un momento en el que el cine mainstream se basa en la sucesión rápida de planos, en el que el espectador medio tiene menos de 30 años y en una cultura de apremio e inmediatez. Villeneuve corre continuamente por el filo de la navaja, manteniendo con frecuencia planos largos de 10, 15, 20 segundos, estira premeditadamente las escenas para que el espectador se sumerja en una nueva versión del distópico futuro que Scott nos dibujó. Y lo hace con éxito. Una película de 163 minutos que en ningún momento se hace pesada, y que además de homenajear la película de 1982 tiene la grandeza de retomar la historia original y de atar algunos de los (muchos) cabos que quedaron sueltos en aquella.


Como en la película de Scott, el nuevo argumento -que retoma con viejos y nuevos personajes la historia de la película original- no es impactante; tampoco pretende serlo. Es un trabajo más profundo de guión, de interpretaciones, de planos detalle, de sonidos... los que construyen la idea principal de la saga, transmitida más como sensaciones que con palabras: ¿Quiénes somos? ¿Qué nos hace humanos? ¿De dónde venimos? ¿Somos el plan de Dios? ¿O por el contrario somos dioses que creamos vida que engendra vida? ¿Cuánto vamos a vivir? ¿Nos destruirá nuestra creación? ¿Merecemos pervivir?


De hecho, el único defecto que le puedo achacar a la película es su exceso de diálogos, en una película a la que la ambigüedad y una mayor contención en las motivaciones de los personajes le hubiesen encajado mejor. Algo que ya había intentado Scott en su película pero al que la productora le obligó a añadir diálogos en off (amén del famoso happy-end que todos recordamos). Es así que probablemente lo peor de la película son los soliloquios de un Jared Leto algo sobreactuado y de un Harrison Ford al que los años le sientan cada vez peor.

No obstante sus defectos, Blade Runner 2049 es una obra de ciencia ficción sobresaliente, rara avis en nuestros días y que recupera el espíritu no solo de la película original, sino de otros clásicos de ciencia ficción que solo podían rodarse en otras épocas...

en otros mundos...



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