Tiene casi veinte años y ya está
Cansado de soñar
Pero tras [el trabajo] está su hogar
Su mundo, su ciudad
[...]
Libre
Como el Sol cuando amanece
Yo soy libre como el mar
Libre
Como el ave que escapó de su prisión
Y puede, al fin, volar
Libre
Como el viento que recoge mi lamento
Y mi pesar
Camino sin cesar
Detrás de la verdad
Y sabré lo que es al fin, la libertad
Acabo de entrar en mi vida laboral y veo esto:
El 23 de agosto se cumplirán 20 años desde que aquel yogurín que salía de la Universidad y que no había dado palo al agua antes (salvo trabajando con su padre en la finca), emprendió aquella aventura de ida y vuelta a Madrid. El joven que se iba a Madrid en aquel agosto de 2005 era muy diferente del "paisano" que es ahora; aquel joven era inseguro, introvertido y sociópata. El hombre en el que se ha convertido sigue siendo inseguro, introvertido y sociópata, pero en unos niveles que ya son aceptables por la sociedad.
Han pasado casi veinte años, y un poco del cansancio del protagonista de la canción de Nino Bravo ya se empieza a sentir en los huesos de este adulto que ha ido dando tumbos por cuatro o cinco trabajos, buscando mejorar su nivel de vida y el de su familia, intentando esquivar las trampas del neo liberalismo y del consumismo capitalista. Y después de casi veinte años nos topamos con la Iglesia, amigo Sancho, y volvemos a la casilla de salida. O casi.
El hombre da una calada metafórica a su cigarro y suspira. Sabe que, aunque momentáneamente es libre, dentro de poco le tocará volver al turno de rueda de hamster... si es que consigue dar con alguien que quiera contratar a un hamster de 45 años para dar vueltas a una rueda. Porque los hamsters de 45 años saben lo que mueve aquella rueda, y se hacen preguntas, y en ocasiones son preguntas incómodas para los que dirigen el chiringuito de ruedas de hamster. El hombre vuelve a suspirar: solo espera que, mientras gira la rueda, no tenga que hablar en inglés.
Da una última calada al cigarrillo metafórico antes de apagarlo. Abre el libro de Kaczynski y sigue leyendo donde lo dejó. Aunque sabe que nunca será un ludita, un hombre tiene derecho a soñar, piensa, mientras se zambulle en el libro y vive libre un día más.
O un día menos, según como se mire.
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